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Reportaje:EXTRA TEATRO EMERGENTE | El circuito alternativo

La nueva realidad

En los años cincuenta del pasado siglo se llamaba teatro de vanguardia el espacio en que confluían ismos y propuestas escénicas experimentales. En los sesenta el teatro de arte era sinónimo de un teatro de cámara, casi doméstico, en el que se recogía el espíritu de los creadores rusos que acuñaron el nombre. En los setenta se hablaba de teatro independiente para agrupar a inquietos y comprometidos creadores antifranquistas. En los ochenta los herederos de todos ellos pasaron a agruparse bajo el nombre de teatro alternativo. En los noventa fue el teatro multidisciplinar no convencional. En la primera década del siglo XXI, el teatro emergente. El caso es que todos han venido a confluir, desde distintos y a veces opuestos caminos, en un territorio que algunos empiezan a llamar teatro de la nueva realidad.

El teatro alternativo es el que se ve en salas con una capacidad en torno a 100 butacas y con formatos de producción pequeños
De estos espacios ha surgido también una de las mejores generaciones de danza contemporánea de Europa
"Aquí están los mismos actores que en unos meses serán primeras figuras en grandes teatros públicos"
"Hace 20 años la aspiración de estos grupos era terminar en Madrid o en Barcelona. Hoy ya no lo necesitan"
El actor Juan Diego Botto reinvierte en el teatro todo lo que gana en el cine. "Aquí germina todo", dice

Hoy, la escena contemporánea española más renovadora y experimental, cuya situación ha dado un giro copernicano en las últimas décadas, ya no está conforme con las anteriores denominaciones. En cualquier caso, todos son protagonistas de una respuesta vital, rompedora, arriesgada, joven (como sinónimo de frescura, no de pocos años) y profundamente distinta del teatro oficial y comercial que a veces ellos mismos identifican con un teatro burgués en formas y contenidos. No obstante, son muchos los que reconocen al teatro público un intento de acercarse a su realidad, a la que incluso a veces abren las puertas de sus templos sagrados para acoger a estos modernos.

Tras lo que muchos consideraron la muerte del teatro independiente español en los años ochenta surgió entre los nuevos movimientos del teatro más arriesgado la necesidad de contar con pequeños espacios, a veces adscritos a compañías, en los que mostrar trabajos experimentales y rompedores. Así nació el teatro alternativo, con la aparición de salas, fundamentalmente en Madrid y Barcelona, como Ensayo 100, Malic (hoy desaparecidas) o las prestigiadas Cuarta Pared, Pradillo, Triángulo y Beckett, entre otras muchas que surgieron por toda la geografía española. Todos tuvieron claro que el teatro alternativo era el que se veía en salas con una capacidad en torno a las 100 butacas y con formatos de producción pequeños. También los hubo que optaron por esas características, pero se niegan a "ser alternativos", como el madrileño Teatro de Cámara con sus exquisitos montajes dirigidos por Ángel Gutiérrez, apodado El ruso, porque se crió en Moscú y fue alumno de la escuela de Stanislavski.

En cualquier caso, hoy la situación es muy distinta, las fórmulas posibles son muchas. Los nuevos creadores, también llamados emergentes, y los que llevan tiempo en la brecha de ese "otro teatro" navegan en el mismo barco, que incluso a veces comparten. Unos con pequeños espacios; otros quejumbrosos porque prácticamente no existen salas de mediano formato (entre 150 y 350 butacas), que es lo que dicen necesitar. También los hay que no quieren ni por asomo tener una sala para ellos, como La Zaranda, un grupo de culto con origen en Jerez, que lleva años dando tumbos dentro y fuera de España con éxitos rotundos: "El teatro cuando deja de ser nómada e itinerante sólo consigue que el artista se aburguese con rapidez; si pierdes el nomadismo empiezas a ser reconocido y te puede caer cualquier premio. Y entonces ya te mataron", concluye Paco de la Zaranda, como se le conoce al director de este grupo, más cercano a Valle-Inclán y Alejandro Sawa que a las nuevas tecnologías, pero siempre situado en "la otra orilla".

Otros grupos, en cambio, se dejaron la piel manteniendo una sala en la que programar espectáculos propios y de otros creadores, al tiempo que festivales. Es el caso de Matarile Teatro, nacido en Galicia en 1986, donde también hay otras apuestas como las de la sala Nasa. Matarile son conocidos por toda España, elogiados permanentemente, pero no pudieron sostener la Sala Galán de Santiago de Compostela, cerrada hace tres años, y el Festival Pe de Pedra, que este año han suspendido. "No cambiaba la perspectiva de financiación y no pudimos más", comenta Ana Vallés, líder del grupo, quien sostiene que los proyectos tienen que evolucionar para que estén vivos. También cree que las políticas culturales sí influyen en la salud escénica: "En Galicia ha empezado a aflorar algo que ha coincidido con el cambio de Gobierno y alrededor del Centro Dramático Galego, que era una estructura inmovilista; se han creado marcos para que algo nuevo surja; porque en teatro la rebeldía es posible, pero el camino es más complicado", señala esta creadora que se muestra positiva ante los nuevos núcleos artísticos.

Desde el primer momento se cuestionó el nombre, pero nadie daba con otro mejor. Hoy el rechazo al término teatro alternativo es casi unánime: "La verdad es que las definiciones son siempre empobrecedoras, limitan, clasifican...", apunta Julio Álvarez, de la sala Tantarantana de Barcelona y presidente de la Red de Teatros Alternativos, en la que se agrupan 32 salas de todo el Estado: "En los últimos cuatro años el panorama para nosotros ha mejorado con la creación de un circuito que posibilitaba que 17 compañías (6 de teatro, 6 de danza y 5 de teatro infantil) giren cada año por las 32 salas que constituyen la Red", dice de una iniciativa que ha posibilitado la consolidación de compañías como Amaranto, Los Corderos, Daniel Abreu, Pisando Ovos, Blanca Arrieta, Rara Avis, Sonia Gómez y otras muchas. Además, esos espectáculos se presentan previamente en la Muestra de Teatro y Danza Contemporáneos, que cada año organiza una sala con la participación de la Red, el Inaem (Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música), los Gobiernos autónomos y municipales, y donde llega una selección de los trabajos más interesantes escogidos por votación de los directores artísticos de las salas a partir de una convocatoria pública. "Estos programas han hecho posible abrir las salas alternativas a los creadores de todo el país; han permitido desarrollar proyectos y la consolidación de una red con unos costos muy bajos, porque se suman esfuerzos y recursos", añade Álvarez. "Desde dentro hemos visto que las cosas pueden funcionar siempre y cuando coincidamos en los objetivos con el Inaem y las diferentes administraciones, aunque si se reducen las ayudas ello supondría una catástrofe para nosotros". El Inaem, por su parte, señala que las compañías que reciben ayudas este año han subido de 43 a 57: "Es muy difícil contentar a todos, aunque este año ha aumentado el dinero destinado a estos grupos", afirman fuentes del Instituto.

El caso de Salvador Távora y su grupo La Cuadra de Sevilla es particularmente significativo porque demuestra que uno se puede mantener como alternativa durante décadas. Vienen del teatro independiente y llevan más de treinta años en una buscada marginalidad. Ahora por fin han logrado una sede estable, a la que por decisión de la compañía se ha dado el nombre de Salvador Távora. Éste sostiene que ante la desmedida oficialidad teatral que ocupa y gestiona los teatros, compañías como la suya necesitan de un espacio propio, superior al de las salas alternativas, para desarrollar sus proyectos. "Al igual que en las grandes ciudades del mundo, existe en la periferia un teatro que atrae a visitantes cansados del modelo artístico y social pequeñoburgués". Este creador andaluz ha vuelto a su barrio para reencontrarse y no perderse en el laberinto de los grandes acontecimientos en los que se requería su presencia dadas las características populares de sus espectáculos. "Era necesario acercarnos con nuestros trabajos a los que, siendo nuestros vecinos, no tenían el menor interés por el teatro", señala Távora. Han conseguido lo que persiguen muchos grupos y creadores españoles: una sala de no muy dislocado mantenimiento, gestionada por ellos mismos, programada desde sus creencias estéticas e ideológicas, y con un escenario que no sea el convencional a la italiana y en el que ofrecer espectáculos que también son susceptibles de programarse en otros territorios. También en Sevilla hay otros proyectos para ofrecer espectáculos experimentales que lideran la compañía Atalaya (con la sala TNT y dirigida por Ricardo Iniesta) o la popular sala La Imperdible.

Aunque con matices diferenciadores, el Teatro de los Manantiales en Valencia ha logrado también hacerse con un espacio que responde al compromiso social y político de este grupo liderado por Ximo Flores. La nueva sala, abierta hace un par de años en una barriada de la periferia, acoge también el trabajo de otros profesionales, aunque los montajes vanguardistas de los anfitriones marcan la línea de este espacio, de algo más de cien butacas, una apuesta con la que quieren revitalizar una zona de la ciudad culturalmente abandonada.

Aurelio Delgado, de Carme Teatre, una sala del centro histórico de Valencia de unas ochenta butacas, dice que en cualquier caso hay conflicto "porque las instituciones locales apoyan lo antiguo, pero el público cada vez frecuenta más nuestras salas y los espectadores y la profesión nos apoyan en nuestro objetivo de mostrar no sólo nuestras producciones, sino otras, preferentemente valencianas y en ambas lenguas", comenta. Lo cierto es que en Valencia surgen muchos grupos y creadores que investigan nuevos lenguajes, como Flotant, La Coja, Cel Ras, Alejandro Jornet, La Columna y Catarastoceteatro, entre otros.

Un claro apoyo que les llega a los nuevos grupos es a través de la Muestra de Teatro de las Autonomías, una aventura que se inventó hace trece años José Manuel Garrido, profesional ligado a la escena desde los años del teatro independiente y que ha pasado a la historia como creador del Inaem, que dirigió durante siete años, y desde el cual fundó, entre otros organismos, el ya desaparecido Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas. Garrido, hoy director del Teatro de Madrid, es el que ha acuñado, tras muchas dudas, lo de teatro de la nueva realidad: "Lo de emergente o alternativo es muy complicado; yo el teatro que selecciono para la muestra es el de la nueva realidad". Sostiene que el cambio producido en España estos años por la actuación de las políticas teatrales de las diferentes autonomías es enorme: "El talento no se inventa desde una política cultural, pero cuanto más apoyo, más posibilidades hay de que salgan cosas cada vez mejores. Hace 20 años la aspiración de estos grupos era terminar en Madrid o en Barcelona y hoy ya no lo necesitan, tienen otros cauces".

Claro que también existe algún ejemplo contrario, como el caso de La Zaranda, que siempre ha declarado que le cuesta mucho trabajar en Andalucía y hoy son icono internacional de buscadores de lenguajes escénicos. "Yo no sé lo que es teatro emergente..., teatro alternativo tampoco, yo sólo entiendo de teatro, de un teatro en vertical que pone en comunicación al hombre con Dios, porque el teatro es el lenguaje que tiene Dios para hablar con los hombres; el teatro sólo tiene un nombre y lo demás son etiquetas", dice con su andaluz cerrado el director, a lo que añade Eusebio Calonge, autor de los textos poéticos y minimalistas de este grupo: "La Zaranda está donde está el valor, ahí estamos con las compañías que se arriman a donde está el riesgo, no las subvenciones, ni la taquilla".

José Ramón Fernández, uno de los pocos dramaturgos que desde que se decantó por ese oficio se ha situado en este frente, habla del teatro alternativo: "Hace referencia a dos cosas diferentes que en ocasiones coinciden: una serie de espacios donde se han forjado las últimas promociones de profesionales de teatro, y un tipo de teatro específico que se caracteriza por el riesgo en la forma, el compromiso y la libertad en el contenido y la no consideración del mercado como un factor importante en el desarrollo de sus creaciones", dice el autor de Nina, quien apunta que de la coincidencia de estos dos significados diferentes surgió en los noventa una promoción de autores, directores, actores, coreógrafos, bailarines..., nacidos en torno a la década de los sesenta, como Antonio Fernández Lera, Lluïsa Cunillé, Rodrigo García, Yolanda Pallín, Angélica Lidell, Laila Ripoll, pasando por una de las mejores generaciones de danza contemporánea que se han visto en Europa.

Sostiene, no obstante, que después de casi dos décadas sigue la misma situación de precariedad en las compañías y muy parecida en las salas: "Entonces, como ahora, lo que se da son cantidades inmensas de generosidad y talento por parte de actores y directores que optan por la autoexplotación para montar el teatro que les apetece", señala Fernández.

Este autor, que espera estrenar en alguna sala alternativa So happy together (escrita a diez manos con otros cuatro autores), dice que lo normal es que los nacidos en los setenta vayan haciéndose con el protagonismo en estos espacios. "Ojalá tengan la suerte de mi generación, que nos encontramos con gente estupenda y que gracias a que hemos podido crecer en estas salas ha habido responsables de grandes espacios que se han fijado en algunos integrantes de esta promoción y les han dado la oportunidad de desarrollar algunos proyectos sin agobios económicos y en condiciones óptimas de producción", dice Fernández, quien pone de ejemplo para que se den condiciones favorables proyectos como el T6 del Teatro Nacional de Cataluña o la Escuela de Actores de Las Palmas, "donde han empezado a sembrar, primero, talleres de escritura; más adelante, lecturas, publicaciones, promoción, algún premio y proyectos que comuniquen a los nuevos dramaturgos con actores y directores de su generación. Si hay suerte, dentro de cuatro o cinco años hablaremos de una nueva promoción de teatro canario".

Claro que como contraejemplo está la casi trágica desaparición de la madrileña sala Ítaca. En poco tiempo (cinco años) su director, Pepe Ortega, la consolidó con una de las programaciones más interesantes del panorama escénico español. "Han fallado todas las previsiones que teníamos; de nada ha servido esa valoración crítica tan grande, que no se ha podido traducir en recursos", señala Ortega, quien ha hecho un teatro de calidad para adolescentes con su montaje de El coloquio de los perros, de Cervantes, que vieron 25.000 chavales. "Esto jamás hubiera ocurrido en Barcelona o en Andalucía..., ni en ningún sitio razonable; nuestros trabajos han estado en cabeza en la crítica madrileña y ni siquiera nos han metido en la Red de Teatros de la Comunidad; en esta ciudad los temas burocráticos son surrealistas, y desaparecemos aun siendo baratísimos de mantener y con nuestra rentabilidad cultural tan importante", dice.

Los catalanes, en cambio, cuentan con apoyos de la administración municipal y autónoma y les va mucho mejor, algo que se nota a todas luces cuantitativa y cualitativamente. Toni Casares lleva la sala Beckett, decana en Barcelona, a punto de cumplir 20 años con algo menos de 100 butacas y desde donde han surgido proyectos y creadores escénicos de primer nivel. Estos espacios con el tiempo han ido perdiendo un poco su especificidad y sus líneas artísticas se han desdibujado: "Ahora es más difícil dilucidar quién y qué es alternativo", señala Casares, quien recuerda que la Beckett, fundada por Sanchis Sinisterra, los primeros años respondía a un perfil de experimentación y acogía propuestas fronterizas entre el teatro y otras disciplinas; pero en la última década se ha puesto el acento en la promoción de la dramaturgia textual contemporánea, "catalana, española e internacional para que se produzca un diálogo", señala el director de la Beckett.

Hermann Bonnin, director del prestigiado Espai Brossa, dice que ellos no son alternativos a nada: "Tampoco somos emergentes, aunque la palabra es bonita", dice este director, que piensa que los emergentes en Barcelona son gentes como El Almacén, Antic Teatro, Area Tangent, La Semolina, Simona Levi, "ellos serían los que ofrecen alternativas con sus espacios, muy singulares, que a lo mejor no reúnen lo que exige la normativa, pero el Ayuntamiento lo ve bien e intenta darles algo de soporte, y si no están en óptimas condiciones, lo estarán dentro de un tiempo", comenta Bonnin, quien cree que de cinco años a esta parte hay un movimiento renovador, mientras que los que tienen pequeñas salas, aunque agrupados en una coordinadora, no se pueden homologar en contenidos. Espai Brossa nació en 1997 por amistad con Joan Brossa (quien murió un año después), el gran creador vanguardista que dejó una gran obra plástica, poética y dramática.

"El concepto alternativo no nos gusta a nadie; si hay algo que nos puede identificar es que somos teatro de primera fila, con aforo muy reducido; eso sí, en Cataluña en estos teatros están los mismos actores que al cabo de unos meses serán primeras figuras en grandes teatros públicos, pasa también con los directores", comenta Bonnin, quien cree que el futuro está muy bien siempre y cuando las administraciones sigan apostando lo justo para sobrevivir.

La Sala Gaudí (186 butacas) y Versus Teatro (116), ambos de Barcelona, son dos espacios en los que está involucrado Ever Blanchet, que dirige la primera y asesora en el segundo. Se autodefine como especulador de tendencias y es el único que tiene claro que lo que hacen sí es teatro alternativo: "El comercial y el público están prisioneros en unas coordenadas muy claras; además todo el mundo tiene claro lo que hay que hacer, dar paso a los jóvenes y a las nuevas dramaturgias, porque sólo hay debate en las alternativas y muchas veces los grandes teatros sólo programan algo que se ha probado antes en las alternativas, no se arriesgan, un poco porque no pueden, otro porque no quieren y otro porque no saben", dice Blanchet, para quien mantener una sala de estas características es un desgaste muy grande.

Una de las experiencias más interesantes de todo el panorama nacional es La Fundición, en Bilbao. Desde allí Laura Etxebarria cuenta que ellos han renunciado a su propia compañía para convertirse en un centro de recursos para el teatro emergente del País Vasco. Por allí han desfilado nombres significativos del teatro español más experimental, como Rodrigo García, Carlos Marquerie, Elena Córdoba, Mónica Valenciano, Malpelo, La República de Fernando Renjifo, Antonio Fernández Lera, Matarile Teatro, Cambaleo, Legaleón... Creadores que también han recogido festivales como Escena Contemporánea y Festival Veo, dos de los más determinantes a la hora de programar teatro de vanguardia. "Somos una especie de mediadores culturales", dice Etxebarria, y señala que han tenido especial atención con los movimientos renovadores de la danza en el País Vasco aunque también con otras propuestas innovadoras, como La Fábrica de Teatro Imaginario.

Buena prueba de que hoy el teatro de la nueva realidad transita por territorios que eran inimaginables para los más vanguardistas escénicos hace una o dos décadas es el auge que ha habido con el teatro clásico. Hace quince o veinte años los festivales dedicados a textos del Siglo de Oro no encontraban grupos de gente joven que programar. Ahora es todo lo contrario. Ahí están ejemplos como el del director y actor Juan Diego Botto, que este verano se ha enfrentado a Hamlet; el director Mariano de Paco, que se está dejando su juventud en torno a los clásicos, o Juan Dolores Caballero, del sevillano Teatro del Velador, que alterna textos de las vanguardias europeas de entreguerras con Las gracias mohosas, un curioso texto de una de las pocas autoras clásicas, Feliciana Enríquez de Guzmán, con resultados escénicos deliciosos.

Botto, que junto con su madre, Cristina Rota, está al frente del Centro de Nuevos Creadores con una pequeña sala, El Mirador, en el centro de Madrid, dice que al menos en la ciudad en la que trabaja y vive el teatro pasa por un momento más dulce: "Pero el Ayuntamiento no pone facilidades, sino más bien obstáculos, y es muy difícil tener las licencias adecuadas, llevamos a cabo proyectos comprometidos porque somos suicidas y kamikazes y nos hipotecamos, con todo no acaban con nuestra voluntad, con nuestro amor al teatro y nuestro deseo de seguir investigando, pero son fórmulas de riesgo, aunque aquí están los laboratorios donde se germina todo", señala el actor, que todo lo que gana en cine lo reinvierte en teatro, a lo Vittorio Gassman.

Mariano de Paco, que este año se ha inclinado por un shakespeare (La fierecilla domada), dice que hoy el teatro alternativo no se identifica ni con un formato ni con una sala: "Hoy se ha convertido en el teatro personal que cuenta una historia y se transmite con otros tintes diferentes a través del nuevo arte escénico", dice este creador, que no oculta que los que no tienen sala, ni compañía, ni productora, ni son del teatro comercial, ni del público, lo tienen muy difícil: "La gran dificultad que en su momento fue la producción, ahora es la distribución; nos hemos convertido en autogeneradores de proyectos que tienen calidad, pero es necesario reinventar los cauces de distribución para que lo que potencialmente puede interesar pueda ser visto".

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