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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Alton Kelley, cartelista del rock

Sus dibujos se reimprimen y se exponen en museos

Diego A. Manrique

Alton Kelley, ilustrador de carteles y camisetas, falleció el pasado mes de junio en su casa de Petaluma (California), víctima de la osteoporosis. Kelley, de 67 años, fue uno de los responsables de la explosión gráfica que acompañó a la aparición del rock ácido de San Francisco.

Kelley era uno de los bohemios que recaló en 1964 en Haight-Ashbury, una zona proletaria de San Francisco con rentas bajas. Apasionado del mundo del motor, Kelley comenzó pintando los depósitos de motocicletas. En aquel barrio se fueron concentrando los primeros hippies y Kelley se integró en la tropa que seguía a The Charlatans, banda de folk-rock de aspecto retro que en 1965 alquiló un saloon en un pueblo fantasma de Nevada. Le correspondió decorar el lugar, aparte de labores más discretas, como traer marihuana desde México.

A la vuelta, Kelley formó parte de Family Dog, un colectivo que montó los primeros dances (conciertos) del rock de San Francisco, que se celebraban en salones sindicales, una idea que profesionalizó el promotor Bill Graham en el Fillmore Auditorium. Un elemento esencial de aquellos eventos eran los carteles, que se colocaban en cualquier superficie disponible y eran arrancados inmediatamente; luego se avisó de que, a la salida de los conciertos, se regalarían copias a los asistentes. Kelley hizo pósters audaces para Family Dog y obras más convencionales para Graham.

Kelley se alió con otro artista, Stanley Miller, alias Mouse, para fundar Mouse Studios, una productora de carteles que -junto con las obras de Wes Wilson o Rick Griffin- definió la estética del naciente rock de San Francisco. Esencialmente, eran una rama del pop art, con querencia por el art nouveau y el art déco. Integraban elementos gráficos de productos comerciales y también ocurrencias de Aubrey Beardsley, Alphonse Mucha o Alfred Roller. Ellos alimentaban su voracidad con visitas a las bibliotecas, en busca de estilos olvidados. El resultado final eran creaciones abigarradas, con letras fantasiosas de difícil lectura para los que no estuvieran en la onda. Había guiños humorísticos y, de alguna manera, encajaban con el espíritu exploratorio de los grupos, espoleado por el LSD y otras sustancias.

Miller y Kelley anunciaron un concierto de The Grateful Dead (Los Muertos Agradecidos) con un juguetón esqueleto adornado con rosas, una imagen que el grupo adoptó como su mascota. El boom de los carteles psicodélicos terminó con la década de los sesenta, pero su reputación artística se ha mantenido: se reimprimen, se exponen en museos, se han convertido en costosas piezas de coleccionistas. Los Mouse Studios se transformaron a mediados de los setenta en la Monster Company, una potente empresa centrada en las camisetas, tanto de rock como de la subcultura de los hot rods.

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