La calle sin dueño
Un amigo mío que circulaba hace unos días por la calle de Barquillo, camino de su casa, sintió el aprieto incontenible del orín en la madrugada de una ciudad de tan escasos urinarios públicos como la nuestra y, viéndose obligado a resolver su urgencia mingitoria, se internó en una especie de soportal de unos almacenes para desahogarse. Se encontró con una caja de cartón alargada y comentó a su acompañante entre risas: "Lo mismo está ocupada". Lo dijo en alta voz por si obtenía respuesta y, como nadie dijo nada, procedió sin más a su expulsión. Fue entonces cuando la voz quejosa de un hombre se lamentó desde el interior de la caja: "Mira que es larga la calle y ha tenido que ser aquí".
Álvarez del Manzano quiso organizar un 'manifestódromo' en las afueras
Aquel lamento cortó de súbito el chorro de la necesidad y el mendigo oculto recibió las disculpas del involuntario intruso. Pero me contaba el meantín la conciencia que tomó en ese instante, bajo la pesadumbre de haber interrumpido de tan desagradable manera el sueño de aquel hombre, de que la noche de Madrid está poblada de gente a la intemperie, de desposeídos que no tienen otra cosa que la calle. No es que la calle sea de ellos, es que no tienen otro lugar.
Recordé esta anécdota cuando escuché a Javier Arenas proclamar: "La calle no es de la izquierda, sino de las causas justas". Lo dijo en plena escandalera por lo del agua, alborotado como un rebelde y amenazando con tirarse a la calle con Francisco Camps y Ramón Luis Valcárcel, dos respetables presidentes autonómicos, como una auténtica pandilla. Y cuando alguien habla de la calle para la protesta, uno no piensa en las calles de Almería, por más que fuera Arenas el que amenazaba, ni en las de Valencia, por más dispuesto que se halle siempre Camps a ocuparlas, sino en las calles de Madrid, sobre todo si la causa justa tiene algo que ver con La Moncloa.
Cuando a la derecha no le gustaba la calle y no la había ocupado -ahora hemos visto que la ocupa hasta para enfrentarse consigo misma-, José María Álvarez del Manzano, alcalde de esta villa, harto ya de los manifestantes, quiso organizar un manifestódromo en las afueras para que los descontentos fueran allí a aliviar sus penas y no le alteraran el tráfico, pero todo manifestante que se precie necesita del centro y de la molestia y Álvarez del Manzano no consiguió hacer compatible el derecho a la manifestación con su brillante idea. Menos mal que así fue, porque si no ya me dirán ustedes cómo podrían manifestarse ahora Camps, Valcárcel y Arenas al grito de "Agua para todos". O dónde iba a recibir la presidenta Aguirre las aclamaciones de los liberales y a pedirle cuentas a Fraga en plena calle por lo que dice de ella. Si la calle no fuera también de la derecha, ¿dónde iba a recibir Gallardón los abucheos de los manifestantes contra el terrorismo por la justa causa de María San Gil contra Mariano Rajoy? Cuando Arenas dice que la calle no es de la izquierda, no es que diga una obviedad, que también; es que hace mucho tiempo que no sale a la calle, donde a la izquierda ni se la ve ni se la espera.
Y claro está que la calle no es de la izquierda. Ni de nadie. Y por no serlo no lo es ni de las causas justas; por la calle desfilan las más injustas causas con todo desparpajo. Lo que pasa es que como el interés de la derecha por la calle es algo nuevo la calle ha parecido hasta ahora un espacio de la izquierda.
La calle, si quieren, es de quien se la trabaja. Y era la izquierda la que la usaba para sus causas y contra Franco, con lo que la calle era de la policía y de los que se atrevían a saltar a la calle para defender la libertad. Después, en democracia, ocurrió al principio otro tanto, y cuando la derecha salía a la calle, nunca lo hacía sola.
Más tarde, a José María Aznar, que no se había manifestado de joven, la calle lo ponía nervioso y un modo de tratar con desdén a un político de la oposición era llamarlo pancartero. Antes de que Aznar le cogiera el gusto a manifestarse en Madrid con Alcaraz y con los obispos, la calle no era para él, como dice Arenas, de las causas justas, a menos que a Arenas le parezca una causa justa, como a mí, salir a la calle contra la guerra de Irak. Pero cuando Arenas tome ahora la calle podrá mirar hacia abajo y descubrir que sigue siendo de los desprotegidos, de los que viven a la intemperie, ajenos a los gritos y al perfume de la izquierda y de la derecha; de aquellos que no son todos ni cuando se habla del agua.
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