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Columna
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El PSPV que nunca existió

No dejan de sorprender las jeremiadas de los cronistas políticos de izquierda más o menos colocada acerca de la situación del socialismo valenciano, una colección de lamentos que orbita alrededor de una pérdida, o más bien de un rosario de pérdidas, vinculada a la gran pérdida que supone no haber conseguido tocar poder verdadero desde hace la tira de años. Pero el poder lo depara el resultado de las urnas, tras el despelote que supone la exposición de un programa político más o menos convincente en campaña electoral (y eso vale tanto, aunque con todos los matices que se quieran, para las convocatorias municipales, autonómicas o generales), donde el partido derrotado propende más al autocompasivo ejercicio de lavarse las heridas que a tratar de entender las razones del electorado para no ofrecerles nada más que la negra espalda del tiempo. No se construye el duelo pertinente, acaso porque se rumia que los ciudadanos son una pandilla de desagradecidos ante los que el político valenciano socialista reacciona como aquellos ilusorios líderes de la múltiple ultraizquierda estudiantil cuando los universitarios comenzaron a poner tierra de por medio ante sus fastuosas convocatorias asamblearias.

No hay duda de que el PSPV (si todavía es algo más que unas siglas que pronto dejarán de obtener la atención y el respeto que merecen) ha perdido de manera grave el contacto global con sus posibles electores, lo que quiere decir que ha perdido contacto consigo mismo y que ignora cómo apañárselas para representar a nadie de una manera eficiente y algo consecuente. Pero la pregunta no es ésa. La cuestión de fondo radica en dilucidar si en alguna ocasión obtuvo esa clase de asunción y de reconocimiento por sus propios méritos o si se trató de un espejismo que enmascaraba las carencias democráticas de mediados y finales de los años setenta en nombre de un aluvión de éxitos provisionales. Se trata de unas carencias, bastante complejas en su conjunto, que no son atribuibles al PSPV, pero alguna de sus cabezas pensantes debería de haber tenido en cuenta aquello de los periodos de vacas gordas y vacas flacas para prever (o proveer) tan triste asunto.

Más allá de las mitologías forzadas sobre Valencia como capital de la República, o sobre el cinturón rojo de la ciudad, o de tantas otras ensoñaciones con fecha de caducidad, lo cierto es que el periodo de esplendor del PSPV coincidió con la humeante crisis de UCD y sus múltiples disfraces y con la trabajosa reordenación de la derecha de siempre, una derecha que supo encontrar a su Zaplana para ofrendar nuevas glorias a España y alcanzar un empleo envidiable en Telefónica, mientras Joan Lerma, que nunca fue un líder de masas, preside una gestora sin rumbo ni arribada. Podían echar mano del encantador Felipe Guardiola, pero el de Castellón está en otros asuntos. El resumen, para qué vamos a engañarnos, es que el PSPV fue un aventi que funcionó mientras el viento le venía de cara, y que se ha hundido hace muchos años en cuanto las cosas empezaron a venir mal dadas. ¿Refundar el partido? Mejor la destrucción, el fuego. Han decepcionado a tantos millones de valencianos que mejor apuntarse a una oenegé para socorrer en lo posible a los pobres niños de Senegal, que padecen la misma hambruna que muchos de los nuestros pero son más cariñosos, porque no esperan ayuda de nadie y porque nada entienden todavía sobre qué quiere decir eso del pspv valenciano. Felices, con todo, ellos, frecuentadores habituales de la miseria.

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