Utopiavision
Pero vamos a ver, ya en aquellas viejas épocas del estructuralismo..., ¿no habíamos decidido que eso de Eurovisión era una estupidez? ¿A qué escandalizarse ahora porque queramos participar con uno de los mayores horteras que hemos encontrado en la Península? En justicia, es lo suyo. Entendiendo Eurovisión como un concurso de "a ver quién envía el engendro más fuera de tono" es absolutamente legítimo que intentemos brillar. Es comprensible, eso sí, que todos aquellos que han participado con anterioridad en el certamen se sientan puestos en evidencia este año por la presencia del baile friki. Sólo puedo recordar, para confortarles, que ellos se lo han buscado. Porque no me puedo creer que, cuando participaban, no notaran en ningún momento el mal gusto general que supuraba ese simulacro de competición. Seguramente, les pudo la ambición vanidosa de ser vistos en todo el continente e hicieron la vista gorda significándose, total, para nada. A fin de cuentas, la música es un lenguaje internacional de entendimiento, no una competición. Como las matemáticas, sirve para entenderse no para contender. Ahora bien, rasgarse las vestiduras por todo esto es más bien propio de modistos con los nervios delicados, así como poner el grito en el cielo parece más propio de la Iglesia (¿dónde si no lo iba a poner?). En fin, que el asunto no es para tanto; algo no encaja en tanto ruido de fondo.
He tardado un poco en identificar el verdadero motivo de la escandalera del humorista desnutrido. Lo que ha puesto de los nervios a todo el mundo no es otra cosa que la forma cómo ha sido escogido: el factor democrático. El desprecio y la indignación no provienen en realidad del festival cursi o del humorista torpe sino de la decepción provocada por la clase social en que las utopías depositaron sus esperanzas. La masa ha sido interrogada y la masa ha hablado. El hombre al que Marx le ofreció "ser todo lo que quieras ser" ha resultado desear ser un primario de camisa rosa que se muere por ir a Las Vegas. Y cabe preguntarse, ¿qué esperaban pues? Oh vaya, luchamos y alcanzamos buena parte de las utopías sociales y resultó que la utopía ¡era vulgar! Liberamos al esclavo y resultó que dentro estaba Liberace, vaya contratiempo. Bien, que no cunda el pánico porque, aunque quede poco estético decirlo, como provengo de barrio sé que se vive mucho mejor como hortera que como esclavo. Hay sanidad y bastante más risa. Entender algo tan simple me permitió leer desde muy joven a Ortega y Gasset sin complejos. ¿Acaso creían que por alfabetizarnos nos iban a dejar de gustar la moral simple, los pechos grandes y la comida abundante? ¿No se habían dado cuenta ya, con el éxito de los bufetes libres, de la que se nos venía encima?
No. Enviar al chiki-chiki a Eurovisión es la mejor jugada desde que Bélgica en los ochenta se atrevió a hacer algo parecido con Los Telex, un grupo de tecno que parodiaba el propio evento. A un continente que todavía mantiene un festival así, es como decirle: mírate a la cara sin afeites de pretensiones y lujo hortera, esto es lo que hay. La democracia es así. Y puede que la verdad, al final, además de hacernos vulgares, nos haga libres. -
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