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EL CORNER INGLÉS
Columna
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Liverpool, Jesús, Rafa y Freud

SMS recibido de un abonado del Liverpool durante la prórroga del partido que acabó perdiendo su equipo el miércoles en semifinales de la Liga de Campeones contra el Chelsea: "Jesus! I'm shaking!" (¡Jesús! ¡Estoy temblando!)

SMS recibido del mismo el día siguiente: "Temo que tampoco vamos a dar el salto a la grandeza la temporada que viene. Deprimente".

La temporada del Spanish Liverpool ha terminado. No importa lo que pase en el partido de hoy contra el Manchester City o en el último de la temporada, el domingo que viene contra el Tottenham de Juande Ramos. Quedará cuarto en la Liga, suficiente para otro asalto a la Champions pero por debajo de las expectativas con las que había empezado la temporada. Mucha gente suponía que si Fernando Torres, el nuevo delantero centro, marcaba 20 goles o más, el Liverpool sería serio aspirante al campeonato. Pues Torres cumplió, pero el equipo, no.

El Liverpool es como esas antiguas selecciones irlandesas que despertaban cierta simpatía en los Mundiales porque corrían y luchaban como posesos y lograban a veces apabullar a equipos técnicamente superiores.

El problema del Liverpool es que jugando así no ganará la Liga inglesa, el santo grial de su frustrada afición durante más de 20 años. Seamos honestos: en la semifinal del miércoles el Chelsea fue un equipo más compacto, más completo; jugó mejor. Se nota en la ventaja de 11 puntos que le lleva al Liverpool en la tabla.

Entonces, ¿qué tiene que hacer el Liverpool para dar el deseado salto de calidad? Sencillo. Cambiar de mentalidad. Tanto fuera del campo como dentro de él. Básicamente, el club se tiene que ver a sí mismo como lo que es: un coloso del fútbol mundial. La sensación que uno tiene hoy es que el Liverpool le queda demasiado grande a la directiva.

Empezando por Rick Parry, el consejero delegado, y los dos dueños americanos, Tom Hicks y George Gillet. Lo que necesitan hacer con el Liverpool es algo parecido a lo que hizo Florentino Pérez con el Real Madrid cuando asumió la presidencia en el 2000. Poner la marca de imagen a la par con la leyenda, despertar el interés de la enorme afición televisiva mundial, y convertir todo eso en dinero. Porque sin dinero para grandes fichajes no podrá competir de tú a tú en la Premier con los dos finalistas de la Champions, el Chelsea y el Manchester United.

En cuanto al juego rústico del Liverpool, en gran parte tiene que ver con la rusticidad de la mayor parte de su voluntariosa plantilla; y con la manera de concebir el juego del entrenador. Es decir, Rafa Benítez debe cambiar de mentalidad también.

Difícil, a estas alturas, eso sí. La solución sería recurrir a un psicólogo. Lo que está claro es que Benítez se ha quedado estancado en la fase de evolución que Freud define como "anal". Los personajes anales son unos obsesos del orden, del control. Gente retentiva. Esto se observa en la incansable obsesión de Benítez por intentar dirigir lo que ocurre sobre el campo durante los partidos, como si esto fuera fútbol americano en vez de fútbol inglés, y en la manera temerosa de jugar -todos atrás, a cubrir- de sus equipos. Lo que tiene que hacer Benítez es dejar de retener, liberar los cauces, soltar las inhibiciones, disfrutar del placer. Avanzar, en resumen, de la fase anal a la libidinal.

Debería intentarlo por sí mismo, porque se siente en casa en el Liverpool, y porque la afición quiere que se quede. Lo identifican como uno de los suyos, como un hombre que lleva el club en la sangre. Pero si no es capaz de dar el salto, mejor para este gran club que se vaya. Seguir jugando con tan poco arte y ambición sería ponerle un freno a la grandeza, al potencial de ilusionar al mundo, de un gigante que sigue adormecido y, demasiadas veces, adormeciendo.

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