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Columna
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Credibilidad

Gracias al tan aireado enfrentamiento entre Aguirre y Rajoy nos acabamos de enterar de que existen un montón de ideologías pululando sin rumbo por el Partido Popular a la búsqueda de un líder que las acoja. Hablamos de liberales, social-demócratas, social-liberales, social-cristianos, demócrata-cristianos, liberal-conservadores, incluso conservadores a secas. No me lo invento yo. Lo escuché, de su propia voz, a la carismática Esperanza no-me-resigno en el programa de TVE 59 segundos.

Tamaño descubrimiento me abruma, lo reconozco. Si ya me resulta difícil distinguir algunos de los rasgos ideológicos básicos que definen a las dos grandes opciones que se disputan el poder en España, no puedo ni imaginar lo que sería pretender apreciar la enorme gama de sutiles matices doctrinarios que al parecer se encuentran agazapados en el seno del principal partido opositor.

Yo creo que a Rajoy le pasa lo mismo. Como le resulta del todo imposible diferenciar con suficiente precisión entre unos y otros, ha optado por tirar por la calle de en medio, proclamando, en el mismo corazón de la ciudad de las palmeras, su ya popular lema "aquí caben todos". No es mala estrategia. Se sustenta en la tesis de que cuanto más amplio sea el espectro ideológico que se cobije bajo su manto, más posibilidades tendrá éste de representar a una mayoría de ciudadanos. Aun a riesgo, eso sí, de que el discurso político quede algo difuminado y de que ninguno de aquellos se sienta verdaderamente representado.

La alternativa encabezada por Esperanza Aguirre, sin embargo, tiene un enfoque más cualitativo, por así decirlo. Ella mantiene, no sin cierto fundamento, que frente al nuevo socialismo zapaterista caracterizado por el uso intensivo del Estado protector y metomentodo, debe oponerse la defensa contundente de la libre elección individual. En otras palabras, que la derecha española debería definirse sustancialmente, y de una vez por todas, por su condición ideológica de liberal.

No es una locura. Alguna vez el PP deberá disponer de un argumentario suficientemente sólido e ideológicamente autónomo que le permita abandonar esa imagen crispadora, errática, y casi siempre a la contra, construida con tanto esmero desde los tiempos de Aznar.

Pero Aguirre cuenta para ello con un problema de credibilidad previo. Resulta muy difícil, armada con ideas tan estimables, convencer a nadie de su bondad si ella misma se comporta, en la práctica, de manera totalmente contradictoria. No es coherente que, al mismo tiempo que se opta por la rebaja permanente de impuestos, se amplíe sin límite el gasto público autonómico (y el empleo clientelar de él derivado), se manipulen descaradamente los medios públicos de comunicación, o se pongan y quiten presidentes de instituciones financieras, con la fidelidad personal como único criterio.

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En otras palabras, que si Aguirre quiere que nos creamos su discurso liberal ya puede empezar por cambiar la ley de cajas de ahorro, aligerar el sector público madrileño, sacar a los curas de los comités de ética hospitalarios y, sobre todo, quitar sus manipuladoras manos de Tele Madrid (únicamente superada en el ranking de la estulticia por Canal 9). Solo entonces, quizá, la gente sensata le escuche.

Mientras ello no ocurra, habrá que reconocer que Rajoy, siendo mucho más confuso en el discurso, resulta bastante más creíble. De nada.

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