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Columna
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Kultur, cultura, cultureta

Darío Villanueva

Una misma palabra puede significar cosas distintas. Hablando de cultura, el alemán nos llena la boca con una resonancia grandilocuente y elitista al gran pensamiento filosófico, la literatura más excelsa, la música sinfónica, la ópera y el arte monumental. Incluso escribiendo en otro idioma, a veces usamos Kultur -siempre con mayúscula- para enfatizar, del mismo modo en que el derivado catalán cultureta nos sirve para aludir exactamente a lo contrario: el medio pelo, el querer y no poder, el gato por liebre, el to er mundo é güeno.

Tanto en castellano como en gallego cultura está a salvo, por el momento, de connotaciones tan inoportunas. Por el momento, porque no faltan usos que poco a poco se van extendiendo y que nos cuesta mucho aceptar si entendemos la palabra en ese sentido amplio, no restringido, que no olvida ninguna manifestación de la creatividad humana. Cultura entendida como la creación del valor añadido que las personas somos capaces de aportar a mayores de lo que es natural o puramente material: la gastronomía es el resultado culto de la alimentación tanto como la literatura lo es del lenguaje. Cuando leemos títulos como A cultura do pan de Xosé Luis Ripalda entendemos perfectamente qué se debe seguir entendiendo por cultura, aunque circulen ciertas variantes deturpadas a este respecto.

Nunca antes en la historia de la Humanidad la gente fue más culta

Pienso, por caso, en la denominada "cultura de la droga", o la expresión "la cultura de la muerte", más recientemente introducida para referirse no al trasfondo de creencias, ritos, expresiones artísticas, musicales, folclóricas o populares que tan destacada presencia tienen en países como México o Galicia, sino la brutalidad de los verdugos hacia sus víctimas. Por mucho que respetemos la capacidad incesante de las lenguas para producir nuevos significados, catalizada hoy por el enorme poder de los medios de comunicación, no deberíamos olvidar que el sentido más genuino del concepto es consustancial a pasiones positivas como la estética, la empatía, el diálogo, la comprensión de lo diverso y la generosidad. Y que la cultura siempre apunta hacia la perfección y la excelencia de la sensibilidad humana y al logro de la belleza, como las propias creaciones populares han reflejado invariablemente a lo largo del tiempo.

En los años 60 del siglo pasado Umberto Eco daba a las prensas un famoso libro en el que expresaba la inquietud entonces existente hacia la creciente democratización de los bienes culturales promovida por la proliferación de mensajes transmitidos a través de novedosos cauces. Su observación de partida era rotunda: desde una concepción elitista, desde la Kultur, "la mera idea de una cultura compartida por todos, producida de modo que se adapte a todos, y elaborada a medida de todos, es un contrasentido monstruoso. La cultura de masas es anticultura". En su última novela, Enzensberger pone en boca de un personaje reaccionario y estólido una afirmación semejante. "¿Cultura para todos? (...) La cultura es un hecho minoritario. Las llamadas personas normales prefieren el jaleo y la diversión". Y clama contra lo oneroso de que Alemania tenga 150 teatros en activo y varias docenas de orquestas sinfónicas, o de que todavía se sigan representando óperas.

Frente a esta postura apocalíptica, Eco registra también la reacción optimista del integrado: los nuevos tiempos presentan una oportunidad única contra la que, sobre todo, no cabe la indiferencia. El universo de las comunicaciones de masas es el nuestro, y gracias a la proliferación de productos culturales -generadores, todo hay que decirlo, de una poderosa industria- no es inexacto afirmar que nunca antes en la historia de la Humanidad la gente fue más culta, se escribieron, editaron, vendieron y leyeron tantos libros, se escuchó tanta y tan buena música, y el arte fue tan accesible al público en general no solo a través de los museos, sino también por gracia de lo que Benjamin denominaba "la era de la reproductibilidad técnica". No nos convence, como a la Josefine de Hans Magnus, la idea rancia de la Kultur, pero es cierto que conviene estar en guardia para que la cultura no se convierta, como quien no quiere la cosa, en cultureta.

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