El 'superman' de Orcasitas
Un lotero ha abanderado ocho lustros de lucha que acabaron con las chabolas y la marginación para crear un barrio diseñado por los vecinos
Félix López Rey, botón superior de la camisa abierto por la magnitud del cuello, se mueve cómodo por los alrededores de su establecimiento de loterías y otras apuestas del Estado. Está en el barrio, su barrio. Elástico, casi saltarín, flota por los adoquines de Orcasitas saludando. "¿Cómo va eso María?" o "¡Pablo, ven aquí!". Entonces, Pablo y María se giran como una peonza sonriendo. Félix, nacido en 1948 en Polán, Toledo, fue vecino de El Lute cuando El Lute era El Lute. Entonces, Orcasitas era una sucesión de chabolas de adobe en caminos anegados por el barro. Ahora, más de ocho lustros en la vanguardia del movimiento vecinal mediante, Félix tiene muchos recuerdos, muchos recortes de periódico con su rostro impreso, muchas aventuras políticas y un título ganado a pulso: superhéroe del barrio.
Vio "el valor de la unión" al juntarse con otros niños para comprar membrillo
Félix López Rey ha sido la cara visible de la Asociación de Vecinos de Orcasitas. Uno de los movimientos ciudadanos más enérgicos, resolutivos y solidarios desde el tercio final de la dictadura franquista hasta hoy mismo y sus litigios por la calefacción del barrio con Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad.
Hasta los 12 años, Félix dormía a los pies de la cama de sus padres. No había otro sitio. En aquella época tenía que ir a un colegio en Usera, a seis kilómetros de su casa. Un recorrido interminable por lo que hoy es el parque de Pradolongo. A esa edad, recuerda, aprendió "el valor de compartir los esfuerzos con los demás". La cosa, es que llevaba dinero para comprar pan, pero con lo que le sobraba no bastaba para meterle nada dentro. Así, les propuso a otros que juntasen su calderilla para transformarla en "unas latitas de membrillo".
Un prólogo a la lógica de sumar esfuerzos que alcanzó su cénit en los años setenta. Entonces, el agua llegaba a sus infraviviendas, construidas en su momento en una noche para evitar el derribo por parte de la Guardia Civil, en camiones cisterna. "No había retretes ni mucho menos duchas", recita López Rey. Tampoco alcantarillado, ni luz eléctrica. Los vecinos, espoleados por una noticia en el periódico que hablaba de "un plan parcial" para la zona que ellos supieron traducir en un "nos echan", crearon la asociación el 1 de abril de 1971. Franco celebraba sus "27 años de paz". Félix y el resto de los vecinos, planteaban la guerra si no se les reconocía su derecho a permanecer allí.
La geografía actual del barrio, diseñado entonces por los propios vecinos, recuerda aquellas batallas: "plaza del Movimiento Asociativo" o "plaza de la Memoria Vinculante". Esta segunda, es importante. Se refiere a la reivindicación "de los chabolistas de la zona" -como les llamaba la prensa de la época- en que se recordase su asentamiento y arraigo en el lugar. Las obras finales concluyeron en 1984.
De aquella época de reuniones clandestinas, Félix recuerda que apareció el cura "para preguntar por nuestras intenciones" y soltar una enigmática sentencia: "No pueden caminar juntos lobos y corderos". Para entonces, Félix ya era, en opinión del párroco, lobo. Militante aún del PCE -"la verdad es que pago porque lo tengo domiciliado en el banco"- llegó a ser concejal de esta formación en el Ayuntamiento de Madrid.
Félix ya se había casado. Ese día, el de su boda, cambió sus rutinas higiénicas. Decidió irse a una casa de baños en la calle de Embajadores para lavarse "a fondo". Lo cuenta, y se ríe. Casi todo lo que Félix cuenta, y es mucho porque apenas hace pausas cuando coge aire y empieza su discurso, lo hace sonriendo.
Pero la risa casi siempre viene a cuenta para subrayar algo cómico... en medio de la batalla. Una vez construidos los bloques de Orcasitas -López Rey, a pesar de ser uno de sus impulsores principales tuvo que pedir prestados los miles de pesetas que costaba cada piso- la siguiente guerra que figura en su biografía es la del pan. "Otro éxito de los vecinos", recalca. El caso es que descubrieron que las barras de pan no pesaban lo que debían -500 gramos- y protestaron con tanto ahínco que consiguieron vender ellos su propio pan y derogar una antiquísima ley al respecto.
Tras un escarceo político en el pueblo toledano de Escalona, donde encabezó la lista de IU y ahora agita las reivindicaciones de las urbanizaciones, atiende en la trastienda a su nieta: "Esto es como una guardería". Y allí queda el plato con los restos del puré junto a las fotos, libros y recuerdos de toda una vida en el escaparate vecinal.
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