Fetiche

La antorcha olímpica se ha convertido en un poderoso fetiche. Los Juegos Olímpicos de Pekín suscitan una cierta incomodidad internacional, como suele ocurrir cuando un régimen dictatorial se festeja a sí mismo. Dado que nadie osa desairar a China (nuestros arrebatos éticos se limitan a los países bombardeables o, al menos, económicamente boicoteables), nos desfogamos con el objeto que ahora la representa. El fetichismo es un mecanismo de gran conveniencia.
La idea de pasear este objeto por el mundo se le ocurrió al régimen fetichista por excelencia: el primer recorrido internacional condujo la llama desde Olimpia hasta Berlín, donde la esperaba Adolf Hitler para inaugurar los Juegos de 1936.
La comedia del encendido también es digna del neopaganismo nazi. Unas actrices disfrazadas de sacerdotisas prenden el fuego utilizando una lente y los rayos del sol para obtener una llama "pura". Si el día señalado para la ceremonia amanece nublado, se echa mano de un fuego previamente encendido: pureza, sí, pero con seguridad.
No tengo nada contra la antorcha: es un instrumento publicitario inofensivo. Ni contra los JJ OO, un espectáculo fascinante. He cometido, sin embargo, un error: me he aficionado a visitar http://torchrelay.beijing2008.cn/en/, la página oficial, en inglés, del desfile del objeto. Cuenta maravillas sobre el entusiasmo que suscita "la santidad" del objeto, el fervor con que es recibido por las multitudes occidentales, el desprecio unánime de la humanidad hacia "las protestas violentas" contra "el símbolo de la paz y la armonía", y asegura que, pese a lo visto en París, la llama no se apagó en ningún momento. Todo va bien. El universo suspira embelesado.
Los olimpistas supremos, como Samaranch, siguen prometiendo que los Juegos democratizarán China. Es cuestión de tiempo, dicen. Voy a seguir enganchado a torchrelay.beijing2008 para no perderme el gran momento.
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