_
_
_
_
OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un cielo

Juan Cruz

Fraga es un cielo. Es curioso, aquel hombre tronante que arrancaba de cuajo los teléfonos cuando se le desmandaba alguien, el mismo tipo que dijo que la calle era suya, la misma persona que llama estúpido ("es una sandez") al hijo de un antiguo colaborador suyo, Gabriel Elorriaga, puede ser "un cielo, un amor". Otros le gritan: "¡Jubílese ya!". Eran los que antes le adoraban.

Le adora, por ejemplo, Alberto Ruiz-Gallardón. Llora por él; ha hecho manifestación pública de ese afecto. La amistad es heredada, viene del padre de Alberto; está forjada, pues, a base de años y de lágrimas mutuas, y de pérdidas. Hace un rato, Gallardón era un perdedor, Aguirre tensaba el látigo sobre su sombra. Pero la vida es así. Ahora es mejor tocar Gallardón que tocar Aguirre. Suena mejor.

Ha subido la bolsa de Gallardón; subió el domingo pasado, cuando Fraga, en este periódico, le puso la alfombra que va hasta el liderazgo. Fue entonces cuando alguien le oyó decir a Gallardón sobre su mentor político: "Es un cielo, un amor".

Un cielo. No un trozo de cielo, ni siquiera un tocinillo de cielo: un cielo entero. Al día siguiente de haber recibido ese subidón caído del cielo, Gallardón se fue a presentar un libro, Dorón Benatar, de Aída Berliavsky (El Tercer Nombre). Tocar a Gallardón, a veinticuatro horas de la invocación de Fraga, era tocar madera de santo; el hombre valía más. Se le nota; a Alberto se le nota todo, la melancolía, la rabia y la política.

Lo tuve al lado, preparando su presentación. Algunos alcaldes de Madrid (Tierno, el propio Gallardón) están dotados para presentar libros; otros no valen para eso. Tierno se los hacía subrayar, después improvisaba. Un día tenía que presentar a Henry Miller y se hizo comprar los libros aceleradamente; no se tiene tiempo para todo: o eres Tierno o presentas libros. Cuando hacía las dos cosas improvisaba y no se sabía si estaba presentando un libro o un concierto.

Gallardón fue con el libro muy subrayado, y luego improvisó. Subrayaba párrafos enteros; construía con su bolígrafo veloz volutas concéntricas que le ayudaban, valga la paradoja, a concentrarse. El libro va de "un detective existencial" que busca por el Madrid de hoy un libro único que un judío de Toledo encuadernó en el siglo XVII con piel humana... Mientras el alcalde iba recordando eso, le imaginé a él mismo hasta hace nada con la piel a tiras. Y ahí lo veías, recompuesto, como un brazo de mar, esperando el santo advenimiento, confortado con el auxilio de Fraga. Como venido del cielo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_