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Crónica:DIOSES Y MONSTRUOS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Si no fuera por ti, HBO

El más inteligente y adictivo cine norteamericano que se está haciendo hoy tiene formato de series de televisión

Carlos Boyero

Mirar, desear y obtener. Poseer lo que te entra por los ojos, satisfacción inmediata, saber que el anhelado objeto que te venden en el escaparate lo vas a disfrutar inmediatamente en tu casa. Como un niño rico y caprichoso, sin necesidad de consultar y evaluar el precio. Es la bendita relación que puedo establecer desde hace mucho tiempo con los libros, los discos y las películas (nunca me acostumbraré a llamar a las cosas maravillosas por su nombre moderno, a lo de compactos y DVD, a esa prosaica definición de la magia), pero si mi economía sólo me permitiera subsistir, dar de comer a mi cuerpo y disponer de un techo, no dudaría en robar lo que alimenta mi alma. La desolada queja de Mallarmé: "La carne es triste, por desgracia, y yo he leído todos los libros", rebosa lucidez, pero todo resulta menos sombrío si tienes a mano todas las películas que amas, si dispones de las mejores drogas para cada estado de ánimo.

Puedes imaginar y compadecer la angustia del cinéfilo joven y pobre, del que no dispone de dinero para comprar películas o estar afiliado a la televisión de pago

Aunque el placer sea profundamente egoísta, puedes imaginar y compadecer la angustia del cinéfilo joven y pobre, del que no dispone de dinero para comprar películas o estar afiliado a la televisión de pago, del coraje que exige el mangue, o de la habilidad técnica para hacer descargas ilegales en internet, y cuyo amor por el cine clásico tenga que conformarse con lo que le ofrece la televisión convencional. Es impensable que ésta exhiba cine en blanco y negro. Y que lo haga en versión original sólo se le ocurriría a un programador enloquecido, a alguien que no valore lo de perder su empleo. Son las sagradas cuestiones de la oferta y la demanda, sólo a un zumbado se le puede ocurrir que esas imágenes arcaicas tienen el menor interés para ningún tipo de espectador actual, te contará cualquier cerebro fenicio con la implacable misión de pillar audiencia mínima.

Y apelas a tus recuerdos más hermosos para constatar que los ciegos y los necios son ellos y no tú. Habla, memoria. Ella me cuenta que la cinefilia de un adolescente de provincias en la mezquina España de los sesenta, sin acceso a esos templos de incalculable valor llamados filmotecas, mamaba de los impagables ciclos que programaba TVE sobre el mejor cine que se ha hecho nunca.

Los críos de esa época habíamos nacido con el tecnicolor, dedicábamos los mayores esfuerzos de la imaginación a encontrar la fórmula para colarnos a las películas vedadas a los menores de 18 años, las que te prometían algo tan hechizante como encontrarte con el pecado. También nos contaban en esos sitios con nombre pretencioso y aroma a progresismo curil llamados cineclubs que el cine o es arte o no es nada. Su idea del arte supremo la encarnaban Antonioni, Bergman, Dreyer y demás profundos retratistas de los tormentos del espíritu. La risa no era seria. Todavía no había llegado la prestigiosa moda de lo lúdico. No estaba mal visto considerar fascista a Ford y frívolo a Hitchcock. Lo importante era cualquier género cuya intelectual titulación acabara en "ismo".

Aquel proceso de culturización adolescente era como hacer deberes espesos y gratificantes, pero, a cambio, sabías que aquella sensación inmejorablemente definida por Cabrera Infante como Arcadia todas las noches ibas a vivirla en tu propia casa gracias a los extraordinarios ciclos dedicados a actores, actrices, directores y géneros, que exhibía la auténticamente cinéfila televisión de la época. Allí descubrimos una hipnótica forma de ser y de estar encarnada por Bogart, las esencias del cine negro en su época dorada, la elegancia, sutileza y gracia del hedonista Lubitsch. La capacidad para bucear en las sombras de Lang, el sabio y complejo conocimiento del ser humano que poseía el admirable Jean Renoir, la profunda negrura de Huston, Preminger y Tourneur, la fuerza y la gracia que imprimía a cualquier género el todoterreno Hawks, la fiebre y el vértigo de Fuller, los westerns melancólicos o trágicos de Mann y de Ford, la inventiva visual y el aliento poético de genios que no disponían de la palabra como Murnau, Keaton y Chaplin. No había cristales ni piedras en aquel inolvidable camino iniciático, todo era descubrimiento gozoso y fiesta en aquel cine maravilloso que te ofrecía la tele.

¿Dónde pueden aprender a amar ese clasicismo los adolescentes actuales? Que no lo busquen en el cochambroso trato y el imperdonable desprecio con el que castiga la abominable televisión al gran cine. Es imposible encontrarte con él ni en las horas más vacías de la madrugada, cuando no haría daño a nadie porque todo el mundo duerme.

El más inteligente y adictivo cine norteamericano que se está haciendo hoy tiene formato de series de televisión. No lo rueda Hollywood sino la televisión por cable HBO. Hay que pagar por la calidad. Y esperar con insufrible mono a que esas obras de arte aparezcan en DVD. Ya pueden caer tormentas o que la soledad pretenda en vano estrangularte si estás en compañía de Los Soprano, Deadwood, Roma, A dos metros bajo tierra, The wire y demás identificable familia. Me cuenta un deslumbrado amigo, selecto devorador de series, que HBO ha comenzado a emitir En tratamiento y que es una catarata de talento en un tema tan arriesgado como el del psicoanálisis. Y me entra la misma ilusión que cuando me entero de que Allen, Eastwood o Scorsese van a estrenar película. -

Imagen de la serie <i>Roma.</i>
Imagen de la serie Roma.

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