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Columna
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Ejes

Falta una valoración sobre las consecuencias que ha tenido la convocatoria electoral para la Comunidad Valenciana. El PSPV ha recibido un duro revés en Alicante, Castellón y Valencia, prolongación del fracaso en las anteriores elecciones autonómicas y municipales. Los socialistas tienen que hacer una profunda reflexión. No deberían consolarse con la eventualidad de que el PSOE cuenta con la mayoría en el Congreso de los Diputados. La foto final que se ha derivado de estas elecciones podría haber sido peor para el PSPV de no haberse producido el desplome de las restantes opciones que se presentaban a su izquierda (Esquerra Unida, Compromís, Esquerra Republicana). El ejercicio del poder desgasta a las fuerzas políticas que lo ejercen. El efecto ha sido el contrario, a pesar de los reveses, escándalos y conflictos internos que ha padecido el PP en la Comunidad Valenciana.

La derrota del PSPV tiene su explicación en la incapacidad de inspirar confianza en el electorado. En un entorno de crisis abierta con diversos frentes, los votantes indecisos se inclinan por la opción que conocen y que les ofrece una perspectiva fiable de estabilidad. Los socialistas no han logrado transmitir este mensaje.

Esta ineficiencia se ha potenciado con la dimisión forzada del secretario autonómico del partido, Ignasi Pla. La sensación de debilidad interna que se percibió, se vio acompañada de una imagen difusa del proyecto que los socialistas tienen para la Comunidad Valenciana, al no saber contrarrestar los argumentos esgrimidos por los populares: la dotación de recursos hídricos, un modelo económico para superar la crisis, la regeneración de los beneficios empresariales, planes de competitividad, la revitalización cultural y la reafirmación de las señas de identidad.

Tal como se ha configurado el mapa político territorial español, los ejes de transmisión del poder van claramente desde Madrid a la Comunidad Valenciana, acompañada de las dos Castillas, Cantabria, Asturias y Murcia. Desde la plataforma mesetaria al litoral mediterráneo, donde Baleares prolonga la influencia de los populares.

El otro eje de transmisión de poder político, en este caso de signo socialista, es el que se conforma por los espacios periféricos de País Vasco, Cataluña, Aragón, Andalucía, Extremadura y Galicia, donde se encuentra su principal cantera de votos.

Habría que valorar la conveniencia que este alineamiento en un determinado eje de acción política tiene para la Comunidad Valenciana, en cuyo planteamiento ésta se sitúa como uno de los bastiones decisivos para la recuperación del poder en el Estado español para el Partido Popular.

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La confrontación territorial entre la Comunidad Valenciana y el Gobierno central puede ser beneficiosa desde la óptica reivindicativa, pero también podría resultar perjudicial si esta autonomía paga los vidrios rotos de un conflicto entre las fuerzas políticas mayoritarias. El alejamiento consecuente entre la Comunidad Valenciana y Cataluña que dificulta la eficacia del Eje Mediterráneo no es más que la prolongación de un error estratégico que vienen padeciendo las autonomías afectadas y el conjunto de España. Nadie parece sensibilizado para solucionar esta incapacidad de diálogo y actuación que se fraguó desde que CiU gobernaba en Cataluña con Jordi Pujol, y el PSOE con Joan Lerma aquí, con el telón de fondo de la pareja Alfonso Guerra-Felipe González, que hacían funcionar el Eje Madrid-Andalucía en un envite que descabalgó el equilibrio territorial, aunque, eso sí, aportó horas de gloria a la apuesta socialista.

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