Largo fin de semana en Benicàssim
El FIB más ecléctico y diverso en muchos años tuvo un poco de todo
Hay imágenes capaces de englobar en su propia simplicidad todo el tuétano de un extenuante fin de semana, de más de 40 horas de música en directo consumidas en apenas cuatro días. El rostro sonriente y agradecido de Leonard Cohen ante una multitud de lo más intergeneracional que se ha visto por Benicàssim en 14 años, con el atardecer aún caliente, manda por sí solo al garete los cientos de litros de cerveza consumidos, los cientos de ritmos sincopados de usar y tirar y los cientos de detalles coyunturales que, al dictado de las modas, hacen del FIB un inmejorable termómetro de la actualidad musical internacional. Porque con su sobrio magisterio y canciones eternas como Suzanne, Hallellujah o Dance me to the end of love no hay coordenadas temporales que valgan: el más leve de los susurros de Cohen vale prácticamente por todo el festival.
Un certamen al que, por cierto, muchos aún presuponen una ortodoxia indie que casi nunca ha sido tal (ni siquiera cuando en su segunda edición Orbital y Chemical Brothers protagonizaron su última noche). También hubo magisterio en la reunión de los extraordinarios My Bloody Valentine, cuya brutal descarga de cegador ruido blanco aún debe resonar en los oídos de un público que este año ha comparecido muy disgregado según su nacionalidad. Adentrarse con tiempo justo en algunas de las carpas atestadas de británicos para ver a Justice, Hot Chip o Tricky, era casi una heroicidad. Quizá por eso las bandas hispanas -y gran parte de su público-, cada vez más relegadas a horarios tempranos, hicieron gala de un orgullo patrio (en sintonía con la euforia futbolística) que tuvo mucho de autovindicación. Había motivos para ello, con propuestas tan provechosas, punzantes y nada lánguidas como son las de Lori Meyers, El Guincho, Manos de Topo, El Columpio Asesino y los espectaculares Morente y Lagartija Nick.
Por lo demás, el FIB más ecléctico y diverso en años tuvo de todo. Pocos conciertos sobresalientes -a excepción de los dos primeros mentados más arriba- pero unos cuantos notables, como los de Gnarls Barkley, Richard Hawley, Spiritualized, The National, My Morning Jacket o American Music Club. La brillantez ocasional de Babyshambles, Róisín Murphy o The Kills compensó algunos de sus desvaríos, mientras que The Brian Jonestown Massacre, The Raconteurs o Siouxsie no trascendieron lo rutinario. Mika puso el preceptivo paréntesis de desparrame festivo, tan bailable como irritantemente hortera. Y Morrissey, ese grandísimo escenificador de la autoflagelación sentimental, nos regaló por fin el sólido (que no totalmente redondo) concierto que nos escatimó hace dos años. ¿Se puede pedir más? Seguramente sí, aunque no parece que, dado el estrecho margen dejado por una competencia que aún se lame las heridas que se buscó a conciencia, sea demasiado fácil.
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