Agüistas en familia

Aguas frías, bicarbonatadas, sulfuradas y sódicas, con pH alcalino de 8,25 y un contenido en flúor de 14 mg/l., indicadas por sus efectos estimulantes, desintoxicantes y antiinflamatorios. El balneario, en funcionamiento desde los inicios del siglo XX y totalmente rehabilitado en 2003, ofrece 4.000 metros cuadrados de instalaciones para tratamientos antiestrés, antitabaco, anticelulítico, hepático-digestivo, reumatológico y premamá, todos bajo estricto control médico, por si alguien alberga la menor duda de salir rejuvenecido con esta experiencia.

Sí, decididamente la cadena Hesperia vela por la salud y el bienestar de los gallegos, al hacerse cargo de un complejo turístico que se merecía un lifting, con el reclamo de las aguas y de sus 30 hectáreas de bosque, donde ha cabido hasta un campo de golf de nueve hoyos. A fin de evitar el ambiente clínico que aterra en muchos balnearios, sus promotores han tenido además el acierto de incorporar al núcleo germinal un área termolúdica con una piscina dinámica dotada de chorros, cuellos de cisne, camas de agua con burbujas y zonas especiales de hidromasaje o de ejercicios aeróbicos a remojo.

El hotel en sí presenta unos pulcros interiores heredados de una arquitectura con ínfulas centroeuropeas, que era lo que primaba en aquella época entre los agüistas peninsulares. Un minimalismo ortodoxo y sin emoción envuelve los espacios comunes. Mucho más austeros, los dormitorios soportan mal que bien el desgaste del tiempo y sus ocupantes, familias repetidoras que se felicitan por utilizar el club termal infantil con cascada y tobogán que Hesperia ha inventado para que la clientela menuda chapotee bajo la atenta mirada de un vigilante y sin interrumpir el circuito salutífero de sus padres.

Los adultos, si viajan solos, preferirán seguramente las habitaciones de categoría superior, más espaciosas, amuebladas con maderas nobles, sillones de cuero y pinturas contemporáneas. Especialmente las abuhardilladas.