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Columna
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¿Seguridad alimentaria?

La crisis actual ha puesto de manifiesto la fragilidad de los sistemas alimentarios mundiales y su vulnerabilidad ante las situaciones difíciles. Pero además, ha permitido visualizar una falta de consistencia de las políticas puestas en marcha. Por ejemplo, se ha constatado la carencia de un marco de políticas centradas en las personas que sea favorable a los pobres que habitan en las zonas rurales, periurbanas y urbanas; así como los medios de vida de las poblaciones residentes en los países en vías de desarrollo. Por eso, no es de extrañar la sensación de fracaso de la reciente conferencia sobre la seguridad alimentaria mundial auspiciada por la FAO, celebrada días pasados en Roma.

Los líderes firmaron el compromiso de erradicar el hambre, pero hacen doble juego con sus políticas

En la cumbre anterior, que tuvo lugar en 1996, los países se habían fijado como objetivo erradicar el hambre con la idea y el compromiso de que en el año 2015 se hubiera reducido a la mitad el número de personas subnutridas. El resultado siguiendo los datos proporcionados en la Conferencia es de un absoluto fracaso; además de inaceptable social y políticamente, pues se contabilizan un total de 862 millones de personas subnutridas.

¿Qué pasa? A mi juicio, los discursos políticos empiezan a ser vacuos, cuando no están preñados de hipocresía. De una parte, los líderes hacen un llamamiento a todos los donantes para aumentar la asistencia a los países en desarrollo, en particular a los países menos adelantados y para aquellos que se ven afectados más negativamente por los elevados precios de los alimentos. Otros responsables públicos prefieren incidir en apoyar los programas de redes de seguridad destinados a afrontar el hambre y la malnutrición mediante el recurso a la compra local o regional; y unos terceros mandatarios, proporcionan apoyo presupuestario al objeto de mejorar la situación financiera de los países en situación de necesidad, como es el caso de la revisión de la deuda pública.

Sin embargo, una vez que han pronunciado los grandilocuentes discursos y efectuadas las correspondientes ruedas de prensa sobre el tema, se vuelve a actuar con políticas proteccionistas y de apoyo sectorial a los nacionales frente al comercio internacional de productos agrícolas o industriales.

La falta de acuerdo en la Organización Mundial del Comercio (OMC), después de varios años de infructuosas reuniones, es una buena prueba de las distintas varas de medir. En la conferencia de Roma, se insistió en abrir los mercados a los países menos adelantados, a facilitar su comercio internacional y a promocionar sus productos. Sin embargo, cuando tenemos oportunidad de actuar, se procede a subvencionar a los productores nacionales, se contingentan las importaciones, se endurecen las medidas técnicas o simplemente no se aplican sistemas de preferencias generalizadas o se olvida de aplicar la cláusula de nación más favorecida.

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Este doble juego hace que sea difícil alcanzar los objetivos de la Ronda del Milenio, o de los compromisos relativos a la biodiversidad y al desarrollo sostenible, por citar ejemplos en los que los países desarrollados se habían comprometido.

Dicho de otra forma, los países industrializados continuan aumentando la resistencia de los actuales sistemas de producción ante los actuales desafíos provenientes del cambio climático y de la bio-energía. Por eso, al reforzar, proteger y amparar a los sectores agrícolas, forestales y pesqueros con el fin de crear oportunidades que permitan a los agricultores y pescadores abordar sus acciones inmediatas, las reglas del comercio internacional se ven nuevamente alteradas y los desajustes oferta/demanda emergen por doquier, arrastrando con ello tanto alzas de precios de las materias primas como cuestionado los resultados empresariales.

Los lentos procesos de liberalización comercial que afectan a la reducción de barreras comerciales y que intentan atenuar las políticas que distorsionan el mercado, coadyuvan una mayor integración global, pero al mismo tiempo hacen difícil generar nuevas oportunidades de inversión y de producción.

Se puede afirmar como corolario, siguiendo al ministro de Agricultura francés, Michel Barnier, que "a lo que estamos asistiendo en el mundo es la consecuencia de demasiado liberalismo de libre mercado", a lo que se podría añadir que no podemos dejar a merced del mercado la alimentación de la gente.

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