Tras las huellas de los bárbaros
Influido sin duda por la lectura del ensayo de Alessandro Baricco, recién publicado en España, me puse estos días pasados tras las huellas de los bárbaros. Entiende Baricco que los bárbaros son los agentes de una nueva era destinada a acabar con la vieja civilización. Dice el escritor que cuesta mucho describirles, porque se mueven muy rápido, preferentemente desde las periferias hacia el centro, y mutan constantemente de aspecto. Pueden tomar la forma de Google, que es la no forma, o la del fútbol espectáculo de masas: ahí entramos en un territorio algo más reconocible.
Los primeros bárbaros que vi, el martes, estaban cantando a voz en grito en el Schilling de la calle de Ferran, obligando al resto de la clientela a elevar el volumen de las conversaciones si pretendían oírse. Compadecí al camarero, pues pensé que para él aquello era el prólogo de tres días de suplicio para sus tímpanos, pero para mi sorpresa me contestó: "Bueno, sí, son un poco escandalosos. Pero dejan buenas propinas. Cuentan en libras". Han mutado los bárbaros: antes rebanaban cuellos, ahora dejan propinas. Hay que convenir que algo hemos salido ganando.
El miércoles fui a verles al pie de las torres olímpicas, donde el Ayuntamiento había instalado un recinto de acogida de las hordas, antaño recibidas a golpes de catapulta. Descripción del bárbaro medio: cabeza rapada, torso desnudo, bermudas, zapatillas deportivas fabricadas en algún país asiático, piel lechosa abundantemente tatuada, barriga prominente. Dentro de la más pura tradición haendeliana, los bárbaros cantaban las canciones de la tribu y deglutían cervezas una tras otra. No se cubrían y daba cierta angustia verles allí expuestos a un sol inclemente. Por lo demás se comportaban razonablemente bien: jugaban al futbolín y utilizaban las letrinas portátiles instaladas para la ocasión. Algo más discutible era, sin duda, el paisaje de La Rambla: el Portal de la Pau se hallaba sembrado de vasos de plástico y latas, y los supporters "posaven el raig", por decirlo a la manera closiana, donde mejor les parecía. La imagen del saqueo contrastaba vivamente con nuestra ciudadela novecentista, hecha toda ella de libros y rosas. Pero no se apreciaba conflicto entre las dos caras de la Medusa. La paz, dice Baricco, es básica para el buen funcionamiento del mercado.
Luego viajé hasta el estadio. Los bárbaros seguían cantando con la misma entrega haendeliana, pero muchos de ellos caminaban a esa hora haciendo eses como ya no se ve por estos pagos. Recordaban aquel simpático personaje del anuncio de brandy de los años sesenta que aparecía en la pantalla hipando y dando tumbos de bar en bar mientras una voz en off animaba al personal: "¡Vaya alegre por la vida, hombre!". Qué tiempos. En la calle de Arístides Maillol esquina con Cardenal Reig había acampado la otra tribu, no menos bárbara. Descripción: pantalones tejanos o de chándal, zapatillas igualmente asiáticas, camisetas del Barça, cabezas rapadas, aunque no tantas. Bebían cervezas, encendían bengalas y también cantaban, en la mejor tradición claveriana. Pero se sabían menos la letra que los de la otra tribu, por lo que recurrían con frecuencia al "la, la, la" en la mejor tradición de de Massiel. En el campo vi que seguían haciendo lo mismo, unos en la última galería, los otros tras las porterías. El encuentro, es sabido, acabó en gatillazo: el mayor espectáculo del mundo es así de incomprensible.
Ayer seguí buscando a los bárbaros por la ciudad, pero ya no les encontré. Al parecer, los charters nocturnos habían provocado la desbandada general. O acaso es que los bárbaros habían mutado y vagaban ahora por las calles en busca de un libro y una rosa, diferenciándose de los locales únicamente en que lo hacían el día después. Dice Baricco que finalmente todos somos un poco bárbaros.
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