La última crisis turca
Todo parece indicar que lo que se está produciendo en Turquía es pura lucha de poder entre la élite de Estambul y los nuevos empresarios de Anatolia, los primeros apoyados por los defensores de la secularización y occidentalización impuesta desde arriba y los segundos por las bases religiosas y rurales del país. Esta lucha de intereses apoyada en ideologías diferentes ha llevado al país a una situación política impredecible. Desde Europa no debiéramos decantarnos por una u otra opción ideológica, sino favorecer al máximo un desarrollo respetuoso de la democracia turca. Los islamistas del AK han demostrado pragmatismo en el poder y algunas buenas propuestas. La oposición secularista, pese a su capacidad de movilización y sus posturas enconadas, no ha conseguido mejorar significativamente sus resultados electorales en las legislativas de 2007. El relevo de los islamistas vendrá del natural desgaste del poder y no de tramposas maniobras. El Gobierno y la oposición tendrán una nueva oportunidad de medir sus apoyos electorales en las elecciones municipales de 2009. El AK merece poder demostrar cómo es posible un Gobierno conservador religioso defensor del Estado de derecho en la línea de las democracias cristianas europeas. Al contrario de lo que afirmaba Antonio Elorza en su artículo de ayer, considero que el marco de pensamiento religioso de Erdogan y sus correligionarios no tiene por qué ser incompatible con el respeto de los derechos fundamentales. Corresponderá al Gobierno turco proponer una salida a la última crisis que bien podría saldarse con una derrota estrepitosa por parte de los jueces o bien con una remodelación del Gobierno o del partido en el poder. Desde Europa, debemos seguir apoyando la candidatura de Turquía, para reforzarla en sus compromisos con el estado de derecho y los derechos fundamentales.
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