Y por fin el colapso
Por fin la crisis que venía arrastrando el Consejo Audiovisual de Andalucía (CAA) ha llevado a éste al colapso con la dimisión irrevocable anunciada por su presidente. El clima en el CAA no podía ser más irrespirable, y eso lo sabemos todos: han saltado a la prensa acusaciones cruzadas dentro del Consejo de mal estilo y peor intención. Por eso me parece que estaba de más el refinamiento de un diputado socialista en el Parlamento autonómico cuando dijo que la dimisión de Vázquez Medel ha sido una "decisión estrictamente personal" que en todo caso hay que respetar. No, señor mío: en este chusco episodio no ha quedado un trapo sucio sin salir a la luz, como tampoco, según contaba anteayer este periódico, se ha tapado nadie la sonrisa de satisfacción (ni ha reprimido el chiste borde) al oír decir al presidente del CAA que dimitía. El respeto llega algo tarde.
Conviene recordar que el detonante final de esta crisis ha sido una decisión del CAA de 9 de marzo pasado sobre "el cumplimiento de la misión de Servicio Público por la RTVA" en el último periodo electoral. Desde una cuestión tan importante se ha caído a un nivel de "pelea barriobajera" (la expresión es de un miembro del CAA) cuyo tema central es la independencia de los consejeros y el presidente respecto de los partidos que los propusieron en su momento. Y nadie ha quedado libre de sospecha. Resultado: la parálisis del Consejo, que sólo beneficiará a aquellos operadores que, desde que la institución existe, no han dejado de mostrar la incomodidad que les produce.
El problema es el mismo que tiene paralizadas instituciones como el Consejo General del Poder Judicial: los partidos convierten las instituciones en mesas de partidos en las que atrincherarse, y no en organismos dedicados a cumplir la función que tienen encomendada; por eso confunden la confianza en la independencia con la lealtad al partido. El CAA ni puede ni debe ser apolítico, naturalmente. Pero sí tiene que situar sus objetivos políticos en un nivel superior: el del interés general y los derechos eventualmente afectados por los operadores de radio y televisión, y muy especialmente el del control del cumplimiento de la función de servicio público cuando de ella se trate. La independencia consiste en poder hacer eso. Pero mala señal es que al primer rasguño se llame al cirujano de hierro para que rueden cabezas. Puede que la institución esté mal diseñada, o que no se quiera que funcione. O las dos cosas a la vez. Por ahora, es difícil que levante el vuelo.
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