Trance
Tom Heckel es tan pálido que parece inmaterial. Su piel delgada asemeja una hoja de papel. Su larga cabellera platinada, recogida en un moño posterior, es un turbante inmaculado. Incluso sus ojos, de un azul traslúcido, podrían pertenecer a un ser puramente espiritual. Lo único que lo delata como ser de carne y hueso es su tarifa: 80 euros por cabeza para un grupo de 12 personas.
Heckel, también llamado Baba Om, es un canalizador. Entra en trance. Conoce nuestro verdadero yo. Descubre nuestras vidas pasadas y nuestro karma. Hace un mapa de nuestras dificultades e ilumina nuestro camino espiritual. Al menos, eso dice su presentador.
Los asistentes a la sesión de hoy (¿pacientes?, ¿discípulos?) nos quitamos los zapatos y nos acomodamos en colchonetas alrededor de la habitación. Heckel se sienta en una silla alta, al frente, y sopla un incienso ardiente para expandir su perfume.
-Lo primero que vamos a hacer -anuncia- es cerrar los ojos y respirar. Y mientras inhalamos y exhalamos, vamos a preguntarnos ¿por qué estoy aquí?, ¿qué estoy buscando?
Yo sé lo que estoy buscando antes de inhalar y exhalar. He venido a esta sesión para escribir una crónica. Jamás he creído en nada que no lleve colgada una etiqueta con el precio, y tampoco voy a creer hoy. Secretamente, espero divertirme. Para mí, el plan ideal es que este hombre sea un charlatán estafador y me ofrezca un festín de sarcasmo para cebar mi página del domingo.
Después de la respiración, comienzan las preguntas. Cada asistente tiene derecho a una. Por alguna razón, muchas participantes de hoy son actrices de entre 30 y 40 años. Algunas no saben lo que quieren de la vida, y eso les preocupa. Otras lo saben y lo tienen, pero aún sienten un vacío, y eso les preocupa más. Ninguna tiene hijos. Sienten que han llegado al momento de tomar la decisión de estabilizarse, y algo en ellas se resiste a dar el paso.
A todas, Heckel les pide que le enseñen las manos. Y luego entra en trance. Para mi decepción, no levita ni salen espumarajos de su boca. Tan sólo cierra los ojos y habla. Sus movimientos más violentos son echar la cabeza para atrás o juntar las yemas de los dedos. Y la mayor parte del tiempo parece estar leyendo un diagnóstico médico en el interior de sus párpados:
-Estás viendo tu futuro como si fuese igual que tu pasado. Pero las soluciones que funcionaban antes, ahora ya no funcionan igual de bien.
O también:
-Relájate. Ves como un drama lo que es sólo un momento natural de tu evolución.
Otros asistentes hacen preguntas más extravagantes:
-¿Cómo hago que mi ser sea?
-¿Por qué sufro alergia al maquillaje?
-¿Se está manifestando ante mí Satanás?
A todas ellas, el canalizador responde con lo que me parece simplemente una mezcla de sentido común y capacidad de empatía. Nada fuera de lo normal, lo que haría un cura o un psicólogo. Pero después de escucharlo, todos se muestran aliviados y agradecidos. Sospecho que están sugestionados. O quieren creer. Encuentro miles de explicaciones racionales para lo que veo.
Hasta que me toca a mí.
Heckel trata de entrar en trance conmigo. De repente, se detiene. Abre los ojos. Me dice:
-No hago conexión. Estás sobrecargado. No eres capaz de relajarte. Todo en tu cabeza es tu trabajo. Has perdido contacto contigo mismo y tus emociones.
Desde afuera, supongo que parece sólo sentido común y empatía, pero es lo mismo que me dijo la última mujer con la que rompí. Lo mismo que me dijo mi madre poco antes de abandonar mi país. Lo que me dijo el psiquiatra cuando tuve una crisis. Y este hombre lo dice después de escucharme durante exactamente 40 segundos. Soy el único al que dice eso. Es como si él tuviese rayos X emocionales. Me siento desnudo.
Al terminar la sesión, todos nos tomamos de las manos y Heckel recomienda:
-No traten de entender lo que ha ocurrido aquí. Sólo dejen que se asimile en otro nivel.
Pero yo nunca he tenido otro nivel. Y ahora mismo, tampoco tengo un festín de sarcasmo para mi crónica del domingo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.