Telescopio o microscopio
Telescopio o microscopio, ésa es la cuestión. Hoy comienza la Eurocopa y como España no juega hasta el martes, lo que nos toca hacer es mirar a los demás para imaginártelos de rivales: a los del sábado y el domingo, porque podríamos encontrárnoslos en la final, que en nuestro caso, para qué vamos a engañarnos, es como soñar con las 24 Horas de Le Mans sentados en un triciclo; y a los que van a jugar el lunes, Holanda, Italia, Rumania y Francia, porque de esas cuatro selecciones va a salir nuestro adversario en cuartos de final, que son la curva del Scalextric en la que siempre se nos sale el coche de la pista pero que, con Suecia, Grecia y Rusia de enemigos, no parecen difíciles de alcanzar.
Hay que preguntarse si a los rivales los vemos con fascinación o con arrogancia
Pero hay que preguntarse si a esos cuatro equipos, y sobre todo a Holanda, Italia y Francia, los vamos a mirar con un telescopio o con un microscopio, es decir, con la fascinación y el complejo de inferioridad con que se observa lo que se cree inalcanzable o con la arrogancia de quien analiza para gobernar, para descubrir un punto débil, una vacuna o un antídoto. Si lo piensan bien, es cierto que Francia e Italia son dos de nuestros verdugos históricos, pero qué más da, si en nuestro historial tenemos tantas bestias negras que podríamos montar un zoológico.
Imagino que los jugadores de la selección española también verán por televisión los partidos de hoy, mañana y pasado, y me pregunto qué llevaran en la mano, si el telescopio, el microscopio o un escapulario de la virgen de los deportistas, porque el fútbol es un estado de ánimo, algo que tiene tanto que ver con el talento como con la confianza, y el tamaño de los contrincantes depende del lugar desde dónde se los mire, porque quizá sentirte superior o igual a ellos no te va a hacer ganar un partido, pero si te sientes inferior, lo pierdes seguro. A ver si, para empezar, conseguimos no decir una vez más eso de que el fútbol es un juego en el que compiten once contra once y en el que al final siempre ganan los alemanes, porque a base de repetirlo nos lo hemos acabado creyendo, hasta tal punto de que uno tiene la impresión de que a menudo no hemos perdido contra los jugadores de Italia, Francia o la propia Alemania, sino sólo contra sus camisetas.
Ojalá eso no suceda y los conjuntos que vamos a espiar no nos asusten y nos llenen la boca de ese puré hecho de asombro y envidia en el que tanto nos gusta meter la cuchara: fíjate qué buenos son, qué grandes, qué resistentes... Porque si eso ocurre, cuando nos los crucemos en cuartos no nos vamos a enfrentar a ellos, sino a nuestro miedo: si hay un sustantivo y un adjetivo que mezclen mal, son campeón y asustado. Así que me sentaré ante la televisión y una de dos: o los rivales lo bordan, o voy a encontrar un modo de ganarles. Que sepan que no les tengo ningún miedo.
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