"Nadie nos ha avisado de nada", se lamentan los vecinos del golf
La vivienda de Jesús García y Rosa Quintana está pegada al campo de golf de Noja (Cantabria). El matrimonio de jubilados descansa frente al televisor nada más comer. Saben que la Guardia Civil anda por la zona, pero nadie les ha dicho que abandonen su casa unifamiliar. Jesús dormita y se despierta de golpe por el estruendo de la bomba. Cuando la pareja sale de su casa puede ver a los guardias civiles que rastreaban el campo de golf con sus perros corriendo de un lado a otro. Junto a su casa, en el muro, hay un boquete. Están asustados, aturdidos.
De la casa de enfrente, justo al otro lado de la calle, a no más de cinco metros, salen voces. La familia de María Jesús González, veraneantes de Valladolid desde hace 42 años, no se lo puede creer. "Nadie nos ha avisado de nada". Estaban terminando el postre en su jardín cuando estalló la cuarta bomba que ETA colocó ayer en Cantabria. Nadie les ha dicho que existía riesgo. A la "abuela" le ha caído un cascote en la espalda, junto al hombro. Solamente le ha hecho un rasguño. La hija de María Jesús está embarazada de ocho meses y dice que está bien, pero "nerviosa". Llega una ambulancia y entran la abuela y la nieta. La Guardia Civil empieza a acordonar la zona de seguridad y pide a la prensa que se separe. Al poco, sale la ambulancia con la embarazada porque existe riesgo de que la explosión y los nervios le hayan adelantado el parto.
María Jesús descuelga el móvil y grita nerviosa: "Me han puesto una bomba en el chalet". Pepe, su marido, le pide que se calme. No lo logra. Nadie entiende que la Guardia Civil estuviera rastreando todo el perímetro del campo de golf y no desalojara a la gente de las viviendas colindantes y a los muchos espectadores, incluida la prensa.
Pepe relata que a las cinco de la mañana le habían despertado unas voces. Asegura que es normal que gente joven que pasa haga ruido, pero que la noche pasada había sido distinto. Se habían quedado un rato y decían en voz baja: "Aquí o allí". Le sorprendió por ser diferente del ruido habitual, pero no fue capaz de imaginar que posiblemente había escuchado las voces de los terroristas que estaban colocando una bomba junto a su residencia de veraneo.
La Guardia Civil pide colaboración. Llegan refuerzos y empieza el rastreo, la búsqueda de pistas. Llega otra ambulancia, pero ya no hace falta. El ruido de la bomba ha sido fuerte, sordo, pero prácticamente sin humo. En la zona no huele a quemado. Un vecino, cuyo coche estaba aparcado junto a la valla lo retira, con ligeros daños, incluso antes de que la Guardia Civil controle la zona. Es la última bomba del día y la matiné de terror prevista por ETA se cierra a la hora prevista, las tres.
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