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Columna
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¿Héroes?

Lunes. Entro por la mañana en Eroski y veo a dos niños de unos ocho años, apartados de su madre, canturreando: Po-de-mos, Po-de-mos... Voy a por las verduras, el pan, el chocolate, y siguen, hipnotizados e incapaces de articular otra cosa: Po-de-mos, Po-de-mos...

Impresiona comprobar el fervor popular que despierta el espectáculo deportivo de alto nivel, un entusiasmo sin parangón en ninguna otra esfera de la vida social. Es difícil imaginar que las tremendas explosiones de júbilo colectivo vividas en la Plaza Colón de Madrid y en prácticamente todos los rincones de España pudieran producirse por otra causa extradeportiva. Como tampoco cabe imaginar para ninguna otra persona o conjunto no deportivo un recibimiento tan entregado y multitudinario como el que tuvo este lunes la selección española.

Después de la lección de la Eurocopa, no me extraña que se les pongan los dientes largos

Imagínense al escritor más excelso (español o, más glorioso todavía, vasco), un Cervantes redivivo, de vuelta a la patria con el Nobel en la mano. O a un brillante científico (español o, más glorioso todavía, vasco) que ha dado con la fórmula para tratar de manera eficaz los feroces tumores cancerígenos. O a una figura política pacificadora de alcance internacional, o a un grupo de sacrificados cooperantes que arriesgan sus vidas para ayudar a los más necesitados. Las masas, sin duda, no se echarían a la calle a vitorearles, ni amanecerían con titulares en los que se les trata, una y otra vez, de héroes. En esos casos no se dan los factores que hacen del deporte-espectáculo un fulgente motor de pasiones: la incertidumbre de la competición, con su correspondiente tiovivo emocional y, no menos importante, su poder de crear o de intensificar sentimientos de pertenencia grupal. De hecho, pocas veces se oye tanto la primera persona del plural ("podemos", "hemos ganado", "somos los mejores") como en estas ocasiones. Todos actúan, actuamos, como si las habilidades con el balón de un puñado de jóvenes fuera, al mismo tiempo, mérito del virtuosismo colectivo de los millones de españoles arremolinados en sus sofás.

Pero, ¿héroes?, ¿por qué héroes? En los últimos tiempos parece que sólo designamos como tales a los deportistas que acumulan trofeos internacionales. ¿Es que nadie dota ya a este concepto de un sentido ético, relacionándolo con el sacrificio individual por el bienestar colectivo y la entrega a los demás? Busco la definición de "heroísmo" en el Diccionario de la Real Academia: "Esfuerzo eminente de la voluntad hecho con abnegación, que lleva al hombre a realizar actos extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria". Vaya. Visto así, y oídos los discursos de los laureados jugadores y de su millón de exegetas, cualquiera diría que sí cumplen con el último requisito: todo parece haber sido para mayor gloria de la patria española.

Martes: se reaviva la polémica sobre las ayudas gubernamentales para la presencia del deporte vasco en competiciones internacionales. Miren Azkarate se queja de que el Gobierno de Zapatero no pone más que obstáculos para la promoción de selecciones vascas fuera de Euskadi. Después de la lección de la Eurocopa, no me extraña que se les pongan los dientes largos. Están deseando cantar el "po-de-mos" a una selección nacional vasca, en medio de una efervescente marea de ikurriñas. Y es que, ¿cómo hacer patria sin fútbol? ¿Y cómo producir héroes nacionales?... Qué tiempos estos.

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