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Reportaje:FOTOGRAFÍA

La arquitectura como fetiche

Deconstruyendo la arquitectura, reconstruyendo la historia era el título de una exposición que en 1989 reunía fotografías de arquitectura. Durante los años noventa ese postulado mantuvo una clara vigencia. Pero los tiempos han cambiado de tal manera que actualmente la máxima podría ser Rastreando la arquitectura, fotografiando el futuro, que es el título de otra exposición realizada casi veinte años después. Se ha remarcado abundantemente el estrecho lazo que unió desde sus orígenes a la fotografía con la arquitectura y cómo aquella contribuyó decisivamente en el siglo XIX a consolidar un concepto tan decisivo como la monumentalización, término que de nuevo hoy podría definir perfectamente la tendencia dominante que se observa hacia la fetichización del objeto arquitectónico. Parece que la ascendente tendencia de la arquitectura a previsualizar las condiciones fotográficas, e incluso fotogénicas, de los proyectos constructivos ha terminado por condicionar y dirigir la mirada de muchos de los fotógrafos que actualmente centran su atención en lo arquitectónico. Es nítida la persistente atracción hacia las superficies de los edificios y las fachadas, la seducción que ejercen los materiales, los volúmenes y las simetrías, así como el interés por las grandes magnitudes y dimensiones que alcanzan las nuevas construcciones. También lo sublime (concepto que ha terminado por servir de justificación a una imparable estetización) parece estar agazapado detrás de cada macroproceso de transformación urbana, algo especialmente visible en los trabajos que abordan los cambios en la China del siglo XXI. La distancia entre las imágenes "artísticas" y las imágenes que ocupan las revistas de arquitectura ha acabado por difuminarse en muchos casos, recomponiéndose así la conexión entre arquitectura, poder e ideología con la creación fotográfica como coartada. Un elemento que ilustra los cambios ocurridos en las dos últimas décadas a propósito de la relación entre fotografía y arquitectura es la irrupción de la manipulación digital, que ha dado paso a un trasvase desde la posición dominante del registro documental o la intervención manual y deconstructiva hacia el predominio de lo verosímil o lo virtual.

La distancia entre las imágenes "artísticas" y las imágenes que ocupan las revistas de arquitectura ha acabado por difuminarse

No cabe duda de que la escuela de Düsseldorf surgida del magisterio de Bernd y Hilla Becher ha sido reconocida como la más influyente en relación con la fotografía de arquitectura. Las importantes trayectorias de autores como Thomas Struth, Andreas Gursky, Thomas Ruff o Candida Höfer no han hecho sino ampliar su proyección y su huella sobre la creación fotográfica a lo largo de los años noventa, influencia que desde hace unos años ha ido decayendo progresivamente. Pero igual de importantes fueron las figuras de Dan Graham y Matta Clark, y el hecho de que su presencia directa quizá sea menos evidente no significa que haya sido menos determinante. El primero, por su aproximación a los "clichés de la arquitectura moderna", la serialidad y la morfología de la casa suburbana y la crítica de la utopía arquitectónica; el segundo, por la dimensión fotográfica que dio a su proyecto de deconstrucción del urbanismo y la vivienda, así como por la conversión de la arquitectura en escultura o su reconstrucción a través de "proyectos de espacios". No hay que olvidar tampoco al grupo de fotógrafos norteamericanos reunidos bajo el nombre genérico de New Topographics (Lewis Baltz, Robert Adams y Stephen Shore, entre otros), en cuya exposición inaugural fueron incluidos también Bernd y Hilla Becher. Al margen de otras diferencias programáticas, compartían con éstos el principio básico de la neutralidad y el anonimato en la toma de la imagen, trasladando la atención hacia el objeto fotografiado en detrimento del sujeto que fotografía. Su posición intermedia fue realmente interesante: la atención hacia la arquitectura vernacular americana y la periferia suburbana los situaba en paralelo a los intereses de Dan Graham; mientras que su interés por los efectos de la acción del hombre sobre el paisaje les abría hacia una lectura global del territorio y daba a su trabajo un trasfondo social y en ocasiones un acentuado sentido de la ironía. Una forma de mirar la arquitectura como testimonio y elemento vertebrador del espacio social, que encuentra uno de sus mejores desarrollos en autores como Gabriele Basilico o John Davies. Su obra es modélica en cuanto al análisis del tejido de la ciudad a la búsqueda de continuidades, latencias y transformaciones. El sentido del tiempo asociado a la lectura de los edificios y la trama urbana, algo que también se encuentra en las fotografías de atmósferas urbanas de Thomas Struth, abrió desde los ochenta una productiva vía de interés hacia la memoria como elemento fundamental en la percepción de la arquitectura. La identificación de ese tiempo comprimido en el seno de la arquitectura y las estrategias para registrarlo y manifestarlo a través de la imagen se convierte también en una forma de expresar y reconstruir todo lo que aparece sustentado y contenido por ella. Esa conexión entre tiempo-memoria-arquitectura, ya manifestada por Dan Graham cuando reconoce que los monumentos marcan el tiempo y están unidos a la memoria de la ciudad, lleva a abrir un campo de trabajo que trasciende el interés por la pragmática o las formas, para situarse tanto en el ámbito de una crítica a la utopía modernista y el fracaso de la promesa de progreso, como en el centro de una reflexión sobre la propia idea de arquitectura. El objetivo último de esta posición es "poner la arquitectura al desnudo": aplicando los procedimientos del retrato al registro de los edificios como hace la escuela alemana, dirigiendo la atención hacia extremos como son los edificios "indiferentes" sin mayor interés arquitectónico o las ruinas-monumento, o bien explicitando el rastro histórico y las condiciones contenidas en las estructuras arquitectónicas. Este diálogo profundo y esencial con la arquitectura es la base también de toda una serie de trabajos que pueden considerarse en su conjunto como una verdadera tendencia, se trata de las arquitecturas construidas o ficticias. Las fotografías de James Casebere, Oliver Boberg, Roland Fischer o George Rousse contienen prácticas que en cierta medida deconstruyen la arquitectura para crear sentido, son verdaderas "meditaciones" arquitectónicas que trabajan a partir del símbolo y el pensamiento sugiriendo tanto idealizaciones como nuevas lecturas y representaciones de su imaginería y estructura. Arquitecturas efímeras e inéditas que se articulan como verdaderos "proyectos de espacios", algo que une a algunos de ellos (los más interesantes por otra parte) con la línea abierta mucho antes y de modo más radical por Matta Clark. Pero con el comienzo de siglo algunos intereses parecen haberse desplazado. El pasado interés por la arquitectura modernista degenerada, sus subproductos y la construcción anónima han dejado paso a un diálogo creciente de la fotografía con los iconos e ideales de la arquitectura, con edificios y figuras de relieve como Le Corbusier o Mies van der Rohe, tal y como muestran los trabajos de Thomas Ruff o Luisa Lambri que entran en resonancia con la propia historia de la arquitectura. Es el reencuentro con la utopía y el sueño que encarna la arquitectura. Un trasvase parecido ha ocurrido con las múltiples propuestas que acuden a las herramientas digitales para distorsionar la imagen y el sentido de lo arquitectónico, y que, a diferencia de las anteriores arquitecturas construidas o ficticias, ya no buscan la deconstrucción sino el extrañamiento. Pero aún hay sitio para proyectos que siguen reclamando una mirada social y una lectura histórica, como la posición de Francesco Jodice frente a los procesos de transformación urbana o la denuncia del fracaso del proyecto moderno de ciudad en Latinoamérica en las obras de Alexander Apóstol y Eduardo Consuegra. Pese a estos ejemplos, parece que la tendencia dominante es la de que la metáfora y el simbolismo desplazan a las evidencias históricas y sociales. Que el análisis del tejido urbano o los modelos constructivos deja paso a la seducción por la belleza o las incongruencias (algo facilitado por la manipulación digital), al interés por lo estrictamente arquitectónico y al reencuentro con la utopía. El siglo XXI parece dar entrada al sueño, la seducción, el caos y el ideal.

En nuestro país, el binomio fotografía-arquitectura goza de buena salud y cuenta con un nutrido grupo de buenos representantes que ilustran bien estas diversas posiciones, como muestran en estos momentos varias exposiciones. La memoria y la transformación es precisamente el eje sobre el que mueve el encargo Tarraco. Mirada actual a siete fotógrafos españoles recién inaugurado en Tarragona. José Manuel Ballesteros y Ángel Marcos coinciden en su interés por la China actual y la belleza y grandiosidad de su transformación. Dionisio González continúa creando sus "proyectos de espacio" en la propuesta más deconstructiva. Sergio Belinchón, que fue nuestro mejor representante de la "escuela alemana", busca nuevas vías. Jordi Bernadó es el más irónico de todos ellos en sus reflexiones sobre los sueños y las metáforas de la arquitectura. Bleda y Rosa son los mejores exponentes de cómo hacer aflorar el tiempo comprimido en la arquitectura y el territorio. Begoña Zubero rastrea la historia latente en espacios históricamente determinantes. Aitor Ortiz es quien mejor extrae la belleza de formas y volúmenes. Xavier Ribas "arqueologiza" el espacio a la búsqueda de las verdaderas condiciones de la historia y en la mayor parte de los casos encuentra violencia simbólica y devastación. Carlos Irijalba, a través de la manipulación informática, convierte la arquitectura en reflejo de la deshumanización y el desarraigo.

Las pasadas ambiciones y los interrogantes del futuro son en definitiva los dos extremos que de un modo u otro acaban por delimitar la dialéctica fotografía-arquitectura como espejo de nuestro complejo presente.

Jordi Bernadó. Galería Senda. Consell de Cent, 337. Barcelona. Hasta el 3 de mayo.Francesco Jodice. Galería Marta Cervera. Plaza de las Salesas, 2. Madrid. Hasta el 18 de abril.Devices. La Nave. La Nave, 25. Valencia. Hasta el 10 de mayo.

<i>Rueselsheim</i> (2003), de George Rousse (París, 1947), expuesta en la galería Mayoral (Barcelona).
Rueselsheim (2003), de George Rousse (París, 1947), expuesta en la galería Mayoral (Barcelona).

JORDI BERNADÓ

Jordi Bernadó es un fotógrafo de libro. En el sentido del soporte y no de la regla. Sus preferencias para transmitir ideas sobre la arquitectura y el urbanismo han buscado el marco del archivo y el ensayo visual. Por su parte, las galerías comerciales insisten en la sobreestimación de un formato que les asegure abundantes réditos. Con un cambio de escala, el fotógrafo ilerdense (1966) clama ahora insípidamente contra los insípidos espacios arquitectónicos que han llenado las megaestructuras de la actualidad global, en Detroit, Barcelona, Dubai. La estetización del hormigón se ha convertido en el auténtico producto que el artista no declina representar. La ciudad es una tumba, o un gran avispero. Y en ella, Bernadó siempre fue capaz de poner una nota de magia. Ahora, los trucos de la reproductibilidad nos echan a perder la ilusión del camerino. Á. Molina

FRANCESCO JODICE

Francesco Jodice (1967, Nápoles) lleva años realizando complejas lecturas del paisaje social y de los ritmos y condiciones de la identidad urbana. Las imágenes que ahora presenta en Madrid forman parte de un amplio trabajo iniciado en 1996 bajo el título What We Want, con el que intenta captar los contextos en que habitamos y la relación entre comportamientos sociales y modificaciones urbanas. Son fotografías que compone dividiendo la imagen en dos zonas claras de lectura, una que remite a lo monumental, lo contextual, y otra que se concentra sobre lo mínimo y lo cercano. Una dicotomía que le permite rehumanizar el paisaje dirigiendo nuestra mirada hacia experiencias visuales que nos permitan tanto repensar como reapropiarnos de las condiciones ambientales que nos rodean. A. M.

CARLOS IRIJALBA

Carlos Irijalba. En cuanto que herramienta de representación, la fotografía es uno de los ámbitos en los que mejor se puede jugar con la directa presentación de las cosas. Esto la convierte en un espacio idóneo para ofrecer imágenes de objetos tan bien reconocibles como desgajados y, por tanto, desprovistos del sentido que se podría atribuir como artefactos, dispositivos o realidades externas previas al acto fotográfico. En esta dirección, Carlos Irijalba (Pamplona, 1979) presenta en Valencia un conjunto de 17 fotografías. La serie Environment incluye algunos ejemplos de sus conocidas arquitecturas flotantes (o más bien edificios voladores); en Switch off all devices aparece su también conocido medio coche como metáfora de aparato inservible. En las obras de la serie Outside comes first nos encontramos con fotografías de lugares vistos a través de cristales, en donde se juega con unas transparencias que no hacen sino producir una peculiar opacidad.

Finalmente, tal vez sea en la serie Devices -la que da título a la presente exposición- en donde más evidente se hace el interés de Carlos Irijalba por la reinterpretación de las apariencias como eventual espacio del sinsentido. Algo que se hace patente, por ejemplo, en esa extraña fotografía de unos potentes focos aislados, irregularmente dispuestos sobre un fondo enfáticamente negro, que sólo parecen arrojar luz para iluminar el vacío.

Vicente Jarque

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