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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El fracaso de la desmesura

Enric Company

El eje izquierda-derecha se ha movido relativamente poco en Cataluña en las elecciones del 9-M respecto a como quedó hace cuatro años, cuando entre el PSC, ERC e ICV-EUiA acumularon una distancia de 24,8 puntos porcentuales a CiU y el PP. Los tres partidos de izquierda han perdido conjuntamente tres puntos. Venían del 61% en 2004 y se han quedado en el 58%. Pero frente a estos tres puntos de retroceso, el centro-derecha ha ganado sólo uno. Sumó 36,2% en 2004 y ahora ha logrado 37,2%.

Es la primera ocasión desde 1977 que el bloque de las derechas lleva cuatro años en la oposición tanto en el Gobierno de España como en la Generalitat. Y a la inversa, claro está, es también la primera vez que la izquierda se consolida como gobernante en ambos escenarios a la vez.

Quedar en ayunas de poder para una etapa que previsiblemente completará ocho años en el Gobierno de España y siete en el de Cataluña disgusta a cualquier partido. Y más si es de derechas. Las derechas están secularmente acostumbradas a disponer del gobierno. Sus primeras reacciones a la espectacular victoria de los socialistas en Cataluña sugieren que confiaban mucho en que José Luis Rodríguez Zapatero tuviera un fuerte desgaste originado por el rosario de problemas en las infraestructuras y los servicios acaecidos en el último año.

Ante la ausencia de un voto de castigo, una de las reacciones, fruto de la sorpresa por la magnitud del triunfo del PSC, ha sido culpar a los electores de haber elegido mal, de optar por el masoquismo. "Nos maltratan e incumplen sus promesas y todavía les votamos", han venido a decir dolidos portavoces.

La derecha se ha preguntado, con razón, cómo ha sido posible que los catalanes no hayan querido castigar a Zapatero. Parece claro que las expresiones de despecho, al estilo de "los pueblos tienen los gobiernos que se merecen", por muy comprensibles que sean dadas las circunstancias, no son la respuesta.

No ha habido voto de castigo a pesar del tan traído y llevado rosario de desastres, y una de las explicaciones más verosímiles es que ni el rosario era tan rosario ni los desastres tan catastróficos. No se trata de negar que haya habido graves problemas. La lista agitada por la derecha durante la campaña y antes no es un invento. El gran apagón eléctrico existió. Hubo dislocamiento de las Cercanías. El AVE acumuló nuevos retrasos. En verano se colapsaron las autopistas. Y antes de las elecciones hubo una molesta huelga de autobuses en Barcelona, y en Cataluña una huelga de enseñantes contra administraciones gobernadas por los socialistas.

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Bien. Pero a la vista de los resultados, en Cataluña el fracaso de la derecha ha sido también el fracaso de quienes en los últimos tiempos han magnificado sistemáticamente todos los problemas. Las campañas de derribo que la derecha y sus medios afines han lanzado en Madrid en torno a cuestiones tan sensibles como la política antiterrorista y el Estatuto, han tenido en Cataluña sus correspondientes réplicas en asuntos de menor enjundia, pero se han caracterizado también por la desmesura. Los sufridos ciudadanos que han padecido los problemas en los servicios públicos han sido los primeros en ver que se hacía demagogia a cuenta suya. Sabían perfectamente que el país no se hundía ni estaba sumido en el desgobierno, como se les decía en diarios, radios, televisiones y tribunas políticas de la derecha. No digamos ya si se cae en el despropósito de invocar el hundimiento de la Sagrada Familia. Y también sabían que el Estatuto nunca ha sido, en absoluto, un gesto de insolidaridad con el resto de España, más bien lo contrario, una oferta de nuevas colaboraciones nacionales.

Esta desmesura está también en el origen de que el comportamiento electoral de los catalanes haya sido tan parecido al de 2004. Podían esperarse quizá cosas mejores del Gobierno de Zapatero, pero también en Cataluña las derechas, CiU y el PP, y sus medios afines equivocaron su discurso de oposición, aunque por supuesto lo hayan hecho de forma mucho más civilizada que en Madrid.

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