Tentación de nostalgia
Ah, los viejos tiempos. No hay manera de recuperarlos, pero a veces resulta difícil sustraerse a la tentación de la nostalgia. Los cuatro músicos que anoche se subieron al escenario han rubricado trayectorias estimables a lo largo del último cuarto de siglo, pero nunca revalidaron el grado de aceptación y popularidad de sus tiempos como Return to Forever. La añoranza hace olvidar incluso los pormenores; en realidad, la banda de Chick Corea conoció media docena larga de alineaciones instrumentales, pero aceptemos que estos redivivos RTF son tan originales como lo habrían sido otros.
En realidad, los Forever no inventaron casi nada. Igual que los Beatles son el principio de casi todo en el pop, al jazz le sucede otro tanto con Miles Davis. Y el trompetista ya había sentado cátedra con su monumental Bitches brew (1970) sobre cómo fagocitar las enseñanzas del rock. Corea era discípulo de Miles, igual que Joe Zawinul (Weather Report) y John McLaughlin (Mahavishnu Orchestra), los otros dos grandes puntales de lo que entonces llamábamos jazz fusion.
RETURN TO FOREVER
Chick Corea (teclados, piano), Al DiMeola (guitarras), Stanley Clarke (bajo, contrabajo), Lenny White (batería). Cuartel del Conde Duque. 10 de julio. Casi lleno (1.9oo espectadores).
Fue una época de excesos, pero también de hallazgos. Ahora, en cambio, surge la duda de si estos señores se han arrejuntado porque son unos sentimentales o sólo para ganar liquidez económica. Demasiado pendientes de sus monitores, los cuatro parecían más los contrayentes de un polígamo matrimonio de conveniencia que esos viejos amigos que presumen de ser.
Hasta Sorceress, a los tres cuartos de hora, no hubo señales de creación colectiva sobre las tablas; sólo cuatro hombres ensimismados en sus propios instrumentos. El gigantón Clarke zahería el bajo mientras Corea fundamentalmente mascaba chicle. Menos mal que DiMeola agarró la española en No mystery para recuperar el crédito perdido, igual que los cuatro en formato acústico con Romantic warrior. Sólo entonces se dibujó una sonrisa redentora en un público que hasta ese momento no había tenido manera de ponerse tierno. Ni nostálgico.
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