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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

La araña (también) teje en verano

Manuel Rodríguez Rivero

Ten cuidado con lo que deseas en tu juventud porque lo obtendrás en tu edad madura. La frase anterior, que Stephen Dedalus (Ulises) toma prestada de Poesía y verdad, de Goethe, no se me puede aplicar sin matices. Además de tener en mi cuarto un grifo del que manara coca-cola fresquita, el otro gran deseo de mi adolescencia era permanecer la mayor parte del tiempo en la cama sin estar enfermo. Y, aunque eso tampoco lo he conseguido, no me han faltado progresos en dicha dirección. Por ejemplo: una buena parte de todo lo que he dicho en voz alta durante mi vida adulta, lo he proferido mirando al techo desde el diván del psicoanalista durante sesiones de cuarenta y cinco minutos a razón de dos veces por semana. Y no a cualquier lugar del techo: exactamente a una moldura de la esquina derecha del sanctasanctórum psicoanalítico, en torno a la cual he asistido, a lo largo de los años, a repetidos intentos de sucesivas arañas de tender una red para capturar a sus diminutas e indefensas víctimas. Es más: a menudo, cuando me encontraba tan abstraído en la asociación libre que me sentía como Molly Bloom (por seguir citando al clásico) en pleno flujo de conciencia, la transferencia se trasladaba del psicoanalista al mencionado artrópodo, con cuyos tejemanejes me identificaba plenamente. Algún día, si es que aún queda alguien ahí para leerme, les contaré cómo fue mi encuentro con el psicoanálisis. Hoy me conformo con recomendarles La regla del juego. Testimonios de encuentros con el psicoanálisis (Gredos), un volumen compilado por Bernard-Henri Lévy y Jacques-Alain Miller (el albacea de Lacan y guardián de las esencias). En él se recoge un centenar de testimonios de gentes que pasaron (o no) por el diván, desde Isabelle Adjani o Tahar Ben Jelloun, a Jean Luc-Nancy o Élisabeth Roudinesco. Para la edición en español, Lidia López Schavelzon (¿de qué me sonará este apellido?) ha incluido a diversos analizados o analizandos hispánicos: Arrabal, Etchegoyen, Piglia, Saer, Suso de Toro ("creo que le debo a Freud ser más inteligente de lo que habría sido", confiesa el escritor gallego) o Eugenio Trías. Todos explican lo que les supuso su "encuentro" (¿epifanía?) con el psicoanálisis. De entre todas las respuestas me quedo con la del novelista Frédéric Beigbeder, que no me resisto a transcribirles: "Yo no hice psicoanálisis. Ando muy mal. Ésa es la prueba de que el psicoanálisis es una ciencia exacta". En lo que a mí se refiere, debo confesarles que desde que empecé este comentario, he notado que mi cintura se estrechaba extraordinariamente y mi abdomen aumentaba de volumen, al tiempo que segregaba una sustancia pegajosa, como gruesos hilos de seda, que se han ido fijando al techo. En cuanto a mis extremidades: oigan, que ya no puedo seguir tecleando. Socorro.

Lo peor de la "guerra contra el terror" es que terroristas y antiterroristas terminan pareciéndose demasiado

Perejil

Hace unas semanas Barack Obama fue fotografiado con el libro que estaba leyendo. A los pocos días The Post-American World (Norton, 22,95 dólares) entraba en todas las listas de superventas, lo que confirma que no hay mejor campaña de marketing que la que emprende un ídolo mediático: estoy convencido de que hasta La muerte de Virgilio, de Hermann Broch (Alianza), habría ido bastante mejor with a little help de Ronaldinho o Isabel Pantoja, pongo por caso. El autor del libro es Fareed Zakaria, viejo conocido de Taurus (El futuro de la libertad, 2003) y Gedisa (De la riqueza al poder, 2000). Zakaria, editor de Newsweek y uno de los más citados comentaristas norteamericanos, vuelve a plantearse el futuro de EE UU, añadiendo fuel al debate entre optimistas y declinistas, un subgénero muy rentable para la industria editorial del Imperio. Simplificando, la tesis de Zakaria viene a ser: bueno, en el mundo actual ascienden "los otros" (China, India, Rusia, Brasil, Europa, etcétera); el poder cultural, financiero, tecnológico y económico se ha diluido, ya no nos pertenece en exclusiva. Pero EE UU, que sigue siendo la superpotencia militar, no tendrá un papel irrelevante si hacemos las cosas bien (no como Bush). Podemos organizar el nuevo orden "posamericano": somos mediadores, los gobiernos recurren a nosotros para resolver sus conflictos internacionales. Y Zakaria ilustra esa capacidad de mediación con un glorioso ejemplo referido a un asunto semejante (dice) a una "ópera cómica": el conflicto de Perejil, del que acabamos de celebrar el aniversario en Ouxda, con muchas banderas marroquíes, un pañito rojigualda y los consabidos desplantes y pellizcos de monja protocolarios con los que los regímenes autoritarios acostumbran a manifestar su malestar. Ni la UE, ni la ONU, pudieron hacer nada cuando a uno y otro lado del Estrecho rechinaron los dientes chovinistas y las mentes calenturientas se acordaron de la Reconquista de ochocientos años. En un mundo unipolar, dice con cierta coña Zakaria, le tocó resolver la papeleta a Colin Powell, representante cualificado del único superpoder respetado (o temido) del planeta. Y lo hizo a golpe de teléfono y con prisas, porque (y esto es una importante revelación) el secretario de Estado tenía que desactivar el contencioso antes de que llegaran a su casa sus nietos, con quienes se había comprometido a bañarse en la piscina. Y lo consiguió justo cuando entraban por la puerta: si todavía viviera, Norman Rockwell habría perpetuado el momento en uno de sus estupendos cromos patrióticos. En cuanto a Perejil (o Leila), me llegan rumores sin confirmar de que los diplomáticos del Reino de Redonda se aprestan a solicitar a los reinos de Marruecos y España la cesión en usufructo del islote, con el fin de establecer en el Estrecho una república de las letras donde celebrar, entre cabras y gaviotas, bolos, conferencias y encuentros internacionales de escritores.

Coda

Lo peor de la "guerra contra el terror" es que, como uno se descuide, terroristas y antiterroristas terminan pareciéndose demasiado. Los terroristas, cuya táctica se basa en el asesinato aleatorio de personas inocentes, no sólo devalúan a los individuos a quienes eliminan, sino también al grupo al que pertenecen. Michael Walzer explica en Terrorismo y guerra justa la amplia casuística de comportamientos y estrategias en el combate contra quienes asesinan indiscriminadamente, basándose en los principios del ius in bello, que ya había expuesto en Guerras justas e injustas (Paidós). El importante texto, publicado en 2004 en la revista Claves, ha sido recuperado por Katz en su magnífica colección Dixit, cuyo único defecto son sus disuasorios precios (72 páginas, incluyendo una entrevista de relleno de casi 30, por 9 euros). En todo caso, y a pesar de los ponderados argumentos que Walzer proporciona en este librito, imprescindible para quienes deseen aclarar sus ideas respecto al gran tema de nuestro tiempo, lo cierto es que, parafraseando al Calígula de Camus (todavía resuena en mis oídos la interpretación convenientemente histriónica de José María Rodero), los hombres se matan y no son felices. -

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