Vértigo excéntrico en la plaza de Europa
Desde la planta 12ª de la torre Realia, que se construye en la plaza de Europa de L'Hospitalet y que se inaugurará dentro de un año, lo primero que a uno le da es un ataque de vértigo. No tanto por la altura, a pesar de que el suelo se halla a una distancia de unos 60 metros -el edificio acabado tendrá 117-, cuanto por el panorama que desde allí se divisa: una extensión ilimitada de promociones inmobiliarias en curso. Dados los tiempos, hay que tener valor. Pero Juan Cervigón, del grupo Realia, tranquiliza: el sector de las oficinas, que es a lo que se dedicarán los 31.957 metros cuadrados de este bloque, es, a su juicio, el menos tocado por la crisis. Y debe de ser así, visto que el grupo, de cuya división de oficinas es responsable, cerró 2007 con una facturación de 813 millones de euros que produjeron un beneficio neto de 140,4 millones.
La torre Realia y el hotel de enfrente, que tendrá su misma altura y se construye en paralelo, son obra del arquitecto coreano -afincado en Tokio- Toyo Ito y el estudio barcelonés b720 Arquitectos. Pretenden ser la puerta sur de la Fira en Pedrosa, una réplica excéntrica y colorista de las torres venecianas de la plaza de Espanya. El hotel, de vistosa piel roja, tiene forma de embudo, mientras que la torre es un paralelepípedo regular, en una de cuyas fachadas el núcleo del edificio, por donde pasarán los 10 ascensores, trazará unas aspas rojas como si se tratara de una proyección de la silueta del hotel.
Pero lo que resulta más singular de este sitio es contemplar en altura toda la urbanización de la plaza de Europa, diseñada por Albert Viaplana sobre la Gran Via. Como las torres, también la plaza es excéntrica. Forma dos elipsis con los ejes cruzados, inclinados unos 30 grados sobre la línea de la Gran Via. La elipsis menor deja un espacio central equivalente a la plaza de Catalunya, ornamentado con unos minimalistas peines del viento de concisión oriental y con amplios parterres. En los límites de la elipsis mayor, que abraza una superficie de 30 hectáreas -30 manzanas del Eixample-, surgen los edificios de nueva construcción. En el lado opuesto al de las torres de Ito está acabada la sede de Copisa, cuya forma, diseñada por Óscar Tusquets, también recuerda a un embudo -¿anagrama de la crisis?-, y un poco más abajo crece el hotel proyectado por Jean Nouvel. Levantando la vista en una y otra dirección, a este rosario de arquitectos-estrella hay que añadir los nombres de Richard Rogers, cuya torre Hesperia se divisa en dirección a Castelldefels, y David Chipperfield, responsable de las jaulas de colores -jaulas al fin- de la Ciudad Judicial, junto a la plaza de Cerdà. En el perímetro de la plaza de Europa se construye un total de 28 torres de altura variable que, además de oficinas, alojarán unas 1.800 viviendas, el 20% de ellas de protección oficial.
Quién la ha visto y quién la ve esta entrada de Barcelona, que durante años fue, de largo, la más cutre, incluida la Meridiana y sus puentes de insomnio. Los chatarreros de coches, los comerciantes de neumáticos usados y los militares, que sumergían al viajero procedente del aeropuerto en una película neorrealista, han desaparecido para siempre de escena. Ahora esta periferia simboliza con precisión la conversión masiva de la ciudad al sector terciario, con una Fira que será una de las más extensas de Europa. Las grandes superficies comerciales también dejan aquí su huella: Ikea y Gran Via 2 son como dos centinelas del gran consumo a las puertas de la metrópolis.
Desde la planta 12ª de la torre Realia se descubren aún unas viejas naves industriales, en ladrillo visto, de cuyas ventanas cuelga el inevitable cartel: próxima construcción de oficinas. Esas naves, junto con el nombre de la empresa que controla las obras de la torre Realia, son los últimos vestigios de una ciudad desaparecida. La empresa se llama Los Mulatos.
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