Lecturas
Una vez concluidos los distintos congresos provinciales del PSOE andaluz, cabe preguntarse qué hacían metidos hasta las cejas en la pelea partidaria destacados integrantes del Gobierno de Chaves, como ocurre con el consejero de Turismo y Deportes, Luciano Alonso, o la de Justicia, Evangelina Naranjo. Pleno derecho tienen, desde luego, a la participación activa en la vida orgánica de su partido pero, al mismo tiempo, eran conscientes de que actuaban precisamente en contra de los propios intereses de Chaves, poco dado a que se abran frentes internos en cada una de las agrupaciones. Tal vez ha podido ocurrir que alguien les vendiera cierta mercancía averiada, que recibieran determinados gestos cómplices por parte de las más altas instancias, tan altas que nadie ha visto esas señales por ninguna parte.
Y ahora vienen las consecuencias. Aparecen ante la opinión pública como perdedores sin que, para colmo, la militancia haya tenido algo claro sobre el mensaje que preconizaban. En el caso de Sevilla, el fiasco ha sido total. El principal impulsor del sector crítico, el alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín, se ha cubierto de gloria. Ha rozado el ridículo arrastrando en su ruina a unos cuantos ingenuos que le secundaron desplegando una estrategia infantil y absolutamente carente de argumentos.
De lo de Málaga llama en especial la atención la propensión de algunos por sembrar dudas y arrojar sombras por doquier, una actitud que recuerda a los tiempos belicosos de defenestrados dirigentes, sin reparar siquiera en el daño que le hacen a su propio partido. Mientras tanto, en Jaén, el vicepresidente primero, Gaspar Zarrías, se dispone a inaugurar una nueva etapa como secretario general.
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