"Cuando regrese el rey moro a recoger el ceñidor de la sultana..."
El Supremo estudia los recursos del 11-M cuando ya la justicia ha concluido que el atentado fue obra de la célula de Leganés y que ETA no participó
Se acabó el ruido. La conspiración, las tesis imposibles y las insidias han quedado atrás. La batalla política circula por otros derroteros tras las elecciones de marzo, lo que ha permitido que el 11-M, arma arrojadiza durante cuatro años, haya pasado a un silencio reflexivo y de recuerdo de las víctimas.
El lunes próximo, día 30, el Tribunal Supremo empezará a estudiar los recursos presentados por el fiscal, los acusadores y los defensores. Se debatirá si Rabei Osman, Mohamed el Egipcio, fue inductor de los atentados y si fue correcta su absolución porque había sido condenado previamente en Italia por pertenencia a banda terrorista. Se analizará si el confidente Rafa Zouhier debe ser considerado o no autor por cooperación necesaria, ya que puso en contacto al jefe operativo de la célula yihadista, Jamal Ahmidan, El Chino, con Emilio Suárez Trashorras, el ex minero asturiano que proporcionó más de 200 kilos de Goma 2. El explosivo que luego sería utilizado en las bombas de los trenes, en el intento de atentado contra el AVE en Toledo y en la voladura del piso de Leganés donde se suicidaron siete de los integrantes del grupo.
El empecinamiento en desoír a la razón les ha llevado al desastre
Se desmenuzará el papel de Antonio Toro, cuñado y socio de Trashorras, que un año antes de los atentados puso en venta 150 kilos de dinamita y aceptaba un canje de cinco kilos de explosivos por uno de cocaína, como conocía la Guardia Civil y que el alférez Trigos, de la Unidad Central Operativa, puso en un informe oficial. Y como eso, muchas más cuestiones jurídicas.
Pero ya no volveremos a oír la delirante teoría defendida por algunos de los más conspicuos patrocinadores de la teoría de la conspiración de que los siete suicidas de Leganés ya estaban muertos antes de la explosión del 3 de abril, que habían sido congelados y trasladados hasta allí por supuestos agentes de policía; que el geo Francisco Javier Torronteras se inmoló para dar cobertura a esa versión y todo ello con la disparatada finalidad de derribar al Gobierno de Aznar, que ya había sido derribado por las urnas el 14 de marzo de 2004.
Tampoco se hablará del Segurtasun tenporizadorea, el activador de explosivos fabricado por ETA que supuestamente se habría encontrado en uno de los pisos de los yihadistas y que no era más que un programador de lavadoras de libre adquisición en el mercado.
Porque ya nadie cuestiona que los atentados fueron obra de un grupo de iluminados que utilizaron explosivos robados en Mina Conchita y que se suicidaron en el piso de Leganés. La tesis de que ETA estaba detrás de los trenes de la muerte ha caído bajo el peso de las pruebas. La búsqueda de la vinculación de ETA con los atentados, lo mismo que las armas de destrucción masiva en la guerra de Irak, ha sido una constante durante estos cuatro años, pero Rajoy se desmarcó de esta campaña poco antes de las elecciones de 2008. Hasta entonces, el PP y sus corifeos mediáticos y jurídicos, por intereses políticos y económicos, habían agitado el estandarte del "queremos saber" en jugada ignominiosa, utilizando la memoria de 191 muertos y jugando con los sentimientos de más de 1.800 heridos, cuando sabían que ETA es una jauría de criminales, pero que nada tenía que ver con el 11-M. Un empecinamiento en desoír a la razón que les ha llevado al desastre.
Tamaño dislate me recuerda al ocurrido durante el juicio por la matanza de Atocha, el asesinato de cinco abogados laboralistas en Madrid, en 1977, por miembros de la ultraderecha. En los informes finales, uno de los abogados que defendía a uno de los autores materiales de los crímenes llevaba ya más de una hora de discurso, hablando del mar y de los peces. Con voz de serial radiofónico iba desgranando: "Cuando regrese el rey moro a recoger el ceñidor de la sultana..."
En ese momento, el presidente del tribunal, Gonzalo de la Concha, le llamó al orden: "Señor letrado, no suele este presidente interrumpir los informes finales, pero a su cliente le piden 30 años de reclusión. ¿No cree que ya va siendo hora de que se ciña a las atenuantes?".
Ni corto ni perezoso, el abogado, dejando atónito al auditorio, replicó: "Observación muy aguda la del señor presidente, como todas las suyas. Decíamos: Cuando regrese el rey moro a recoger el ceñidor de la sultana..."
Y siguió a su bola durante una hora más. El empecinamiento le costó a su cliente 30 años de cárcel, aunque probablemente hubiera sido condenado igualmente porque las pruebas que había contra él eran abrumadoras.
Como aseguran Les Luthiers: "Si no ganamos, estamos perdidos".
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