No pinganillo, no 'party'
El pelotón, partidario del auricular aunque reste romanticismo a la ronda, que lo quiere prohibir
Iván Gutiérrez estuvo 159 kilómetros escapado. Le pillaron justo cuando estaba empezando a saborear la victoria, a diez kilómetros de la meta. En realidad sabía que el pelotón acabaría cazándole. "Me iban diciendo por el auricular quién estaba tirando por detrás. Y si es el Liquigas, fin de la batalla", comentó. El pinganillo parece un objeto cualquiera: los mecánicos lo dejan cargándose por la noche y por la mañana cada corredor se pone el suyo. Hay quien, como Nibali (pronúnciese esdrújulo, Ní-ba-li, no llano) siempre se lo deja en el autocar y tiene que volver a por él. Danilo di Luca lo odia porque le da dolor de cabeza y Flecha porque le deja sordo. Filippo Pozzato, aunque lo defienda, dice que al final son las piernas las que marcan las diferencias. Los ex ciclistas como Perico Delgado dicen que uno como Chiappucci con pinganillo no habría existido. Los ex directores como Echávarri lo comparan con el buen vino por eso de que hay que saberlo utilizar en su justa medida. Y los directores de ahora creen que es algo imprescindible. ¿Y el romanticismo? Ni hablar, dicen, eso ya no existe.
"De qué serviría un director sin auricular?", se pregunta Claudio Corti, del Barloworld
"Chiappucci no habría existido con pinganillo; su director lo habría sujetado", dice Perico
Precisamente por eso, para recuperar la improvisación, el espectáculo y una pizca de rebeldía, Christian Prudhomme, director del Tour, se ha planteado prohibirlo y quiere hacerlo ya en el próximo tour del Porvenir. En el pelotón dicen que la suya es una batalla perdida -el sindicato de ciclistas ha hecho una encuesta y el 70% de los corredores ha votado a favor del auricular-. "El romanticismo no puede existir en la época de la tecnología. El pinganillo es igual de importante que la grabadora para un periodista y la cámara digital para un fotógrafo. Si lo llevan los pilotos, ¿por qué no lo pueden llevar los ciclistas?", se pregunta Guido Bontempi, director deportivo del Lampre.
"Evita accidentes en la carretera, antes tenías que ir subiendo y bajando con el coche para saber si todo iba bien, ahora enseguida sabes si tu corredor necesita algo", continúa Bontempi. "Sin auricular, ¿de qué serviría un director? Para nosotros es el equivalente del time out en el baloncesto", cuenta Claudio Corti, team manager del Barlowolrd. Corti es de la vieja escuela, de los que empezaron a dirigir equipos cuando todavía no existía al auricular. "Sin él no aumentaría el espectáculo. Los ciclistas no son estúpidos, no hace falta decirles que tienen que atacar si hay un escapado".
Pero, afortunadamente, queda algún romántico. Uno de ellos es Flecha, que echa de menos el contacto con los directores. "Ellos se escudan en el tema de la seguridad, pero en realidad saben que sin pinganillo perderían protagonismo y, de salir mal las cosas, no podrían justificarse", dice el corredor del Rabobank. "Al final estás más pendiente de si funciona bien que de otra cosa. Yo echo de menos las charlas tácticas de la mañana. Duran cada vez menos: 10 minutos y fuera. Total, dicen, para los detalles está el pinganillo, nada de verse las caras", lamenta.
Lejos quedan los tiempos en que los directores iban a golpear a las puertas de los ciclistas. Ahora prima el espionaje: existen unos escáners que permiten escuchar las órdenes impartidas por los otros directores en carrera. "Se ha creado una dependencia excesiva con el aparato éste, parece que sin ello no sabes correr", se queja Flecha. "Pero es que es la única forma que tiene uno para reaccionar rápido", apunta Nibali. "No somos marionetas teledirigidas. Recibimos informaciones sobre tiempos y peligros. Sin el auricular todo sería menos mecánico, pero estaríamos más indefensos", concede Iván Gutiérrez, quien cree que lo importante es que las ordenes no perjudiquen a nadie. "Sé que hay directores-dictadores que te anulan", confiesa.
Perico Delgado nunca corrió con pinganillo y cree que a través de ello hoy se puede sacar más rendimientos a algunos ciclistas. "Entonces se sabía cuáles eran los buenos corredores porque delante de un imprevisto no sólo había que reaccionar rápido sino saber en qué sitio estar para hacerlo", dice el ganador del Tour del 88. "La cabeza loca Chiappucci no habría existido; con pinganillo su director lo habría sujetado", cuenta Delgado con la memoria en la etapa de Sestriere de 1992. Chiapucci coronó primero allí arriba, después de haberse escapado en el primer puerto y haber cruzado los cuatro que quedaban en solitario.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.