En la cima
Cuando se ha alcanzado la cima, que es donde está ahora el PSC, sólo queda una cosa por hacer: bajar. La cuestión está en saber cuándo se iniciará el descenso y, si es posible acampar, en retrasarlo al máximo. A ello se dedica el congreso socialista. En Cataluña, la otra gran historia de éxito tras la dictadura, la de Jordi Pujol y su Convergència, duró 24 años, y es comprensible que otros intenten emular su duración. Está a su alcance, pero no es fácil.
El eslabón más débil de la cadena de éxitos que jalonan la trayectoria del PSC es precisamente uno de los que logró primero: la alcaldía de Barcelona. Es el punto en el que la amenaza de tener que empezar el descenso está más clara. Hay un obvio desgaste, tras 29 años con las máximas responsabilidades en la capital de Cataluña, que afecta tanto a la calidad del liderazgo como a la del equipo y a las ideas.
La situación en Barcelona tiene cierto paralelismo con uno de los problemas con que el PSC tropieza también en el Gobierno catalán. Se trata de la manifiesta incapacidad de convertir la titularidad de la alcaldía y de la presidencia de la Generalitat en un liderazgo político y social que vaya más allá del simple ejercicio administrativo del cargo.
No es una cuestión de características personales de quienes protagonizan el reto, aunque desde luego eso cuenta lo suyo. La imposibilidad de encontrar relevos potentes y atractivos a figuras como la de Maragall habla un cierto agotamiento de la cantera y, también, del método. El PSC ha llegado a aquel punto en el que lo que sube es la burocracia, que en su caso son dirigentes formados en el diligente ejercicio de responsabilidades municipales. El resultado es el imperio de la mediocridad.
El último gran éxito logrado, la deslumbrante victoria en las legislativas, indica sin embargo que cuando trabaja para un líder con altas capacidades y para una oferta importante, el PSC constituye una de las más eficaces maquinarias políticas existentes en España. Ahí es nada, aportar 17 escaños de distancia con el PP. La inquietante sorpresa que ha surgido después del 9 de marzo ha sido comprobar que el PSOE no les reconoce el éxito. Al revés, parece que se imponga la tesis de que existe una relación inversa entre ganar en Cataluña y ganar en Madrid, Valencia y las Castillas.
La sombra que esta situación proyecta sobre el futuro inmediato es muy larga. Y oscura. Afecta, entre otras cosas, a las expectativas en la gestión del Gobierno de la Generalitat, un reto para el que no hay garantías de éxito, una batalla en la que todo va muy justito.
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