Vallecas, volver a empezar
Puente, el distrito más poblado, tiene mejores barrios y dotaciones públicas, pero se mantiene a la cola en renta y se resquebraja su tradición ciudadana
En Vallecas, bien delimitado por enormes carreteras de circunvalación o de escape y raíles de tren de vía estrecha o de ancho europeo, viven más de 300.000 personas. Tantas como en Valladolid, por ejemplo. Una ciudad en la que surgen nuevos barrios que se pierden en un horizonte de altas grúas en horas bajas, como el PAU; brotan nuevos edificios y dotaciones, como el Parlamento regional y el hospital Infanta Leonor; crecen los parques y los centros juveniles; y algunos de sus barrios los ocupan oleadas de jóvenes de las clases medias, hijos de la zona o de fuera. Ladrillos y piscinas. Nada que ver con la antigua imagen de barrio deprimido, confín del lado salvaje, folletín de la marginalidad urbana.
Nada que ver con la imagen de barrio deprimido, folletín de la marginalidad
El tejido asociativo está enfermando de "profesionalización", según un vecino
Pero todo tiene su truco. Para empezar, Vallecas se divide en dos distritos completamente asimétricos: Villa y Puente. El primero, sólo lo habitan 75.000 personas -y eso que aglutina el PAU y Santa Eugenia, zonas residenciales de los que "hicieron dinerillo"-, mientras que el segundo supera las 240.000 y no hay, precisamente, mucho "dinerillo". Uno tiene tasas de inmigración muy controladas, cerca del 15%, mientras que en el Puente se acerca al 30% de la población, sobre todo, latinoamericana. Uno tiene un entramado casi de pueblo y conserva su vigor asociativo, el otro es un caos urbanístico y social.
Y aún más truco: Vallecas tiene los niveles más altos de analfabetismo (unas 7.000 personas, mientras el número de licenciados superiores ronda los 15.000), exclusión, desempleo (tasas cercanas al 15%) y las rentas más bajas (alrededor de los 10.000 euros, un 25% menos que la media de los otros distritos). Todo expuesto en frías tablas por el Ayuntamiento, que tiene en marcha desde el pasado enero un plan con 179 actuaciones para equiparar los dos distritos al resto de la capital. Un panorama muy visible desde la travesía de San Diego.
José, pelo lacio, anillos en los dedos, bigote en arco y cazadora de polipiel negra, está sentado en una silla de esas de bar, de plástico, en medio de la calle. Desde su perspectiva se adivina un moderno complejo comercial. Un lugar anodino lleno de guardas de seguridad y familias compradoras. Nada que ver con el descampado de tierra apelmazada donde José aguarda a unos amigos que, por el momento, no llegan. "Este barrio se cae a cachos", sentencia.
Y tiene razón. Enfrente, un montón de edificios están tapiados porque amenazan ruina. Entre medias, una marquesina de autobús llena de carteles que ofrecen habitaciones para compartir. Los hay en castellano (tres), en francés (uno) y en rumano (uno). Los bloques clausurados han sido perforados en algunos pisos y las sábanas cuelgan sobre la calle.Hay gente viviendo entre los escombros. Niños alborotadores con los pies descalzos. El Ayuntamiento de Madrid prevé en su plan para Vallecas (2008-2012) dar la vuelta a este barrio. Por el momento, lo que hay es lo que hay. Varios ecuatorianos sentados en el chaflán de la calle. Dos niñas con chándal en un banco. Un locutorio abarrotado y un montón de edificios en ruinas que se desparraman hacia la moderna estación de Cercanías de Entrevías y su parque infantil, que imita un enorme barco pirata.
Nada que ver con el barrio Madrid Sur, al otro lado de la plaza. En la calle de Pablo Neruda, la librería Muga propone charlas, lecturas, actos diversos. A Javier, jefe de estudios de un instituto cercano, le gusta acercarse por allí. Hojear los libros y esas cosas antes de tomar algo en una terracita. Su zona es una sucesión de casas de buena calidad con comercios en los bajos y bares franquiciados como los de cualquier otro sitio de Madrid.
"Vallecas no ha cambiado en muchos aspectos", reflexiona Pablo, vecino desde hace 20 años de Puente de Vallecas. "Era un lugar de inmigración y lo sigue siendo", describe, antes de hacer una curiosa observación: "Ya hay buenas peleas entre las bandas de chicos latinos y la aristocracia del barrio, lo típico", agrega, antes de lamentarse de que el tejido asociativo, símbolo del barrio, está enfermando de "profesionalización". Un análisis compartido por su vecina Milagros Hernández, que además es concejal por IU del Ayuntamiento de Madrid: "Se han roto los procesos de vida comunitaria", diagnostica. "El reto ahora es que Vallecas vuelva a empezar", insiste Hernández, aunque reconoce que el proceso que sí se ha abierto en el barrio es el de urbanización. En resumen, que apenas quedan chabolas.
Pero algunos focos sí quedan. Desde luego, el de la Cañada Real (distrito de Villa de Vallecas), con sus cientos de yonquis vagabundeando entre las hogueras. También el pequeño asentamiento de Santa Catalina. Al margen de una considerable población marginal de realojo en zonas como la UVA o el Triángulo de las aguas, en Palomeras, considerado "el Bronx" por los vecinos.
"Los vallecanos somos reivindicativos, ésa es nuestra esencia", explica Marina, vecina de Villa. Y lo demuestra con su discurso: "Se ha metido dinero en Vallecas, eso es cierto, pero comparado con otros distritos sigue estando infravalorado". Para concluir su esbozo con un ejemplo: "Han puesto un hospital, vale, y está bien, pero la verdad es que es un truño en comparación con los de otros sitios".
El hospital "truño", en adjetivación de Marina, está muy cerca de Sierra de Guadalupe, epicentro del pueblo histórico de Vallecas. Aquí hay menos inmigrantes. Las asociaciones siguen teniendo mucha fuerza. Pero a un extremo de la plaza, en unas ruinas de ladrillos agujereados por la maleza, se siguen juntando los toxicómanos. Algunos, con aspecto de rondar los 60 años. Son vecinos de toda la vida, parte del paisaje desde hace 30 años.
"Vallecas son muchas Vallecas", confirma Santiago, veterano de la zona de Portazgo. Se niega a categorizar en conjunto. Está la Vallecas de los viejos heavies "y otra mucha peña" que abarrota el Hebe para ver conciertos de rock y venera la estatua dedicada a la abuela roquera. La que apoya incondicionalmente al Rayo Vallecano, ascendido a Segunda División la pasada temporada. La de las radios y los bares alternativos, como los de Sierra Carbonera. La de "los manguis que pululan por el bulevar" y los viejos que se adormecen al sol.
Y al fin lo único que las aglutina es una cierta mística asumida, un sentimiento de "ser muy de Vallecas", que es el resumen final que le sale al cuarentón Miguel, buscavidas, para responder qué opina de su barrio. "¡Tío, yo que sé si ha cambiado, supongo, como todo!", bufa, mientras se pierde con su camiseta de un grupo musical de los setenta entre los soportales que se abren a un enjambre de casas ocultas a la avenida de la Albufera y el olor a torreznos de los bares cercanos.
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