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Reportaje:

El superviviente

Rajoy, experto en nadar y guardar la ropa, reivindica su independencia para liderar el PP

Aunque lo suyo con la política no sea una pasión loca -ninguna lo es para él, y no deja de reivindicar una vida más tranquila-, no se puede ignorar que Rajoy es un superviviente de este oficio con más de cinco quinquenios a sus espaldas. Hay un rasgo de personalidad que, vistos sus pronunciamientos últimos, adquiere ahora mayor significación. Es su reivindicación de la independencia personal. Los hermanos Rajoy tienen registrado como un acontecimiento familiar inédito el día en que el adolescente Mariano se fue a vivir a una tienda de campaña que levantó en los terrenos de la casa de campo en la que veraneaban. Siempre han creído que si su hermano mayor se presentó a las oposiciones, para convertirse en el registrador de la propiedad más joven de España, fue por su afán de independencia. Al fin y al cabo, el juez Rajoy, el modelo de responsabilidad en el que sigue mirándose el líder del PP y de quien ha heredado su timidez congénita, inculcó expresamente a sus hijos la aspiración de una meta profesional que les garantizara esa independencia.

Rajoy ha pasado la página aznarista y proclama el nacimiento oficial del 'marianismo'
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El jefe de la oposición no ha renunciado nunca a ese atributo, que encaja con su carácter reflexivo, reservado e individualista; aunque después de que Fraga le expulsara de Galicia aprendió a nadar y guardar la ropa, a aparcar los problemas irresolubles, a dialogar, negociar y pactar con casi todos, a hacerse imprescindible en las crisis, a no desairar gratuitamente y a mantener relaciones personales de cordialidad. ¿También con el lehendakari Ibarretxe? "También con él tengo una buena relación personal", ha asegurado el líder del PP. "El único problema es que Ibarretxe ve cinco pastelitos encima de la mesa y pretende quedarse con los cinco. Le da igual que tú le indiques: ¡hombre, lehendakari, deja uno o dos pastelitos, que hay gente mirando y va a pensar que soy idiota! Pues nada, ni por ésas". Rajoy puede perdonar si el agravio o el perjuicio han sido hechos sin mala intención, pero guarda todo en su privilegiada memoria de opositor.

Pese a que resulta evidente que ha pecado por acción, omisión o impotencia política en la pasada legislatura, él sostiene que ha mantenido su línea de independencia en estos cuatro años tortuosos. Una muestra fehaciente sería su ausencia en determinadas manifestaciones de la AVT y de los obispos, y otra, menos verificable, su declarada resistencia a sucumbir a las presiones de los lobbies político-mediáticos interesados en penetrar en el núcleo del poder del PP.

En la reunión de la ejecutiva del pasado martes, Mariano Rajoy proyectó sobre el conjunto de su partido la reivindicación de la independencia de criterio y actuación respecto a esos grupos que, en pos de sus intereses políticos, económicos y mediáticos, no siempre transparentes ni confesables, han tironeado del PP para arrastrarle a sus terrenos. "Oponerme a esas presiones me ha dado problemas y disgustos", admitió ante sus compañeros de la ejecutiva.

La teoría de la conspiración urdida en torno a la autoría del 11-M y el boicoteo al cava catalán -alentado, en ocasiones, desde televisiones públicas controladas por su partido- serían ejemplos supremos de cómo la prensa amiga y determinados dirigentes llegaron a enredar al PP en dinámicas, banderas y sotanas dudosas que le han hecho aparecer ante buena parte de la opinión pública como una formación irritante, derechista, irracional y anticatalana. Eso ha quedado en evidencia ahora que se constatan los cortafuegos territoriales, donde, al grito de ¡que viene el lobo! -"si no vas, ellos vuelven", del PSC-, los socialistas han detenido y vencido a la marea de fondo que, desde el centro de España, se ha desparramado poderosamente coloreando de azul gran parte del mapa.

Vistos los límites de la estrategia de la crispación y del madrileñismo practicado como representación política abusiva y simplona de la auténtica España, el PP tendrá que matizar y enriquecer su discurso si quiere cambiar la mirada aprensiva con que le observa hoy la mitad del país y conectar con la complejidad de la sociedad catalana. El martes, Rajoy extendió sus brazos, más largos y poderosos de lo que creían quienes dudaban de su liderazgo interno, y se declaró liberado de toda hipoteca. Ha pasado la página aznarista y va a acometer la regeneración con su propio equipo de dirigentes.

Pero, tratándose de una persona tan extremadamente reservada, es como si su nueva hoja de ruta estuviera escrita con tinta indeleble. El Mariano Rajoy de la sonrisa emocionada y triste que el domingo por la noche se asomó al balcón de la sede de la calle Génova improvisando torpemente unas palabras para sus agitados militantes es el mismo que, dos días más tarde, cantó sutilmente las cuarenta a determinados dirigentes de su partido y obtuvo el cierre general de filas en torno a su figura. Ambiguo también en su lenguaje corporal, este hombre socarrón, nada efusivo, que tanto se presta al equívoco, proclamó el martes el nacimiento oficial del marianismo entre los aplausos unánimes, muchos sinceros y algunos forzados, cabe suponer, de la Comisión Ejecutiva del PP.

Quienes le conocen bien no creyeron que el cortante "adiós" pronunciado desde el balcón significara su despedida de la política. Con diez millones de votos y seis diputados más, Mariano Rajoy no se va. Le puede más la pasión fría por la política y, según los suyos, el sentido de la responsabilidad. Lo había dicho: "Salvo debacle, que no será el caso, si perdemos me pondré a disposición de mi partido". Ha hecho algo más: ha puesto al partido en bloque bajo su liderazgo y lo ha metido en una perspectiva orientada a remover los obstáculos que, dentro y fuera del PP, han lastrado, decisivamente, a su juicio, la trayectoria ascendente de esa formación.

Aunque no está libre de la competencia interna ni vacunado contra las celadas que le urdirán en los aledaños de su partido, nace el PP genuino de Mariano Rajoy.

Rajoy y su esposa, Elvira Fernández, en el balcón de la sede del PP la noche de las elecciones, tras conocerse la victoria socialista.
Foto: Gorka Lejarcegi
Rajoy y su esposa, Elvira Fernández, en el balcón de la sede del PP la noche de las elecciones, tras conocerse la victoria socialista. Foto: Gorka Lejarcegi

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