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FUERA DE CASA
Columna
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El Camino: pícaros, peregrinos y burdeles

Hemos recorrido una parte del riojano Camino de Santiago. Unos días travestidos en peregrinos. La mochila cargada con nuestra poca fe, sin sellos de mercaderes, ligeros de equipaje. Más seguidores de Jack Kerouac que de Santiago Matamoros. Caminantes sin gregoriano, paseantes con el iPod lleno de músicas de Tom Waits, uno de nuestros profetas. Me puso la banda sonora por este misterioso, viejo e imprevisible camino europeo. Su voz de aguardientes, caminos, tabernas y burdeles -la misma que mañana nos hará peregrinar a Barcelona y escuchar su mensaje en directo- dice cosas, canta historias que hacen meditar en el peregrinaje por estos senderos de santos y pecadores. Una de las canciones de su disco dedicado al maldito, o sangriento, dinero, ese ídolo pagano, dice que "Dios está en viaje de negocios". Dios on the road. Y no le va mal. Estelar negocio que empieza desde la curiosidad, desde la fe, la aventura o el deseo de fuga, y termina, a golpes de tarjeta de crédito, cerca de nuestro finisterre gallego.

Tentaciones de todo precio. Adaptadas al cliente, crecen y se transforman con los siglos

A lo largo del Camino crecen los negocios. Bodegas, mesones, hostales, templos, burdeles..., conviven desde sus orígenes y ofrecen sus mercancías al peregrino. Tentaciones de todo precio. Adaptadas al cliente, crecen y se transforman con los siglos. Nos tropezamos con faunas de variado pelaje. Disfrazados de místicos, capaces de vender su imagen por unas monedas. Lenguaraces o silenciosos, veteranos peregrinos que han sabido vivir por la barba de la candidez del turista de santidades. Pícaros de la calzada, capaces de robar hasta los huevos del gallinero de la catedral de Santo Domingo. Podían venir de allí los que nos comimos, a precio de asalto, en un mesón al lado del monasterio donde nuestra lengua empezó en "roman paladino en el cual suele el pueblo fablar a su vecino". Ni Gonzalo de Berceo, ni el pobre de San Millán podrían fondear en esos garitos.

Seguimos los desvíos. Veo subir, disfrazado de Bahamontes, al monasterio de Suso a Carles Francino. Como no creo en los milagros, con mis pies de plomo, propongo parada y fonda en Ezcaray. En Echaurren, que nunca falla. Al lado de la casa natal de uno de nuestros más bohemios y trágicos poetas, Armando Buscarini. Brindamos con vino divino por el versificador de rezos y blasfemias.

Estamos condenados. Nos encontramos con María San Gil, buen color, buen humor y sin apariencia descentrada. Regresamos al camino. Allí, un moderno burdel. Seguimos. Nos salvamos del pecado. No como aquel viajero alemán que hace siglos por allí se encontró "gente burlona, y la hospitalera hace muchas picardías a los peregrinos...". No era hospitalera. Se llamaba Carla, venía de los Balcanes y quería hacerse rica. No con estos castos peregrinos. -

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