Monólogo de sal
El salar de Uyuni, 12.000 kilómetros cuadrados en el altiplano boliviano
Pocas veces un viajero puede experimentar la sensación casi infantil de echar un borrón en la página blanca más grande del mundo; de transformarse en una interminable línea negra, un tiznajo, justo cuando el sol, en su caída al atardecer, proyecta las sombras hasta el infinito, convirtiendo en gigantesco el más pequeño obstáculo que encuentra a su paso. Pisar el suelo inmaculado del salar de Uyuni, una inmensa superficie, lisa como una hoja de papel, que se extiende a lo largo de casi 12.000 kilómetros cuadrados en el corazón del altiplano de Bolivia, a 3.650 metros de altitud, tiene algo de profanación, de intromisión en un mundo ajeno al hombre.
Un halo de irrealidad gravita sobre la descomunal llanura, carente de relieves y depresiones, que se funde con el cielo en los confines de un inverosímil horizonte convexo, como sólo se puede apreciar en las regiones polares. Los espejismos alteran caprichosamente la percepción en este desierto sin arena, donde las lejanas montañas que lo rodean tienden a desaparecer y la refracción de los rayos del sol en los millones de cristales de sal que conforman el suelo provoca alteraciones dramáticas en un paisaje ya de por sí despiadado, iluminándolo con una policromía mágica de colores que cambian del rojo al naranja, del azul intenso del hielo a un blanco cegador.
A 3.650 metros se extiende un gran desierto sin arena que se puede distinguir desde la Luna. El litio hace perder el juicio a las brújulas, y los viajeros sienten que éste es un lugar de ninguna parte.
La altura, que provoca desplomes de la temperatura según la hora del día, y la falta de oxígeno, también causan desvaríos, como el olor intenso y fétido que sale de los agujeros por los que emerge a borbotones espasmódicos el agua del subsuelo a la superficie, los llamados ojos del salar. En la temporada de lluvias, de enero a marzo, los ojos quedan velados por una fina lámina de agua que cubre la mayor parte de la superficie salina y le da el aspecto de un espejo de dimensiones colosales visible desde la Luna, como aseguró el astronauta Neil Amstrong en su histórico viaje como tripulante del Apolo 11. En esos meses, cuando las nubes lo permiten, el espectáculo nocturno de la luna y las estrellas, tan cercanas en estas alturas que da la impresión que se pueden tocar con sólo estirar los dedos, reflejándose en el suelo, es fascinante.
Formas pentagonales
Para penetrar en el lecho de este lago prehistórico, que se secó hace más de 10.000 años y cuya profundidad máxima es de 120 metros, es necesario buscar las rampas de tierra que salvan las trampas de fango de las orillas, donde la capa salina apenas tiene 50 centímetros de espesor y es tan frágil como el cristal. Una vez dentro se avanza sobre un suelo duro y compacto, que no es ni resbaladizo ni frío, en el que se dibujan a modo de baldosas de gran tamaño formas pentagonales o hexagonales, fruto de la presión de las aguas subterráneas. Toda la superficie descansa sobre 11 capas apelmazadas de tierra lacustre y salmuera, rica en minerales como el litio -que juega con las brújulas, desgobernándolas-, el potasio, el boro o el magnesio, cuyos grosores oscilan entre 2 y 20 metros.
El principal acceso al salar, viniendo desde Potosí, y una vez rebasada Uyuni, la capital provincial, es el pueblo de Colchani. Una serie de montones de sal apilados a las afueras, como si fueran inacabados muñecos de nieve, delatan que en esta pequeña localidad se sigue extrayendo el mineral de manera artesanal, ya sea granulado, ya sea en grandes bloques, iguales a los utilizados en Tahua, una población más al norte, para construir un pequeño hotel en el que no sólo son de sal las paredes, sino también las camas, las mesas, los armarios, la decoración o la piscina. Junto al hotel se alza la mole espectacular del volcán Thunupa, de 5.432 metros, cuyo cráter roto permite ver sus paredes de roca pintadas con unos colores increíblemente chillones, como si hubieran salido de la paleta del genial loco holandés Vicent van Gogh.
Prácticamente desde los pies de este volcán, en cuyas laderas se encontró en una cueva un montón de momias precolombinas, arranca la indefinida pista que permite cruzar la inmensa llanura blanca de norte a sur; un monólogo de sal que sólo interrumpe la aparición, casi en medio del salar, de la isla del Pescado o Inka Wasi (Casa del Inca, en lengua aimara). Visto desde lejos este pequeño promontorio, otro borrón en la inmaculada superficie blanca, de no más de 40 metros de altura, parece estar poblado por una abigarrada población de viejos náufragos, algunos de ellos milenarios, que estuvieran levantando los brazos al cielo todos al mismo tiempo pidiendo auxilio. Inexplicablemente, entre la amalgama de rocas volcánicas del islote crece un auténtico bosque de cactus de tallo grueso de hasta 12 metros de altura que contribuye a enrarecer todavía más un paisaje ya de por sí extraño que, sin embargo, cuesta abandonar. Varias decenas de kilómetros más adelante, en la cara sur de la gran isla de Lliphi, se encuentran las cuevas del Diablo, con más de 50 nichos vacíos excavados en la roca de las paredes y el suelo, cuyo origen se desconoce, y la gruta de las Galaxias, con una espectacular y barroca decoración de algas y corales fosilizados.
San Pedro de Quemez
En el extremo sur del salar se encuentra la pequeña población de San Pedro de Quemez, casi a los pies de los volcanes Caltama, de 5.383 metros, y Julina, de 5.210. Esta pequeña población fue una de las víctimas de la guerra por la que Bolivia perdió su salida al mar. En 1879, cuando los soldados chilenos la ocuparon y arrasaron, la gente se refugió tierra adentro y construyó un nuevo pueblo, Ikala, del que regresaron al punto de origen una vez que el ejército chileno se fue de estas tierras, construyendo sus nuevas casas al lado de las ruinas. Fruto de ese ir y venir quedan en pie dos poblaciones fantasmagóricas por cuyas calles asfaltadas de arena sólo circula el viento. La sensación de ausencia es mayor en Ikala, donde todavía vive un anciano y 25 llamas. Si no fuera por la torre de la iglesia, el resto de las construcciones, gravemente heridas por el abandono, pasaría inadvertida, oculta en una especie de estrecha bahía rodeada de pequeños montículos formados por corales petrificados.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos- Prefijo telefónico: 00 591.- Moneda: boliviano (un euro equivale a unos 11.241 bolivianos).- Ubicación: el salar de Uyuni, situado a unos 3.650 metros, y de unos 12.000 kilómetros cuadrados, se encuentra en el departamento de Potosí, en el altiplano boliviano.Cómo ir- American Airlines (www.americanairlines.es; 902 11 55 70) viaja a La Paz, con escala en Miami, a partir de 1.084 euros, ida y vuelta, tasas incluidas.- Air France (www.airfrance.es; 902 20 70 90) vuela a La Paz, con escalas en París y Caracas, desde 1.040 euros, ida y vuelta, tasas incluidas.- Aerosur (www.aerosur.com; 902 110 747) vuela desde La Paz hasta Uyuni, ida y vuelta, tasas incluidas, desde 315 euros.Información- Turismo de Bolivia (www.enjoybolivia.com, www.gbtbolivia.com, www.bolivia.com).- Embajada de Bolivia en Madrid (www.embajadadebolivia.es; 915 78 08 35).- Embajada de España en La Paz(00 591 2 243 35 18).- No hace falta visado.- Para cambiar, mejor llevar dólares.Dormir- Hotel Luna Salada (00 591 2 2785438; www.lunasaladahotel.com.bo). Desde 62 euros la habitación doble.
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