Conflictividad interna
De entre todas las asociaciones que constituimos los seres humanos en una sociedad democrática no hay, posiblemente, ninguna en la que exista una conflictividad interna tan intensa como en los partidos políticos. La conflictividad interna es la norma que preside la vida del partido, de cualquier partido.
Y es así, porque no puede ser de otra manera. Un partido político es una asociación que únicamente tiene sentido para competir por la conquista del poder. El poder no es lo único que cuenta en un partido, pero sin el poder no se explica nada. En última instancia, el partido no es más que una asociación que pretende convertir su programa particular de dirección política de la sociedad en programa de gobierno, esto es, en programa general del conjunto de la sociedad. Y eso únicamente puede conseguirse obteniendo en la competición interpartidaria la mayoría suficiente para poder formar gobierno.
Ahora bien, para poder competir con posibilidades de éxito con los demás partidos, cada partido tiene que prepararse en el interior del mismo. La competición en el interior del partido es el entrenamiento indispensable para poder competir después en el exterior. Como sabe bien cualquier aficionado al fútbol o a cualquier deporte, un deportista o un equipo vale lo que entrena. Es en la pretemporada y en los entrenamientos a lo largo de la misma donde se forja la capacidad de un equipo o de un deportista para poder competir con posibilidades de éxito.
A diferencia de lo que ocurre con la competición externa, esto es, la interpartidaria en elecciones de todo tipo, o en una liga o una olimpiada, en la que hay reglas formalizadas muy estrictas que las presiden y que son interpretadas de manera vinculante y no recurrible por un árbitro preestablecido: el cuerpo electoral, el equipo arbitral o el juez de la competición olímpica, en la competición interna las reglas, aunque estén formalizadas, son mucho más fluidas y además no disponen, por lo general, de un arbitraje imparcial incontestable. De ahí que orientarse en el conflicto interno sea más difícil que hacerlo en el conflicto externo y de ahí también que la posibilidad de que haya juego sucio aumente de manera considerable.
Esto es así. Lo ha sido mucho más en el pasado y es probable y, sobre todo, sería deseable que lo sea menos en el futuro, pero es así. Los partidos políticos son asociaciones internamente muy conflictivas, pero no democráticamente conflictivas, sino oligárquicamente conflictivas. A diferencia de lo que ocurre en la competición externa, en la que el elemento democrático es el dominante, en la competición interna el que prevalece es el elemento oligárquico. De ahí que la intensidad de la competición esté marcada por el peso de las distintas oligarquías que compiten.
En estas últimas semanas lo estamos viendo en el PP. La tensión que hay en el interior del partido es perceptible. La falta de transparencia en la organización de la competición es manifiesta. Los golpes bajos se suceden, sin que esté nunca del todo claro cual es la mano que tira la piedra.
Hasta el momento la competición se ha expresado a través de nombres propios, Esperanza Aguirre, Eduardo Zaplana, Ángel Acebes, María San Gil... Pero, si las cosas siguen así, antes de que llega la fecha del congreso la competición habrá proyectado al conjunto del partido y obligará a los militantes del partido popular en cada una de las organizaciones regionales del mismo a tener que tomar parte en la decisión de la competición. Ese será el momento de la verdad para la organización del PP en Andalucía, en el que se podrá comprobar cuál es el grado de cohesión interna que posee.
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