La revolución pendiente
El torneo aguarda nuevas figuras y una alternativa al modelo inglés
Más que del recuerdo de partidos solemnes, el fútbol vive últimamente de momentos, de jugadas episódicas o respuestas individuales, del culto al futbolista y a veces de situaciones morbosas. Ninguna acción ha merecido más comentarios que el resbalón de Terry en la final de la Copa de Europa de la misma manera que uno de los instantes más televisivos de la última temporada ha sido el pasillo del Barça al Madrid en Chamartín. En la época de la instantaneidad, no hay un equipo capaz de marcar tendencia ni una selección a la que admirar.
El concepto de colectividad sólo se asocia para bien al juego inglés. A veces hay incluso la sensación de que a los equipos de la Premier se les admira como si fueran los únicos honestos del fútbol por su sentido del ritmo, la intensidad y el vértigo. Ocurre que Inglaterra, una potencia a nivel de clubes por los extranjeros, no se ha clasificado para la Eurocopa, ausencia que replantea de nuevo el viejo debate entre la FIFA y la UEFA sobre la cuota de jugadores seleccionables, contencioso que sólo Rusia parece resolver de forma gradual de acuerdo a los intereses del equipo nacional. Así las cosas, el torneo que mañana comienza está a la expectativa de la sorpresa individual y de la respuesta colectiva a la hegemonía inglesa.
El croata Modric, cuyo porte evoca la figura de Cruyff, abandera un plantel muy joven
Grecia en Austria y Suiza |
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Un ejemplo a seguir es el de Grecia, campeona en la última edición, después de encontrar un plan de juego solvente para una competición corta. Más que ganadores, los griegos fueron irreductibles. Desde la inauguración hasta la final, los resultados jugaron a su favor. Aunque nadie quiere jugar como Grecia, su éxito es un ejemplo para selecciones coyunturales que sólo pueden alcanzar el trofeo en situaciones muy concretas.
Al otro lado, se encuentran los equipos a los que se otorga un protagonismo especial porque se les supone transgresores e innovadores, elegidos para revertir formatos como el actual, que abona el juego físico, la preparación metódica y la organización táctica frente al talento a partir de la técnica individual. Holanda siempre ha sido la abanderada del juego exquisito y desde hace un tiempo genera las mayores expectativas y las más grandes decepciones. A Portugal se le supone igualmente revolucionaria por su calidad ofensiva y a España se la emparenta con Brasil por su juego de toque aunque el curriculo no admita comparación.
Y, en medio de unas y otras, se sitúan las más fiables, como Italia y Francia, finalistas del último Mundial, y evidentemente Alemania, que, como dice Cruyff, gana una Eurocopa de cada cuatro. Los tres equipos saben más por viejos que por diablos. Los alemanes aspiran a que Löw continúe la apertura futbolística iniciada por Klinsmann; nadie duda de la competitividad de los italianos, que han prescindido incluso de sus mejores promesas; y los franceses ofrecen una mezcla de jóvenes y veteranos muy interesante. Adulado Cristiano Ronaldo y ausentes Messi y Kaká, Benzema, el ariete del Olympique de Lyón, encabeza la lista de futbolistas que aspiran a consagrarse en el torneo, junto al portugués Nani, al italiano De Rossi o al croata Modric, cuyo porte futbolístico evoca la figura de Cruyff, y abandera por lo demás un plantel descaradamente joven frente a conjuntos más pesados como la Suecia de Larsson. Jugadores como los portugueses Moutinho y Veloso, el alemán Mario Gómez, el suizo Barnetta, el holandés Afellay o el español Torres, aspiran a competir con futbolistas de la talla de Ribèry, Toni, Ballack, Ibrahimovic, Van Nistelrooy, Lham, Pirlo y Deco.
El fútbol demanda nuevas figuras y otros formatos para enfrentar al modelo inglés. La Eurocopa puede ser un buen escenario para reanimar el juego. Y hay datos que abonan precisamente la excitación: el seleccionador tipo es holandés, tiene 56 años y lleva cuatro años y medio en el cargo.
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