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Columna
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Generación global

¿Existe una generación global? El sociólogo Ulrich Beck se hace esta pregunta en un estupendo libro recién traducido (Paidós). Beck intuye que esa generación se definirá como la que excluye de su vocabulario la palabra extranjero y lo que significa. Los buenos sociólogos sirven para constatar lo obvio: los individuos multiculturales existen desde hace mucho. Pero se busca algo más: un cierto espíritu de generación consciente de ello.

La idea de una generación global, capaz no sólo de entenderse con lenguajes variopintos, sino de compartir objetivos y deseos, avanza lo que ya es realidad. Hoy, además de la realidad económica, con sus excesos y desigualdades, la generación global comparte iconos, ritos, ideas, inquietudes, perplejidades, paradojas y muchas preguntas aún no formuladas.

Con Obama llega la segunda generación global, que busca nuevas respuestas

No es nuevo: la noción de lo global existe desde que, primero los chinos y luego los descubridores portugueses, constataron la amplitud y diversidad del mundo. La economía y el comercio dieron forma, ya en el siglo XIX, a un internacionalismo que confirmaron las dos guerras mundiales del siglo XX relativizando la idea de nación. Beck sugiere que la primera generación global es la de 1968, ya que su ámbito de acción política desborda las fronteras nacionales. El culto a la juventud, por ejemplo, es una aportación de esa generación: que hoy vivamos bajo el síndrome de ser eternamente jóvenes es porque los del 68 fueron la primera generación significativa y global de jóvenes. Fueron pioneros: ellos mostraron la fuerza de lo joven, y quizá ahora, para seguir viviendo, les toca desafiar una nueva manera de abordar la decrepitud.

Dos nombres me han hecho pensar, esta semana, en el peso paradójico de esta primera generación global. La muerte del diseñador Yves Saint Laurent ha removido el significado de la ruptura estética antiburguesa: él, que despreciaba la moda porque la creaba, vistió la revolución de las mujeres, consagró el culto a la juventud e integró el cambio estético en la gran rueda de la moda global. El diseñador que llevó al límite su papel de enfant terrible y de transgresor proponiendo, ya en los ochenta, las transparencias y posando desnudo para sus perfumes. Esto no impidió su conversión en marca comercial: su genio fue abducido por los poderes económicos. El artista que amó a las mujeres sucumbió al dinero que labró su infelicidad y sustituyó su rebeldía por la estética mafiosa y de nuevo rico. Todo un símbolo.

El miércoles pasado Pasqual Maragall reunió a dos centenares de personas, de amigos, para presentar su último desafío: una fundación y una marca, Alzheimer Internacional, para dominar al nuevo monstruo, la enfermedad de la memoria, que hoy afecta a 24 millones de personas en el mundo. El auditorio del Parque de Investigación Biomédica fue un reencuentro de sesentayochistas que resisten a la jubilación y al igual que Maragall -que cambió la vida de tantos catalanes y que dijo, sin tapujos, que se encontraba peor- se sublevan ante la idea de que aún no se conozcan las causas de una enfermedad ya tan común. Quedó claro que la ambición y la conciencia que mueve el proyecto es, de nuevo, global. Como si aquella generación que hace 40 años conmovió al mundo se resistiera ahora a dejar sin respuesta uno de los más inquietantes misterios de la ciencia y lanzara su por qué al mundo entero. No había dimensión política en ese acto, sino espacio humano emocionante, común y generacional: otro por qué global y lacerante que resolver.

"Yes we can", dice Obama: un nuevo grito generacional contra el común sentimiento de impotencia. Así llega la segunda generación global, aquella que busca respuestas a todos los nuevos por qué nacidos de la conciencia de una humanidad global.

m.riviere17@yahoo.es

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