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Columna
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El tercer hombre

Vista desde la periférica y apaciguada política valenciana, resulta difícil percibir la gravedad de la bronca que convulsiona al estamento dirigente del Partido Popular. Si hemos de creer a ciertos medios de comunicación, precisamente los más adictos e influyentes en la causa conservadora, el liderazgo de Mariano Rajoy está para el arrastre y sus huestes sumidas en una "crisis de ilusión", según el diagnóstico del ex ministro de Ciencia, Juan Costa, que sugiere así -sin mojarse más- su disponibilidad para tomar el relevo del mentado líder y tonificar los ánimos. No ha de extrañarnos que la camorra siga encrespándose hasta que se concierte un arreglo -que se pespunta precario- en el XVI Congreso partidario que se celebrará dentro de 15 días en Valencia, actual plaza fuerte de la derecha y marianista confesa.

En contraste con ese convulso panorama, y desde una óptica estrictamente popular, la Comunidad Valenciana puede describirse como un envidiable ejemplo de concordia gobernante. Aunque resultaría excesivo afirmar que las huestes del PPCV andan ilusionadas y disparando cohetes, lo bien cierto es que se sienten confortadas por la seguridad de que gozarán durante largo tiempo de su preeminencia, de su líder, así como de sus eventuales ventajas partidarias y personales. La oposición interna que prolongó la sombra de Eduardo Zaplana en el partido es un lejano episodio del que apenas late un recuerdo en la Diputación provincial de Alicante, donde persiste todavía la memoria del hoy ejecutivo de Telefónica. De la otra oposición, la socialista y su izquierda, empiezan a captarse señales de vida, aunque demasiados indicios señalan que la recuperación va para largo.

En estas circunstancias, pues, que Valencia acoja el aludido congreso toma un cariz que traspasa lo meramente circunstancial y dota de una singular relevancia a su anfitrión, el presidente Francisco Camps, que contra el criterio de no pocos escépticos ha consolidado su talla de político con horizontes en el parnaso que es Madrid, donde transitó por altos cargos en los que no dejó huella, pero que sin duda contribuyeron a redondear su experiencia. Que no figure en las quinielas de los mentideros políticos y tertulianos mejor informados y que pronostican los futuros candidatos conservadores a Moncloa resulta incluso una ventaja, pues le blinda contra el brutal desgaste que tal trasteo ocasiona y, además, le salva de los escudriñadores que podrían aflorar sus limitaciones -digamos- carismáticas.

Contra esta posibilidad no desdeñable de aspirar o ser promovido en su momento al liderazgo estatal del PP constan algunos impedimentos, aunque superables a nuestro entender. En primer lugar, la declarada falta de ambición del Molt Honorable, que ha declarado reiteradamente sentirse colmado con el desempeño de la primera magistratura valenciana, punto final de su prodigiosa -y nunca mejor dicho- carrera política. Pero apostaríamos -y en el seno de su propio partido así hay quienes lo entienden- que sería sensible a los requerimientos que se le formulasen, tanto más si con su sacrificada aceptación se reconstituía la unidad del PP. Muy a menudo el destino histórico individual y colectivo se manifiesta mediante estas chambas que aúnan el azar y la necesidad.

En segundo lugar, otro impedimento, o tal nos parece, se decanta de la persistente derechización que viene caracterizando la gestión del titular de la Generalitat, como revela su fervorosa entrega al poder eclesiástico, el deterioro del sector público, con especial mención de la enseñanza y la sanidad, así como la menguante transparencia en los asuntos de gobierno en general y la escandalosa manipulación informativa de RTVV. Unas credenciales que no son el mejor viático para persuadir a ese electorado de centro sin cuyo asenso no se consigue el exiguo porcentaje de votos que al PP de España le falta para llevarse el gato del poder al agua. Aunque, puesto a ello, nuestro presidente puede sintonizar de nuevo con el joven liberal que fue un día y establecer un puente integrador entre esas dos orillas, la más y la menos reaccionaria, que conviven en el seno del partido. Con tal voluntad, su pragmatismo y fortuna ¿por qué no ha de ser ese tercer hombre que devuelva al PP la ilusión perdida? Jo, qué ilu.

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