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Crítica:ROCK
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Modernos años sesenta

Flequillos tan despepitados como The Byrds en sus años de gloria. Guitarras y pianos que se guiñan el ojo con manifiesto afán libidinoso. Afables juegos vocales inspirados en las tardes de sol de la costa Oeste. Han tenido que ser cuatro niñatos granadinos, Lori Meyers, quienes se atrevieran a reivindicar sin complejos el pop español de hace cuatro décadas.

A Noni y compañía les queda un siglo para llegar a los treinta, y seguramente eso constituya una ventaja a la hora de abrazar la herencia de Los Brincos o de sus adorados paisanos Los Ángeles sin un atisbo de mala conciencia.

En efecto, Juan Pardo hizo muchas cosas, y casi todas interesantes, antes de dilapidar su reputación con Bravo por la música. Entre ellas, grabar con Junior aquel La caza que los Meyers recuperaron al final de su actuación.

Lori Meyers

Noni López (voz, guitarra, teclados), Alejandro Méndez (guitarras, voz, teclados), Sergio Martín (bajo, coros), Miguel (guitarras, teclados), Alfredo Núñez (batería), Antonio Lomas (percusiones). Sala Joy Eslava. De 15 a 18 euros. Madrid, 23 de abril. Lleno.

Qué lata, los complejos. El ahora sexteto se los ha sacudido de un plumazo. Andan por el tercer disco, el adictivo Cronolánea, y cada vez afinan más el tiro. Se han ido desprendiendo del ascendente de Los Planetas (que consiste, básicamente, en que al cantante no se le entienda una sola palabra) y ahora tiran de puro desparpajo pop. Sin miedo a los estribillos, sin temor a resultar endiabladamente contagiosos. Y encantados de finalizar su concierto entre pompas de jabón.

Perviven pecadillos de juventud como lo de omitir sus apellidos "porque lo importante son las canciones", y aún les queda trecho para mejorar con las letras. Si de una chica sugieres que "se encuentra perdida en busca de su rol", bien merecido tendrás que te dé calabazas, amigo.

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Pero incluso en este capítulo asoman ya excepciones: Luciérnagas y mariposas funciona como un reloj de principio a fin, al igual que Cúmulo de propósitos y El secreto mejor guardado, con la sorpresa de la irrupción de Alejandro como muy aceptable solista. Su voz no remite tanto a los sesenta como al Juan Cánovas de los setenta. De hecho, otro de los temas de su cosecha, Un mundo por delante, recuerda mucho al Supremo director de Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, sólo que con ráfagas de guitarrazos eléctricos de por medio.

Llevan juntos diez años, desde que calzaban pantalones cortos y compraban loción para el acné, y se les nota mucho el kilometraje: clavan los cambios de ritmo o las armonías vocales con una precisión casi insultante. Larga vida a esta modernidad sesentera.

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