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Columna
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El naufragio de IU

Antonio Elorza

El derrumbamiento electoral de Izquierda Unida ha suscitado dos tipos de comentarios. El primero, la lamentación por la agonía de una fuerza histórica que prestó un constante apoyo al Gobierno durante la última legislatura. El segundo, animado en especial por el propio líder de la formación, Gaspar Llamazares, apuntaba como responsable del desastre al tsunami provocado por la intensificación del bipartidismo, con la complicidad de una Ley Electoral injusta que puso el precio de medio millón de votantes a cada uno de sus diputados.

Este segundo aspecto merece una consideración particular, siempre teniendo en cuenta que no es España el único país de Europa occidental donde el objetivo de estabilidad prima a los grandes partidos y se aleja de la proporcionalidad pura. En el Reino Unido, desde hace muchas décadas, el tercer partido social-liberal cuenta con un electorado que luego se traduce en una proporción menor de escaños y en Francia, por aquello del distrito uninominal y del ballotage el Frente Nacional ha sido casi siempre una fuerza extraparlamentaria. Llamazares es más simpático que Le Pen, pero el grado de injusticia es el mismo, incluso superior en el segundo caso.

La cuestión es saber si una IU como la de Llamazares tiene un sentido político
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No obstante, a la vista de la configuración del mapa electoral español, sería útil pensar en una modificación limitada que permitiera, con algún diputado más, utilizar los restos nacionales.

Pero la cuestión de fondo es saber si una Izquierda Unida como la dirigida por Llamazares tiene un sentido político en nuestro país. Cuando en 1986 fundamos IU en torno al eje del PCE surgieron inmediatamente dos posibilidades: una, la utilización con vistas a crear una nueva izquierda de los recursos procedentes del PCE al cual ya no se le veía, y con razón, un sitio en los sistemas políticos occidentales; otra, que IU se convirtiera en una etiqueta que sirviese para todo lo contrario, favorecer la supervivencia política del comunismo bajo su máscara. Desde 1983 aquella había sido la idea motriz para su proyecto aún sin nombre por Nicolás Sartorius, sólo que en la práctica fue la segunda variante la que se impuso, y no sin un considerable éxito. A mediados de los noventa IU había recuperado casi el nivel de presencia parlamentaria de su mejor momento en los inicios de la democracia. Parecía tener sentido una formación más rigurosa a la izquierda del PSOE.

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El espejismo se desvaneció pronto, por la aplicación sectaria de la política de las dos orillas por Julio Anguita, e IU inició un declive ahora culminado, al mismo tiempo que el PCE perdía presencia en su interior. Hasta convertirse hoy en una fuerza de oposición interna que únicamente aporta dificultades a la política de la coalición. Frutos y Alcaraz no son precisamente agentes de modernidad.

Es difícil saber hasta qué punto esa tensión interna ha intervenido a la hora de generar una permanente oscilación entre un discurso radical y la línea pragmática de apoyo crítico al Gobierno de Zapatero. A este respecto, conviene recordar que el procedimiento seguido por Mitterrand en los años 80 para destruir al PCF fue precisamente su inserción subalterna en el Gobierno. Quedaba así atado, sin identidad ni alternativas, pues su salida sería interpretada, y así lo fue, como un ataque a la izquierda en su conjunto. IU se ha visto atrapada en esa misma pinza.

Más graves son otras contradicciones. Hubo en IU una constante pretensión de ortodoxia radical, en temas como Afganistán o la inmigración, y un visible intento de siempre ir más allá de las propuestas del PSOE. Faltaron en cambio la crítica de una política económica fundada en el "enriqueceos" y en la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores. Sumemos la vacilación a la hora de elegir entre una democracia siempre en los labios y las preferencias por regímenes antiimperialistas de América Latina, como el de Chávez, tan querido por muchos ius, Llamazares incluido, que poco ofrece de "avances democráticos".

Último ejemplo, nada irrelevante: la cuestión vasca. IU proclama como su meta política el Estado federal y habla de la unidad de los demócratas en la "repulsa de la violencia terrorista". Muy bien. Pero de inmediato alza el estandarte del "derecho a decidir", léase la autodeterminación que mal encaja con el camino al federalismo. Mucha unidad de los demócratas, y al mismo tiempo rechazo no razonado de la Ley de Partidos. Ni una palabra acerca de la subalternidad respecto del nacionalismo asumida por Ezker Batua en Euskadi, apoyo a la consulta de Ibarretxe incluido. Así, mientras Llamazares condenaba el asesinato de Isaías Carrasco, EB de Mondragón secundaba el juego de la alcaldesa de ANV con su retirada y regreso para no condenar. Conclusión: con o sin tsunami, ¿por qué votar a la inconsecuencia?

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