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Columna
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Suelo, clima y agua

La capacidad de asombro del ser humano no tiene edad. Es mi caso. En las puertas de mi jubilación, observo con perplejidad, cómo las autoridades de la Generalitat valenciana, con su presidente a la cabeza hablan del agua (con trasvase, por supuesto), del cambio climático, de nuevas figuras de protección del espacio, etc. En un tono que más bien parecen cantinelas publicitarias dirigidas a mostrar que ellos sí se preocupan por lo nuestro. Y aquí empieza mi desasosiego. ¡Pardiez! Diría D. Quijote... ¿Acaso, ignoran la interrelación existente entre la ocupación del suelo, el cambio climático y las lluvias veraniegas?

Si no lo ignoran -pienso que no-, actúan como si así fuera. Y el tema es de suma gravedad, a mi juicio. Veámoslo, el suelo artificial de la Comunidad Valenciana ocupa alrededor de 143.600 hectáreas en el año 2006 y supone el 6,2% de todo su territorio (2.332.000 hectáreas). Si calificamos el suelo artificial en tejido urbano continuo compacto (ciudades y municipios) y tejido urbano discontinuo laxo con sus redes adjuntas (carreteras, servicios comerciales, etc....) de las zonas especialmente costeras; este último ocupa más de cuatro veces el suelo compacto de ciudades y municipios (Valencia, Castellón, Alicante, Sagunt). O dicho en términos relativos, el suelo artificial discontinuo ocupa el 5% del territorio valenciano frente al 1,2% del suelo continuo de ciudades y municipios.

Esta intensa y devastadora ocupación del suelo se ha dado en los últimos veinte años, con especial intensidad en los últimos diez. Baste recordar que entre los años 2000-2006 el suelo artificial discontinuo aumentó un 1,1% respecto del suelo global de la Comunidad Valenciana.

El impacto ambiental de la ocupación del suelo tiene consecuencias muy negativas pues, como advierte la Agencia Europea de Medio Ambiente, el suelo construido se pierde para otros usos, como son los agrícolas y forestales, limitando o anulando las funciones ecológicas del mismo con su capacidad de regulación del CO2, la reducción del habitat de diversas especies, alterando también las rutas de migración de las especies silvestres...

Además, no solo la eliminación del suelo vivo natural, con sus arbustos, árboles, etc... se pierde como un importante regulador del dióxido de carbono, sino que potencia la generación de gases de efecto invernadero y un mayor consumo de agua. Así lo pone de manifiesto la consultora Green Building Challenge, que estima que la generación de CO2 de una vivienda de bloque (urbanismo continuo) es de cinco toneladas anuales, mientras que en un edificio disperso (urbanismo discontinuo) la producción se eleva a 12 toneladas. El consumo de agua de una vivienda unifamiliar enclavada en una zona de urbanismo laxo es de 516 metros cúbicos al año, frente a los 75 de una vivienda de un bloque de 50 pisos. A todo ello debemos añadir la intensificación del tráfico que las necesidades de comunicación del desperdigado urbanismo laxo genera, contribuyendo, todavía más, a la emisión de los gases de efecto invernadero.

Por otro lado, la ocupación intensiva de la costa con la consecuente reducción de vegetación, árboles y zonas pantanosas tiene un efecto negativo sobre el ciclo hídrico, a escala local. En concreto, las lluvias veraniegas prácticamente han desaparecido del litoral valenciano como han puesto de manifiesto las investigaciones realizadas por el CEAM.

Parece evidente, por tanto, la interacción entre la ocupación del suelo, el cambio climático y la reducción de lluvias, siendo la causa principal de aquel proceso la desordenada y caótica ocupación del suelo. Ciertamente, no se me escapa que el cambio climático también tiene otras causas, de carácter nacional y global, causas que seguramente son más importantes.

No obstante, si a la hora de enfocar las necesarias medidas para reducir, mitigar las causas generales, solo nos dirigimos a los grandes productores de los gases de efecto invernadero como las empresas productoras de energía que utilizan combustibles fósiles, las cementares, etc... serán absolutamente insuficientes. Rifkin, en una reciente conferencia, ha dicho que la primera causa del cambio climático es la ocupación del suelo.

Las medidas a tomar para reducir, mitigar las causas del cambio climático y sus efectos no han de ser solo globales. Se imponen prácticas de carácter local, espacial, que reduzcan, sobre todo, los efectos negativos de la caótica ocupación del suelo de la Comunidad Valenciana. En definitiva, se necesita una nueva forma de ordenación del territorio que contempla sus actuaciones de forma tal que incidan lo menos posible sobre la capacidad reguladora del CO2 del suelo. Esas actuaciones tendrían que mantener una cantidad de suelo vivo (con sus plantas, árboles, etc.) en las zonas sujetas a actuaciones o colindantes, que redujeran su impacto a cuasi cero. Los conocimientos científicos de hoy permiten, si se tiene voluntad política, llevar a cabo aquel tipo de ordenación del territorio.

Lo anterior también ayudaría a paliar los efectos negativos sobre el ciclo hídrico estival, si bien aquí podríamos llevar a otro tipo de actuaciones mediante una inteligente y estudiada reforestación. De hacer todo ello, crearíamos las condiciones para el retorno de las lluvias estivales.

¿No parece extraño, amable lector, que el Gobierno de la Generalitat de los últimos 13 años no haya intentado asomarse a la ya significativa e intensísima ocupación del suelo de la Comunidad Valenciana y sus efectos perversos sobre el cambio climático y el agua?

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