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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Simenon, Perico y el verano

A la espera del clásico estival de este diario que es la columna en el Quadern sobre el Pickwick de Dickens, Jordi Llovet dedicaba su sección de ayer a otros autores clásicos de lectura recomendable cuando el calor aprieta. Con su escritura siempre pétillante y culta, el crítico colocaba a Musil y a Mann del lado del invierno y a sus queridos ingleses -Swift, Fielding, Gerald Durrell o Wodehouse- como refrescos necesarios para aliviar la canícula. Lo bueno del sabio Llovet es que, aparte de la información que aporta, siempre te estimula a elaborar tu propio listado. ¿Qué autor hubiera añadido yo? Georges Simenon, sin dudarlo un instante. Será porque el verano es tiempo de viajes -pocos placeres superan al de leer una historia del comisario Maigret durante un desplazamiento en tren- o porque cuando mejor se comprende un helado puerto atlántico sumido en la bruma es cuando se suda la gota gorda, el caso es que siempre he metido en el equipaje unas cuantas novelas del gran belga. Ahora mismo ando con La mala estrella, una serie de retratos de ratés -fracasados- con los que Simenon se topó en sus viajes por el mundo.

El Quadern y Simenon me llevan a otro autor, éste no literario, pero también asociado al verano: Perico Pastor. Ahora mismo -hasta el 6 de agosto- Perico expone en la sala Parés sus refusés, dibujos que habían quedado olvidados en el fondo de los cajones de su estudio y a los que el artista ofrece una segunda oportunidad llevándolos a la sala de exposiciones, del mismo modo que Simenon repescó para la imprenta a sus monumentales ratés. Uno y otro procedimiento persiguen el mismo objetivo: convertir a los olvidados en recuperés al contacto con la luz pública.

La amistad con Perico me permitió acercarme antes, con otros colegas periodistas, hasta su estudio en el Poblenou y rebuscar entre sus cajones para comprar un dibujo con el que obsequiar a un amigo que se casa. Tras muchas dudas, dimos al fin con uno de esos señores gordos que siempre ha dibujado Perico, un gordo en camiseta imperio, visto de espaldas. Nuestro amigo casadero no es precisamente de talla pequeña, pero no fue eso lo que nos convenció, sino la serenidad que desprende la composición, ese gesto cotidiano rescatado del olvido, atrapado para siempre en el papel. A muchos periodistas nos gusta Perico, como nos gusta Simenon, porque reconocemos en ambos la crónica elevada a la categoría de arte, el relato preciso, la historia bien contada, como querríamos saberla contar nosotros.

Pero la visita al estudio me dejó insatisfecho en un punto: ese es un privilegio que no queda al alcance del lector de esta página. De modo que otro día me fui a la Parés a zambullirme en el capazo de refusés-recuperés de pequeño formato que Perico renueva conforme se van vendiendo. En este caso quería obsequiar a una joven que ha culminado brillantemente su bachillerato con una tesina sobre las ilusiones (físicas, matemáticas, literarias, artísticas). Y di con dos perfiles encarados, realizados de un solo trazo de pincel, dos figuras a punto de hablarse para explicarse quién sabe qué historias de olvidos y recuperaciones, ilusiones y realidades, expectativas y temores. Me pareció que esas dos figuras eran una invitación al conocimiento, que es lo mejor que puede desearse a un estudiante a punto de encarar el tramo final de su formación. Y fue en ese punto cuando me pregunté por qué Perico, como Simenon, me saben a verano. La única explicación que se me ocurre la apuntaba Llovet en su columna: esta estación invita a la narración y la aventura, mientras que el invierno es tiempo de ensayo, de reflexión y de contemplación poética. En fin, cada uno se fabrica la historia a su medida y la mía para no olvidar a la gente que quiero -Simenon, Perico, Llovet, el amigo casadero y la joven universitaria- ha sido ésta. Que tengan un feliz verano.

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