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Reportaje:EN PORTADA | Cine

Cámaras de denuncia

Un certamen de cine suele ser el comienzo de la vida pública de un filme, sin embargo, la película brasileña Tropa de élite, un retrato implacable de la corrupción policial en las favelas de Río de Janeiro, ya se había convertido en un fenómeno mucho antes de competir y lograr el Oso de Oro en el último Festival de Berlín. Una copia en DVD de este título fue robada de las oficinas de la productora tres meses antes de su estreno en Brasil. Según los medios latinoamericanos, once millones y medio de compatriotas vieron la versión pirata antes de llegar a la pantalla grande y, a pesar de eso, batió todos los récords de recaudación en los cines de ese país.

"Cuanto más intentamos frenar la distribución pirata, más gente la vio. Creo que los brasileños la han visto porque pensaban que la policía iba a prohibirla", afirmó su director José Padilha durante la presentación de la película, que llega este viernes a las pantallas españolas. "El reconocimiento de este título es una victoria para el cine brasileño y para un cierto estilo brasileño de filmar", agregó Padilha. El triunfo de este largometraje, dentro y fuera de Brasil, demuestra hasta qué punto el cine político latinoamericano vive una nueva época de esplendor, sin miedo a meterse de lleno en los temas más espinosos.

Para estos directores cada vez es más fácil hacerse un hueco en los principales festivales de cine internacionales
La crítica internacional está de su lado, ahora sólo falta que el público también apueste por estas películas

Tropa de élite muestra cómo trabaja el Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE) de Brasil, al que se le ha encomendado la misión de pacificar una zona de favelas por la visita del papa Juan Pablo II. Es la excusa para enseñarnos cómo funciona este cuerpo de élite, donde las palizas, las torturas y los disparos indiscriminados están a la orden del día. El director no sólo denuncia los brutales métodos de este grupo de fuerzas especiales, sino también a una policía corrupta que en lugar de acabar con el tráfico de drogas y de armas contribuye a aumentarlo. Después del primer pase en la Berlinale, José Padilha tuvo que defender su obra ante los ojos incrédulos de los centenares de periodistas acreditados. "Este trabajo representa la realidad. Hemos investigado durante dos años, he entrevistado a muchos policías en Brasil, a muchos psiquiatras que trabajan con ellos, y la mayor parte de lo que habéis visto en esta película sigue sucediendo", aseguró el realizador, a la vez que confirmó que la policía intentó sin éxito que suprimiese las escenas de torturas.

Antes de empezar a rodar, Padilha ya se había acercado a la violencia en las calles de Brasil con el documental BUS 174, que cuenta la trayectoria de un joven que acaba convertido en un criminal sin escrúpulos. Con Tropa de élite ha querido completar esta historia acercándose al mismo tema desde el punto de vista de la policía. Su manera de narrar es frontal, sin concesiones estéticas, con todo el realismo que se puede conseguir corriendo con una cámara al hombro por las calles estrechas de una favela y acercándose a un centímetro de la víctima y su verdugo.

Tropa de élite es el último ejemplo de que una parte de la cinematografía latinoamericana reciente mantiene las enseñanzas del nuevo cine brasileño de los sesenta, que iniciaron directores como Glauber Rocha con títulos como Dios y el diablo en la tierra del sol o Tierra en trance. En 1968, Rocha defendió la necesidad de hacer largos combativos: "Es una pequeña e insignificante revolución, pero me parece más positivo hacer estas películas que seguir hablando de revolución en los bares y en las playas". En la actualidad su herencia sigue más viva que nunca.

El nuevo cine latinoamericano se ha contagiado de los planteamientos del documental y se ha abierto a nuevas inquietudes sociales y políticas, aunque José Padilha no quiso ni oír hablar de comparaciones: "Sería muy pretencioso por mi parte afirmar que estamos creando una escuela de nuevo cine brasileño". No obstante, lo que sí está claro es que los directores latinoamericanos siguen utilizando la cámara como un arma de denuncia. Un compañero de profesión y de estilo como Fernando Meirelles, director de Ciudad de Dios, sigue apostando por el cine político produciendo El año que mis padres se fueron de vacaciones. Se trata de una película atípica que se atreve a contar los peores años de la dictadura militar en Brasil a través del humor y la sensibilidad de un niño. No es el único ejemplo de que en esta filmografía de fuerte compromiso también hay espacio para nuevas voces y registros. Una de las más personales es la del colombiano Simon Brand que acaba de dirigir Paraíso travel (basada en la novela homónima de Jorge Franco), la historia de dos adolescentes que se van de Medellín a Nueva York en busca de un futuro mejor. Un relato sobre la emigración colombiana que, como dice su director, es un tema que desafortunadamente no pasa de moda: "Muchos norteamericanos no tienen ni idea de que la mayoría de los latinoamericanos necesitan un visado para entrar en Estados Unidos". Brand reconoce que cada vez es un poco más fácil rodar en Latinoamérica, aunque no es sencillo acabar con los tópicos: "El 90% de las películas que me ofrecen son sobre el narcotráfico y la violencia, pero no las he aceptado porque la reputación de Colombia ya está bastante deteriorada".

Si hay algo que caracteriza a estos cineastas es el hecho de que se inspiran en las crisis que viven en sus respectivos países. Como reconoce el argentino Carlos Sorin: "Viviendo en este país es imposible ser impermeable a las tragedias que suceden a tu alrededor. Nuestro contexto es muy distinto del europeo, nosotros nos encontramos las crisis en la puerta de casa". El director de Historias mínimas o Bombón: el perro atribuye a este factor el hecho de que sea más sencillo encontrar más filmes combativo en el subcontinente que en otras partes del mundo, aunque él quiere defender otro tipo de películas. En su próximo estreno, La ventana, Sorin ha apostado por el intimismo, contando la historia de un padre que espera la llegada de su hijo. La mayor parte de los nuevos talentos sostiene que hay vida más allá del cine combativo y que no sólo se pueden rodar títulos sobre las favelas en Brasil o sobre el narcotráfico en Colombia.

Este nuevo cine social no está exento de paradojas; la principal reside en que la misma globalización que da lugar a muchas de las situaciones de pobreza y violencia que denuncian está desempeñando un papel decisivo en la difusión de sus películas. Los contenidos se transmiten con mayor rapidez y para estos directores cada vez es más fácil hacerse un hueco en los principales festivales de cine internacionales. Sin ir más lejos, en la pasada edición de Cannes algunos de estos realizadores fueron recibidos con todos los honores que tradicionalmente se habían reservado a grandes nombres europeos o norteamericanos. Fue el caso de Walter Salles, autor de Estación central de Brasil, que presentó Línea de pase, y del argentino Pablo Trapero, que convenció al auditorio con Leonera, un drama sobre una mujer embarazada en una cárcel de Argentina. El realizador de Mundo grúa o El bonaerense reconoce que el cine latinoamericano está pasando por un buen momento, pero advierte que la producción es muy variada: "No creo que todos estemos buscando por los mismos caminos. Una de las cosas más interesantes de nuestro cine es la diversidad de películas con las que te encuentras".

Directores más consolidados como Alejandro González Iñárritu aplauden a sus colegas y se dan cuenta de que algo está cambiando: "Estoy orgulloso de que haya tantos latinos en Cannes. Hay grandes directores, grandes historias que contar y me siento muy afortunado de formar parte de esta generación", aseguraba el cineasta mexicano durante la presentación de Babel en el festival francés. Él forma parte de la nueva hornada latinoamericana que hace un par de años sorprendió en los Oscar. En 2007, el poder latino llegó a un foro tan difícil como es Hollywood. Aquel año, con España, sumaron veinte candidaturas, seis eran para El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, que reconoció que "la pluralidad de las nominaciones es un reconocimiento a nuestro trabajo y al quehacer de la gente de nuestros países". Del Toro es uno de los pocos latinos que ha conseguido triunfar con un cine de género y por eso defiende el derecho a contar las historias que le apetecen. El mexicano tuvo que luchar contra las visiones preestablecidas sobre lo que debe ser el cine latinoamericano en Hollywood: "Me ofrecieron películas sobre narcotraficantes, mariachis y toreros y no las acepté. ¿Por qué no le ofrecen una película sobre la policía montada de Canadá a David Cronenberg?".

También ha abierto camino en Estados Unidos Alfonso Cuarón, que logró dos nominaciones con Hijos de los hombres en aquella edición histórica de los Oscar. En aquella ocasión, Cuarón pudo corroborar que la historia de la cinematografía de la región estaba cambiando: "Cuando nosotros empezábamos tenías que rogar a la gente que viera tu película mexicana, y no querían. En cambio ahora los ojos están volcados hacia la creación hispana". Una muestra es el premio que se llevó Fernando Eimbcke en el último Festival de Cine de Berlín, donde, unos minutos antes de que José Padilha ganara el Oso de Oro, Fernando Eimbcke ganó el Premio Alfred Bauer, que se otorga a películas que "abren nuevas perspectivas en la dirección cinematográfica", con Lago Tahoe, una historia intimista sobre cómo dos hermanos se recuperan después de la muerte de su padre. Eimbcke reconoció que los premios ayudan a conseguir más atención y defendió el cine de su país: "Aunque estemos tan cerca de Hollywood, el cine mexicano tiene la fuerza suficiente para tener una voz propia. El futuro de nuestro cine puede ser increíble, pero la calidad ya es una realidad".

No es fácil conseguir distribución para una filmografía tan combativa como la de José Padilha, tan social y comprometido como el de Pablo Trapero o Simon Brand, o tan artesanal como el de Fernando Eimbcke o Carlos Sorin. Por eso, la mayoría de estos directores están orgullosos de haber logrado romper una primera barrera para que el arte latinoamericano sea considerado algo más que un fenómeno local. La crítica internacional está de su lado, ahora sólo falta que el público también apueste por estas películas, que para los realizadores también son un gran riesgo, aunque, como dice Carlos Sorin, "el riesgo vale la pena. Es la razón de nuestra vida y si no ¿Qué haríamos?".

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Tropas de élite se estrena en España el 18 de julio. El año que mis padres se fueron de vacaciones, Leonera, La ventana y Paraíso Travel aún no tienen fecha

Fotograma de la película brasileña <i>Tropa de élite,</i> de José Padilha, Oso de Oro en la última Berlinale.
Fotograma de la película brasileña Tropa de élite, de José Padilha, Oso de Oro en la última Berlinale.
Contagiada de los planteamientos del documental, una generación de cineastas latinoamericanos se ha ganado el favor de la crítica con un trabajo directo y comprometido. La película brasileña 'Tropa de élite' es uno de los ejemplos.Vídeo: UNIVERSAL

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