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Reportaje:

Wayne Shorter pudo con la Roja

Memorable recital del saxofonista a la hora que España ganaba la Eurocopa

Cada uno a lo suyo. Los del fútbol pegados a la tele y Wayne Shorter vendiendo casi todo el papel de su concierto vigués, el pasado domingo. Cierto es que hubo un nutrido grupo de espectadores que, sospechosamente, llegó unos veinte minutos después del comienzo del recital. Su sigilosa entrada en el patio de butacas coincidió con la explosión de una traca en la calle con la que retumbó el interior del Teatro Caixanova. Ahí irrumpió en la sala la noticia del resultado del partido que enfrentaba a España y Alemania. El sobresalto inicial dio paso a una sonrisa cómplice, y el saxofonista cambió el ritmo del tema que en ese momento estaba llevando hacia uno de esos parajes insólitos en los que habita su música.

Algunos entraron tarde sigilosamente mientras sonaban las tracas en la calle
El pianista Danilo Pérez había sugerido retrasar el inicio del concierto

En realidad, el cuarteto estaba al tanto de la final de la Eurocopa, y hasta el pianista Danilo Pérez llegó a sugerir a la organización del Festival de Jazz de Vigo, Imaxina Sons, la posibilidad de retrasar la actuación unos minutos para que él mismo pudiera ver el partido. Se impusieron la cordura y un millar de razones, que ocuparon sus asientos puntuales a las diez de la noche, luego de atravesar plazas y calles desiertas. Como era de esperar, la ciudad parecía un espectro de sí misma, abandonada por toda presencia animada excepto los incondicionales del jazz.

No hay argumentos cuantitativos del tipo "hace 44 años que..." como el que anteayer sentó a más de 17 millones de personas frente al televisor, pero también es histórica la presencia de Shorter (Newark, 1933) en el ciclo vigués que, en esta cuarta edición, comparte estrella nada menos que con uno de sus hermanos mayores, el Festival de Jazz de Vitoria, que espera a su cuarteto para el próximo 15 de julio en el Polideportivo de Mendizorroza. Ese día, Shorter compartirá escenario con un viejo amigo, Herbie Hancock, al precio de 33 euros la entrada. No es mucho dinero para los tiempos que corren y menos para ver a dos colosos de la música juntos; en cambio, por 12 como máximo, los espectadores gallegos se pegaron el lujazo de disfrutarlo en la esfera íntima de un teatro. Una cercanía que no tiene precio cuando, como fue el caso, permite distinguir la concentración del contrabajista John Patitucci, los cruces de miradas entre el pianista y el maestro y lo bien que se lo estaba pasando el batería Brian Blade, otrora compañero de fatigas de la nueva realeza del jazz que representan los pianistas Brad Mehldau y Joshua Redman. La actitud de búsqueda permanente del más joven de la banda aumentó la intensidad de la noche.

El veterano saxofonista alternó instrumentos para demostrar que sigue hablando el lenguaje renovador que influyó decisivamente en las corrientes del jazz europeo de la segunda mitad del siglo XX. Arrimado al piano, en el que se apoyó todo el tiempo, las muestras de cansancio que dejó entrever al inicio del concierto desaparecieron a medida que transcurrían los minutos, alentado por la amplia sonrisa del pianista panameño y respondiendo al reto planteado por el batería. Les bastaron una media docena de temas para cumplir con hora y media de música sin interrupciones. Muchos espectadores se revolvían en la butaca ávidos de un descanso que abriese un hueco para el aplauso y para algún silencio en el que digerir los continuos avances sonoros de la propuesta artística. Curiosamente, la ruidosa celebración futbolera del exterior vino a sacar del ensimismamiento insostenible a la burbuja, que se desbordó en los vítores, silbidos y palmas que tanto estaban conteniendo.

El "Viva España" que soltó Danilo Pérez al público puesto en pie fue premonitorio, un aviso de la marejada de banderas, camisetas y bocinas que rodeaba el exterior del teatro. La confluencia de ambos mundos creó una curiosa estampa a la salida del concierto: la de los jazzeros recogidos en la escalinata circular del Caixanova, como náufragos al borde de su isla.

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