Treinta años de sumisión a ETA
En un mundo oscuro y asfixiante, Batasuna cumple tres décadas sin más logro que la cárcel o la clandestinidad
Horas después de que el ex concejal socialista Isaías Carrasco cayera abatido por un comando etarra al pie de su casa el pasado siete de marzo, los veteranos círculos radicales de Mondragón, lejos de sorprenderse, trataban de justificar el crimen. Como en los viejos tiempos. "Al estar trabajando Carrasco en las cabinas de peaje de la autopista", se deslizaba a modo de comentario, "espiaba movimientos y matrículas". Pero tres décadas no han pasado en balde. Y sugerir hoy una justificación de este crimen, escandaliza a quien lo escucha.
El mundo radical abertzale sigue viviendo en su burbuja, como una secta que necesita explicar su verdad, siempre bajo la obediencia a la banda armada. La reacción sumisa de Batasuna ante el último asesinato de ETA es su sentencia definitiva y abunda en su decadencia. Ha renunciado a abrirse a la sociedad, a convertirse en un partido convencional. La que se inició como unidad popular en la Transición, acogiendo a los radicales que se negaban a aceptar la reforma franquista, no ha sido capaz de evolucionar al margen de ETA militar, que la impulsó y la ha dirigido con mano de hierro.
El diálogo y su legalización sólo será posible si ETA deja las armas
Siguen viviendo en su burbuja, siempre bajo la obediencia a la banda armada
Batasuna cumple este mes tres décadas con todos sus cuadros encausados y sus líderes en la cárcel y más de un centenar de cargos electos municipales atrincherados en 40 alcaldías bajo la sigla de ANV, el partido histórico que se integró en Herri Batasuna, la coalición electoral abertzale que celebró su fundación en abril de 1978 en Alsasua.
La ruptura de la última tregua y la vuelta de ETA a la violencia han barrido a Batasuna, que ya no está tolerada como partido político ni se puede cobijar en la alegalidad, un terreno en el que se ha movido con habilidad durante tiempo. Ha desaparecido prácticamente del panorama político y mediático. Pese a ello, sus fieles no han renunciado a enviar mensajes optimistas, desde su diario, Gara, para mantener la unidad y la moral. Recientemente, dos históricos fundadores como Tasio Erkizia o Itziar Aizpurua reivindicaban como mérito de Batasuna el deslizamiento hacia el soberanismo que defienden ahora PNV y EA.
Por más que se quieran consolar, el suyo es un balance de lo más desalentador. Ni ETA ha dejado las armas en estos 30 años en los que HB ha subordinado su estrategia política a conseguir una negociación con el Gobierno, ni obtuvo réditos de la unidad de los partidos nacionalistas con el Pacto de Lizarra para hacerse fuerte en la negociación con el Estado, ni ha aprovechado la última oportunidad negociadora que le permitió Rodríguez Zapatero en la pasada legislatura.
Tres hitos desaprovechados por la izquierda abertzale porque sus dirigentes han renunciado sistemáticamente al liderazgo al dejar que la actividad política estuviera siempre sometida a los vaivenes que provocaba la actuación de ETA. Este fracaso como formación política independiente ha tenido consecuencias: a partir de ahora, todo diálogo con el mundo radical está supeditado a la renuncia de ETA a las armas. Sólo entonces será posible la legalización de Batasuna.
Sin embargo, en este mundo de adhesiones inquebrantables a ETA no siempre ha habido unanimidad entre los dirigentes de Batasuna. Pero sí una línea de firmeza desde el control que ha ejercido la banda a través de la coordinadora KAS. La primera purga interna propiciada por ETA fue en 1987, a los diez años de la creación de Herri Batasuna. La víctima: Txomin Ziluaga, el secretario general de HASI, el partido que dirigía la coalición a través de KAS. Sugirió que ETA debía hacer un "repliegue táctico" ante el temor de la posible ilegalización de HB tras el impacto del atentado a Hipercor en Barcelona y suscitó recelos. Le acusaron de "desviacionismo ideológico" y le expulsaron junto a un centenar de militantes.
Tras esta crisis que culminó con la disolución de HASI, la izquierda abertzale inició una transformación tratando de abrirse a la sociedad. Superado el "filtro ideológico" que había sido HASI hasta entonces, los movimientos internos de HB se orientaron a reforzar su autonomía política y organizativa con el ánimo de llegar a influir sobre ETA. Con la pretensión de transformar la coalición en un partido convencional, se incorporaron a su mesa nacional independientes con prestigio social, como el ex alcalde de Vergara, José Luis Elkoro, Txillardegi o el abogado Patxi Zabaleta. En esta época, principios de los noventa, la coalición abertzale inicia una participación institucional irregular a la vez que trata de diversificarse en las luchas sectoriales -el euskera o el conflicto educativo- . ETA había sufrido la detención de su dirección en Bidart y el dirigente etarra, Antxón Etxebeste, lo sentenció: "Hay que ganar la lucha política tras perder la batalla militar". Ésta consistía en romper la unidad de todos los demócratas lograda en el Pacto de Ajuria-Enea, en 1988. HB la transformó, diez años después, en la unidad de los nacionalistas al sellar el Pacto de Lizarra sobre cuya base ETA declaró una tregua que marca el mayor esplendor de la izquierda abertzale, entonces reconvertida en Euskal Herritarrok, sigla con la que obtiene los mejores resultados electorales de su historia.
Pero nuevamente ETA impuso su criterio volviendo a matar un año más tarde. La ruptura de la tregua en 2000 determina el principio de una decadencia imparable. Sólo ha tenido Batasuna una nueva oportunidad que inició en 2004, en el mitin de Anoeta, donde Arnaldo Otegi afirmó que Batasuna se comprometía a "sacar la violencia de las calles". Fracasó.
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