Los guantes de Carlillos
Última llamada para los pasajeros con destino Francfort. Me tenía que marchar urgentemente y dejé a los pasajeros con destino París en pleno vuelo sobre el adoquín de los Campos Elíseos. Faltaban tan sólo cuatro kilómetros para que terminase el que ya siempre será el Tour de Sastre.
Durante el vuelo tuve la tentación de escribir. Pero... ¿y si Óscar ha levantado la etapa? Había hablado con él la noche anterior y me había transmitido buenas sensaciones. Trataré de lanzarme en la curva, trataré de anticiparme, porque en el pavés es muy difícil remontar, me dijo. Sería fantástico que ganase. Sería la guinda perfecta a ese maillot verde, pensé mientras me acomodaba en mi asiento, pero sería una verdadera pena habérmelo perdido por tan poco. Y, al parecer, no me lo perdí porque fue Steegmans el que lo hizo. Hizo lo que Óscar me dijo, anticiparse y arrancar nada más salir de la curva. E hizo lo que Óscar quería hacer, es decir ganar. Óscar, al final, fue tercero, lo que no significa ningún pero a ese estupendo maillot verde que se lleva para casa. El primer español que lo consigue en toda la historia de la carrera francesa, ahí es nada. Además, conseguido por cabezonería y amor propio, pues, con solo un compañero de equipo a su disposición, Flecha, lo más fácil habría sido desistir en el intento. Bravo, Óscar; una vez más, demostrando de lo que eres capaz cuando te propones algo.
No es ninguna casualidad que esté donde está. Ha sido una constante: nunca se ha dejado llevar por las casualidades
Especial del Tour de Francia |
Pero basta ya de Freire, que estamos en París y, aunque se dice que todo el que llega allí se siente ganador -en cierta medida, es cierto-, el ganador con mayúsculas es uno, el de amarillo, el que no habrá pegado ojo en toda la noche, el que se pellizcará una y otra vez repitiéndose que no, que no es un sueño, que todo es real y que estoy aquí, en París, de amarillo y voy a ganar el Tour: Sastre.
Tras la contrarreloj de ayer, me venía una imagen a la cabeza: Sastre con el gorrito y los guantes largos de invierno del Banesto amateur en una carrera de las de principio de temporada. Sería el año 95 o el 96, tampoco importa mucho el dato. No hacía mucho frío. Así que me extrañó verle tan abrigado. Sabía que era de Ávila, tierra de extremos. Así que se me antojaba extraño que no soportase aquel leve fresquillo navarro. Le pregunté a un compañero suyo: "¿Éste qué está, enfermo o así?". "¡Qué va! Es que dice que este año es el suyo y, mira, la temporada no acaba más que empezar y ya está más fino que el papel de fumar".
Aquel crío con pintas de desvalido tenía ya desde entonces las ideas muy claras. No es ninguna casualidad que esté donde está. Esto último, además, ha sido una constante en su carrera: nunca se ha dejado llevar por las casualidades. Tuvo siempre muy claro cuál era el camino para llegar a lo más alto. Y, aunque en eso no ha sido único, no muchos son capaces de recoger el fruto del trabajo tras años y años de sacrificio. Se pierden por el camino. Pero él, no; él ha llegado y ya se puede retirar a gusto. Enhorabuena, Carlillos, por lograrlo. Ahora ya te puedes quitar los guantes tranquilo. Y el gorro también si hace falta.
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