Enseñar a jugar al fútbol
Pep Guardiola acostumbra a llegar antes o después a los sitios. Difícilmente, a la hora en punto o a la que le convendría a la gente, sobre todo a la que gusta planificar la vida de los demás. Ocurre que en el fútbol las cosas vienen cuando vienen, que es cuando le da la gana a la pelota, y el nuevo técnico del Barcelona siempre ha aceptado las leyes del juego. A buen seguro que en su día pensó en jugar en el Parma y más adelante en el Juventus y acabó en el Brescia. Puede que también aspirara a competir en Inglaterra y apareció en Qatar y México. Y es hasta posible que, si alguna vez actuó por despecho y no procedió con franqueza, como cuando recaló en Roma y no en Turín, se arrepintiera al momento. ¿Acaso no pensó en ser director deportivo antes que entrenador?
Así que ha asumido el reto con naturalidad y determinación, sin sentirse una especie protegida, tal que fuera un bien común catalán; no reparando tampoco en que el banquillo del Camp Nou es una silla eléctrica, sino que debería ser el mejor escenario desde el que un entrenador puede dirigir un partido, y más si es uno de los mejores ex jugadores del Barça. A fin de cuentas, nunca fue plañidero, sino que atacó la pelota y entendió el fútbol como una faena que merece la máxima dedicación. Tampoco estuvo en el campo de acompañante ni para pasar el rato ni por posar y si aún exterioriza su protagonismo es por un acto de fe, gestualidad a veces mal entendida, pues, al fin y al cabo, el fútbol es un juego de equipo. Guardiola jugó siempre como si fuera el entrenador.
Aunque por entonces sólo pretendía quedar campeón con el B, Guardiola comenzó a preocuparse por el Barça desde que sus muchachos se midieron la temporada pasada a los profesionales en un entrenamiento en la ciudad deportiva. Personas de su confianza cuentan que tuvo que advertir a sus chicos de que ni se les ocurriera ganar el partidillo, resultado muy posible después de que tres de las figuras del primer equipo se retiraran a destiempo mientras su entrenador echaba un pitillo, nada que no se supiera, por otra parte, ni que no preocupara al aficionado. El filial firmó una derrota por 1-0 y Guardiola constató en la cancha, como corresponde a un técnico, una sensación muy extendida en la grada entre los aficionados.
Guardiola aceptó tiempo después el cargo de entrenador del Barça sin reparar en las condiciones ni en lo que más le convenía a él y al club, sino en las necesidades, tan ilusionado como responsable, ajeno al qué dirán, convencido de que el momento se había dado cuando le apeteció al fútbol y no a sus deseos por más que hubiera visualizado la necesidad de cambios en el Barça. Y es que Guardiola siempre prefirió la acción a la reacción, la palabra al silencio, el protagonismo al oportunismo.
Le joden los amargados y acomplejados, de manera que llega al Camp Nou con optimismo, en calidad de campeón de Tercera y con el equipo ya ascendido a Segunda B, dispuesto a competir no sólo con el Madrid y con el Manchester United, sino con los dos equipos que ya se ha montado el imaginario culé por si no salen las cosas: el de Mourinho en el Inter y el de Sandro Rosell en la oposición, el Barça que pudo ser y no fue y el que será si ahora no es. El barcelonismo acabará fatigado si juega los tres partidos al mismo tiempo. No estaría de más prestar una especial atención al de Guardiola, ni que sea por respeto a la institución y al propio entrenador, barcelonista de toda la vida.
Le avala tanto su condición de culé y, por tanto, de heredero del Barça de Samitier, de Kubala, de Maradona, de Cruyff, así como del de Fusté y Martí Filosía, de Schuster, de Simonsen, como también su cargo de capitán del dream team. Muchos de los mejores entrenadores triunfaron de jóvenes y se hicieron malos de viejos y a Guardiola le apetece enseñar el juego a los futbolistas por más perogrullada que parezca. Al Barça se le ha olvidado jugar al fútbol y necesita quien le explique por qué la pelota va del portero al defensa, del defensa al medio, del medio al delantero y del delantero a la red. Así de simple: hay que hacer un equipo y a Guardiola no hay nada que le guste más en la vida.
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