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Reportaje:

Dentro del laberinto

Pese a que en Madrid hay más grupos y locales de ensayo que nunca, vivir de la música es una utopía para quienes empiezan

No son fáciles de localizar. Para entrar a los locales de ensayo Undergound, en el barrio de La Guindalera, hay que abrir una puerta sin letrero y bajar una destartalada escalera. A la derecha queda una ventana rota y mugrienta por donde se cuela el frío. Dentro, la cosa cambia. Las luces halógenas, los carteles de Jimi Hendrix y la barra del bar al final de un estrecho pasillo disipan la sensación de antro. Son las cinco de la tarde de un jueves cualquiera y se oye música en directo tras una espesa puerta de hierro. "Todavía hay poca gente. Es pronto", explica Francisco detrás de la barra y de una barba espesa. "A las siete de la tarde, cuando los chicos salen del curro, esto se llena".

El metro cuadrado para tocar se paga más alto que la vivienda

Lo mismo se escucha, a pocos metros de allí, en Ritmo & Compás, el local más grande de Madrid, con más de 100 salas. "Hay gente que va al gimnasio. Otros vienen aquí a tocar", dicen. Estos dos locales de ensayo son dos de los más de 30 que existen en Madrid. Hace 15 años en Madrid había muy pocos lugares para ensayar, ahora se han duplicado.

Por sus pasillos y habitaciones, aisladas, han pasado miles de grupos. Desde estrellas como Andrés Calamaro, Miguel Ríos o Julieta Venegas a grupos tan desconocidos que se hace difícil pronunciar sus nombres. Allí, los músicos consolidados se cruzan a diario con los nuevos. Es el lugar, junto a los garajes familiares, donde hay que estar si tienes un grupo. "Hace falta talento, sí", dice Mar Hernanz, de 30 años y propietaria de Ritmo & Compás. "Pero también contactos y dinero".

Ahí empiezan los problemas. Porque, aunque en la capital exista una buena infraestructura, nada sale gratis y la mayoría de músicos -o aspirantes a serlo- coinciden. Son caros. Un ejemplo: los asiduos a estos locales deben pagar entre 300 y 500 euros al mes si quieren ensayar en condiciones mínimas. Hay unos más limpios, otros más sucios, más profesionales o más cutres... pero en todos el metro cuadrado se paga más alto que la vivienda. Muchos deben agudizar el ingenio (compartir espacios, instrumentos...).

"En nuestra época era más barato porque todo era un poco más ilegal", explica Leiva, cantante y mitad del grupo madrileño Pereza, que nunca pudo permitirse un local de este tipo . "Es bueno que se formalicen los locales, pero los hace más caros e inaccesibles".

Alberto Rodrigo tiene 29 años y es líder de la banda de rock Ringo. Con su grupo, que ya ha editado dos maquetas, se conoce todos los locales de Madrid. "Para una banda nueva no es complicado abrirse camino. Es complicadísimo", explica. "Cuando empiezas no conoces a nadie. Por eso, aunque los locales sean caros, es fundamental ir para conocer a gente". "Y si tienen una barra de bar, mejor". La frase la completa Paul Collins, ex líder de The Beat, mito del power pop estadounidense de finales de los setenta y, desde hace cinco años, afincado en Madrid. Paul, que ya pasó los 50, ha publicado dos discos con músicos españoles y en España ha vuelto a recorrerse locales como un novato. "Aquí hay suficientes medios para hacer buen rock and roll", explica. "Sólo hace falta persistencia y que, al principio, el dinero no sea lo importante. Mis primeros conciertos me los pagaban con cerveza".

Las cosas no han cambiado mucho. Pablo Yárnoz, de 19 años, y su hermano Mikel, de 17, acaban de montar un grupo de rock, StreetWises. Sólo llevan cuatro meses pero ya han conseguido tocar en público. "Bueno, sacamos unos 40 o 60 euros por concierto", explica Pablo, que, además de estudiar Económicas, toca la batería. "Los gastamos en tocar algún día en un local de ensayo bueno. Si no, en casa del cantante".

Pocos se pueden dedicar enteramente a la música. Tienen que buscar otros trabajos. Como la bilbaína Miren Iza, de 28 años y líder de Tulsa. De poco vale que el grupo haya recibido estupendas críticas de su primer disco. Ella sigue trabajando como médico en un conocido hospital de Madrid. "Siempre ha sido así", afirma Leiva de Pereza. "Hasta el segundo disco no pudimos dejar nuestros curros. Yo, de jardinero, y Rubén [la otra parte del grupo] seguía pintando líneas en la carretera".

Un grupo de rock practica su repertorio en un local de ensayo.
Un grupo de rock practica su repertorio en un local de ensayo.LUIS SEVILLANO

La Red funciona

No es un camelo. Las redes sociales tipo MySpace de Internet funcionan. No sólo se han convertido en escaparate donde los grupos nuevos muestran su música, al margen de las grandes discográficas, sino también han derivado en un inmenso bar donde se hacen contactos musicales.

Hace tres meses, Masako, una japonesa de 20 años, aterrizó en Madrid desde Tokio para ir a un concierto organizado en su honor. Entre los favoritos del MySpace de Masako (www.myspace.com/tinylittle_me) se pueden ver grupos españoles como La Costa Brava, La Casa Azul o The Sunday Drivers.

"La conocimos por MySpace", cuenta Alberto Rodrigo, de la banda Ringo. "Nos dijo que iba a venir a España y le organizamos un concierto homenaje. Conoció a todos sus ídolos y lo pasamos como chinos".

El rock de las afueras

El cantante Alberto Comesaña entraba en una importante discográfica con un puñado de cedés de grupos noveles. "Lo único que les he prometido es que sus maquetas serán escuchadas", decía a la salida. El ex Amistades Peligrosas apoya desde la Casa de la Juventud de Boadilla del Monte a grupos nuevos. "La situación y las salidas son más bien escasas, por no decir nulas", explica.

Le ocurre a Alberto Santamaría, de Galapagar, que a sus 18 años ya toca con cuatro grupos (dos bandas municipales y dos big bands de jazz). "Existe un circuito de sitios para tocar por la sierra, pero tenemos que buscar los conciertos", explica.

Aunque hay grupos del extrarradio que han dado el gran salto. El Canto del Loco empezó a dar guitarrazos en un destartalado local de Algete. "Está un poco sucio", dice el cantante Dani Martín, "pero es todavía nuestro cuartel general".

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